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06.03.2014 - OPINIÓN

Objetivo: de la marginación a la periferia

Por Enrique Giménez Adell

“En nuestro país urge sin más dilación un cambio radical en la orientación de la asistencia para llevarla a la creación de independencia y de responsabilidad”

 

Resulta una verdadera incoherencia que, soluciones aportadas allá a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, queden relegadas al ostracismo. Este olvido imperdonable para la mayoría supone tener silenciadas teorías muy interesantes y dignas a tener en cuenta, magistralmente explicadas por el economista polaco Paul Rosentein-Rodah y conocidas como la “trampa de la pobreza”.

El falso, aunque siempre recurrente, aforismo del “todo está inventado” toma relevancia en cuanto a las desigualdades económicas se refiere. Nada esperanzador resulta la tarea de enjugar diferencias: los guarismos que arrojan los porcentajes, portadores de auténticos dramas personales, resultan obscenos. Curiosamente casi no hay nada nuevo, mejor dicho, lo poco que existe de novedoso resulta muy poco halagüeño, habida cuenta del escasísimo número de personas que amasan riquezas, frente al ingente número de personas rayanas en la pobreza extrema, es insultante.

En este sentido, la promesa keynesiana del estado asistencial, de la redistribución de los ingresos y, así, la promoción de la igualdad de la riqueza, se ha diluido cual azucarillo en taza de café. No podemos obviar que la tasa menor de gasto social la tienen los países en los cuales la desigualdad es menor, siendo la distribución de las rentas más igualitaria. Y aunque es cierto que la asistencia social puede paliar las desigualdades, no resulta el camino deseable. Tengamos en cuenta que el gasto social en los presupuestos aumenta en cada ejercicio. Siempre supera al anterior. Es aquí donde los gobiernos se vanaglorian de los aumentos, pero en modo alguno acallan las razonables críticas de los ciudadanos y organizaciones que sufren los recortes en sanidad, en educación, en subvenciones.

Conocido es que las economías pobres sufren muchos problemas de forma simultánea, atacar uno de ellos sin corregir los demás no soluciona nada. Se comprueba que la suma de pequeñas ayudas realizadas a lo largo de muchos años no alcanza el efecto pretendido en el desarrollo social de las familias. En las economías del Estado de Bienestar, supuestamente desarrolladas, ocurre que muchas prestaciones sociales carecen de una evaluación oportuna pretendiendo al ejercicio próximo el consiguiente aumento. También en este caso se suele comprobar el escaso efecto sobre el desarrollo social de las familias. Podemos concluir que para salir airosos de la trampa de la pobreza hace falta un gran esfuerzo durante el máximo tiempo posible y un control y un seguimiento exhaustivo.

En nuestro país urge sin más dilación un cambio radical en la orientación de la asistencia para llevarla a la creación de independencia y de responsabilidad. En este punto nos encontramos de frente con el sector de población juvenil marginal, sin ningún tipo de preparación e irremisiblemente sumidos al clientelismo de la asistencia social. Solucionar esta lacra supondría evitar que los gastos sociales aumentaran en los presupuestos generales año tras año.

Es importante, en este sentido, el ansiado cambio que se necesita en Educación, haciendo un ejercicio de practicidad y adecuando los saberes a las necesidades actuales. En este sentido, urge con perentoriedad repensar con rigor los cursos en la Formación Profesional, y adecuar, de una vez por todas, los saberes a las necesidades empresariales. Y no es, únicamente, un problema de financiación sino más bien de autoridad y control.

Las democracias con cierto nivel de calidad tienen que distinguirse en mucho con la promoción y el desarrollo del número de personas, en vertiginoso aumento, que se sientan fuera de ellas. Y no se trata, para nada, de ascender a la élite de un día para otro. Nuestro anhelo es, simplemente,  pasar de la marginalidad a la periferia.

 

(Enrique Giménez Adell es presidente de la Fundación Punjab)

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