27.12.2016 - OPINIÓN

La zambomba navideña, una celebración que perdura

Por Juan de Dios Ramírez-Heredia

Me acaban de enviar desde Puerto Real (Cádiz) un pequeñísimo video de tres minutos y medio de una “zambomba” navideña. Y esto me ha transportado, una vez más, a mi infancia y primera juventud.

Mis recuerdos se difuminan en el portal de la casa en la que vivían mis abuelos. Allí organizábamos cada año la fiesta de la zambomba. Recuerdo que yo mismo iba a buscar unas varillas de caña, finitas pero firmes y consistentes, que luego atábamos en el centro de un trozo de tela de muselina blanca. Tela de tamaño algo superior a un pañuelo grande. Con esta tela y una cuerda cerrábamos la boca de una pequeña tinaja. Ya no hacía falta nada más que un cubo de agua con el que mojar la varilla, y de paso la tela, para que con el frote de unas manos expertas sobre el palito se produjera ese sonido tan peculiar, tan bronco y oscuro, pero tan apropiado para acompañar el ritmo inconfundible de los villancicos flamencos.

Como algunos años no teníamos dinero para comprar una pandereta, fabricábamos una especie de sonajero consistente en un alambre grueso en el que ensartábamos unas chapas, agujereadas por el centro. Las chapas eran los tapones de las botellas de gaseosa (la Coca Cola, aunque parezca mentira, aún no se conocía en España) que aplastábamos con una piedra hasta quitarle su forma tridimensional y dejarla convertida en eso: una chapa metálica plana, que al chocar unas contras otras alegraban el “run, run” acompasado de la zambomba.

Y, por supuesto, no podía faltar la botella de “Anís del Mono”, evidentemente vacía, sobre cuya superficie rugosa y adiamantada, deslizábamos, a veces con frenesí, el mango de una cuchara. Por cierto que si se fijan ustedes en la etiqueta de la botella, la cara del mono, que es un mono simpático, es la de Charles Darwin, el creador de la teoría de la evolución humana, en la que el mono, por lo visto, algo tuvo que ver.

Pues, como digo, todas las navidades nos reuníamos los vecinos del barrio en la “casapuerta” ―en otros lugares le llaman “zaguán”― de donde vivían mis abuelos para cantar villancicos. Empezábamos con la tarde bien vencida y terminábamos, exhaustos de tanto cantar, entrada la noche.

 

Quiénes participábamos en la zambomba

Pues miren ustedes: más “gadchés” que gitanos. (La palabra “payo” ni existía en nuestro lenguaje ni yo la había oído en mi vida hasta que salí de Andalucía siendo ya un joven de más de 20 años). Es verdad que el protagonismo de la zambomba era exclusivamente nuestro. Los vecinos acudían a la reunión por oír cantar a mi tía Rosario, a mi madre, a mi tío Agapito, y a otros parientes nuestros que, a veces, se desplazaban desde Jerez. La zambomba era una ocasión más, entre tantas otras, en las que se ponía de manifiesto, que los andaluces de mi tierra y los gitanos que vivíamos en ella pertenecíamos todos a un mismo grupo humano donde el racismo, tal como hoy lo conocemos y lo sufrimos, era algo absolutamente inconcebible. Un día dije, y hoy lo repito, “yo no sé si los gitanos están andaluzados o los andaluces están agitanados”.

 

Qué cosas cantábamos

Pues cantábamos villancicos que hoy se denominan antiguos, pero que se siguen cantando. Ahí la modernidad ha tenido difícil entrada. Hoy suenan igual que antes “La virgen se está peinando…”, “Dime niño, ¿de quién eres, todo vestidito de blanco…?”, “Hacia Belén va una burra...”, “Campana sobre campana…”, Los peces en el río…”, “Arre borriquito…”, “Madroños al Niño…”, “Ya vienen los Reyes Magos…”, “La Virgen va caminando…” etc. etc. Pero los tiempos cambian, y aunque los villancicos navideños sigan siendo los mismos, la verdad es que, como dice el refranero, “entre col y col, lechuga”. Es decir, entre villancico y villancico siempre sienta bien un cante por bulerías, especialmente si son las de Jerez.

El escenario no ha cambiado, lo que es de agradecer. La zambomba no se ha trasladado a los grandes teatros ni se ha comercializado como una fiesta para turistas, curiosos o simplemente aficionados de los del montón. La zambomba navideña sigue teniendo el calor de la familia extensa que la forman los gitanos y los “gadchés”.  Cuando nos reunimos en la casapuerta de un patio de vecinos, o en la accesoria, que es una habitación de planta baja en una casa con puerta a la calle, unos de pie, otros sentados en el suelo y alguno con la silla que se ha traído desde su casa, se conforma en ese cónclave de gente buena, de gente sencilla, la mejor imagen de una sociedad que no sabe,  ni quiere saber, de racismos despreciables ni de enfrentamientos de clase porque en esas reuniones lo que prima es el deseo de estar juntos y de divertirse juntos, dándole por unos segundos “a las penas puñalás”.

Si tienen la curiosidad de pinchar sobre el enlace que reproduzco al pie de este comentario podrán ver las imágenes de la zambomba celebrada en Puerto Real, mi ciudad natal, en la que intervienen algunos miembros de mi familia. El que baila es mi sobrino Juan de Dios, hijo mayor de mi hermana Mari Carmen. El guitarrista es mi sobrino Israel, hijo segundo de mi hermana Lourdes. La bailaora es otra sobrina mía, se llama Salud, como mi madre, y el arte le rebosa por todos los poros de su cuerpo. Y la cantaora es otra sobrina mía, ésta hija de mi tía Gertrudis. Lástima que la grabación esté hecha con un teléfono móvil y que su calidad sea muy endeble.

Pues nada más. Que ustedes lo disfruten, que falta nos hace, en esta época de tantos recortes y de violencia irracional.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia

Abogado y periodista

 

 

 

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