25.02.2016 - OPINIÓN

Gipsy Kings

Por Marcos Santiago Cortés

Antonia Cortés Fernández se casó con un gitano de Cabra llamado Juan que en la Guerra Civil consiguió rango en su ejército. Había en Bujalance una familia gitana muy bien situada y por ello fueron condenados a muerte sin juicio. Juan se enteró y le salió su vena flamenca por encima de toda ideología: la noche antes de ser ejecutados, usando su grado, ordenó al recluta del calabozo dar libertad a los detenidos. Creyó que podría justificar su orden pero fue fusilado.

La Antonia huyó con una mujer mayor y sus tres hijos: la Belén, el Cerro y la Churrapa. Se hicieron un chozo en el río, lejos de la revolución y la patria y sembraron papas. Un día aparecieron tres soldados fugitivos y exigieron comer. Mientras pelaba lloraba porque escuchó que cuando comieran había que matarla. Les puso como mejor pudo y gracias a la Providencia uno de ellos se opuso a que la asesinaran bajo el argumento de que antes tenían que matarlo a él, pues no era de hombres matar a quien tan bien los había tratado.

Al final se marcharon dejándola viva a condición que desapareciera de esa zona y que así no diera norte de ellos. Asustada partió para su pueblo, a Iznájar, donde estaba toda su gente. La situación allí era de extrema escasez. Solo tenían lo puesto y como a la Churrapa le gustaba jugar como los niños, se ponía la ropa del hermano y este tenía que esperar, vestido de niña, que la otra regresara para vestir de pantalón.

La Antonia decidió emigrar a Valencia donde había más oportunidades. Tiempo después volvieron a Iznájar cargados con un saco. Todos estaban expectantes con lo que traerían de tan ricas tierras. Vaciaron el contenido del saco llenando el suelo de algarrobas. Primero fue decepción pero al probarlas comenzaron a comerlas felices. Estaban buenísimas. Sabían a vida y esperanza.

 

(Publicado en el Diario de Córdoba)

 

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