10.04.2012

Pondovoro

por Marcos Santiago

A Pondovoro no le va el horario del colegio. Su alma suplica cultura anárquica; gitanía pura. Tan pequeño, que tiene cinco años, no acaba de entender porqué se tiene que levantar a las ocho, cuando lo que naturalmente exige esas horas a ese cuerpecillo suave, transparente y tan puro como los ríos de montaña es cama blandita y levantarse poquito a poco acompañado del pío píos de gorriones que no saben otra forma de decirle que quieren ser sus amigos.

Su despertar siempre es rebelde, y triste mira interrogante a su padre. El batido se lo bebe dormido el chiquillo. A él le gustaría abrir esos ojos tan jóvenes y ya tan nostálgicos cuando lo hicieran solos y no como soldados con el toque de diana; su mirada expulsa repulsa. El camino del colegio es un calvario abrazado a su padre. Intenta volver la situación hasta la misma puerta, pero una vez que la atraviesa, estoico y firme camina hacia su pupitre pues no le gusta llamar la atención.

Su padre sabe que el sistema es injusto pero es arriesgado ir en contra porque el miedo a la sociedad de consumo exige no hacer con él experimentos educativos. Pero lo innegable, a diferencia de sus hermanos, es que nació tan libre que desde el primer día de colegio advirtió que el horario escolar poco tiene que ver con la enseñanza y mucho con el modelo social de los mayores. Pero dicen que un día al año no hace daño: hace poco hizo el camino hacia el centro escolar llorando abrazado a papá y murmurando quiero ir a casa. Y a la altura de la puerta del colegio hubo una mágica media vuelta ¡hacia la casa! La mirada con la que el niño miró a su padre jamás la olvidaré.

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