Valentín Suárez

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Agustín Vega Cortés

Hace apenas una semana nos ha dejado para siempre Valentín Suárez Saavedra, a la edad de 71 años. Es probable que para la mayoría de los extremeños su nombre les resulte desconocido. Pero eso no significa nada; tampoco nos resultan familiares los nombres de las mentes más claras de la historia que han ido tejiendo poco a poco la intrincada tela de araña del conocimiento científico o de la filosofía, si exceptuamos a un puñado de ellos, distribuidos a lo largo de los siglos. Sin embargo, todo lo que somos como seres humanos, se lo debemos a la labor callada de miles de hombres y de mujeres desconocidos fuera de sus propios espacios de actuación, que a lo largo del tiempo, y en todos las áreas del pensamiento, han ido abriendo caminos por donde transitar y construir aquellos valores que dan sentido al significado de lo humano.

Valentín Suárez Saavedra ha sido uno de los activistas sociales más significativos, más consecuentes y más íntegros de Extremadura y de España. Un hombre de una gran formación humanista, y de amplia cultura, que a punto estuvo de ordenarse sacerdote en su juventud. Fue querido y admirado por todos aquellos que tuvimos la suerte de tratarle. Dedicó la mayor parte de su vida a la defensa de los derechos sociales y culturales del pueblo gitano, pero desde una mirada tan universal y tan humana que, en sus palabras y en sus actos, podían verse reflejado cualquier grupo de personas necesitadas de amparo o de reconocimiento. Durante décadas, su palabra serena, pero intensa y penetrante, dicha con la humildad propia de los sabios, fue respetada por todo el asociacionismo gitano de España y de Europa. Importante interlocutor frente a organismos nacionales e internacionales con relación a la situación de las minorías étnicas en todo el mundo, en todos los que lo trataron dejó la huella de su capacidad de diálogo, de su empatía y de su enorme bondad.

Vivimos tiempos en los que la palabra ya no es garantía de nada. La mentira ha tomado carta de naturaleza en la política, y en los movimientos sociales. Los sentimientos más nobles y las más justas reivindicaciones, son hoy objeto de mercadeo y manipulación. Los intereses espurios de las personas y de los grupos, lo contaminan todo. Los llamados líderes políticos ya han renunciado a que sus palabras tengan crédito, y se conforman con encontrar la mentira más eficiente para oponerla a las falsedades del adversario. Frente a ese secarral de pensamiento en el que vivimos, frente a la desazón que nos produce observar cómo cada día con más fuerza, el consumismo desmedido y la banalidad más absoluta, van determinando los comportamientos de las mayorías sociales, los hombres como Valentín Suárez Saavedra, se constituyen en un referente ético, y en un testimonio de que, a pesar de todo, es posible oponerse a la inercia de la masa conformista y sin compromiso con lo común, y que aún podemos rechazar el pensamiento vacuo, y correr el riesgo de no seguir al abanderado. Siempre que pienso en mi primo Valentín Suárez, se me vienen a la memoria estos versos del gran Antonio Machado, y me parece que los escribiera para él. «Hay en mis venas gotas de sangre jacobina / pero mi verso brota de manantial sereno; / y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, / soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».