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Antirracismo o barbarie en tiempos de pandemia

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Antirracismo o barbarie en tiempos de pandemia
Personal sanitario tomando la temperatura a un turista en el aeropuerto de Barcelona hace ya unas semanas / EFE
Ismael Cortés

Atravesamos una crisis global, sin precedentes, causada por la pandemia del coronavirus (COVID-19). Y nada como los momentos de crisis para poner a prueba nuestras capacidades individuales y colectivas. Venceremos la lucha contra el virus, no me cabe la menor duda. El desafío está en que, tras la victoria, nuestra sociedad salga reforzada en términos sociales y sanitarios.

Las múltiples discriminaciones que caracterizan al sistema capitalista hacen que las crisis no las vivamos todos igual. En estos días, pensemos en las familias con hijos confinadas en pisos de menos de 40 metros cuadrados. Situémonos en la piel de quienes no tienen ahorros y no pueden salir a trabajar. O pongámonos, por un momento, en los zapatos de quienes habitan en un asentamiento chabolista, en una barriada de infraviviendas o en un campamento de refugiados: sin electricidad, sin agua corriente o sin un techo decente. Antes de ponerse a pensar en estos escenarios de precariedad, la ultraderecha mediática y política ya ha tomado postura. Y no ha dudado en señalar a los más vulnerables como los enemigos a batir.

Tiempo antes de la aparición del coronavirus, el dirigente de Vox, Ortega Smith vaticinó a bombo y platillo (de manera fracasada) que “la inmigración podría traer a Europa pandemias erradicadas”. La ironía del destino quiso que él fuese el primer diputado del Congreso en contagiarse, contrayendo el COVID-19 en uno de sus viajes profesionales a Milán. Persistiendo en su estrategia de acoso y derribo contra los más débiles, el pasado miércoles vimos cómo el grupo parlamentario Vox planteó que los inmigrantes en situación irregular paguen por la prestación médica que puedan recibir mientras dure la crisis del coronavirus.

Otro ejemplo ultraderechista de hostigamiento a los más débiles, lo encontramos en el infame editorial que, el pasado lunes, escribía el director adjunto del diario ABC de Sevilla, Alberto García Reyes. Culpaba de su propia pobreza a los residentes de las 3.000 viviendas, en su mayoría personas gitanas. El columnista concluía así, con una falta absoluta de humanidad para con sus vecinos sevillanos: “cuando todo vuelva a la normalidad, nos reclamarán ayuda y nos acusarán de tenerlos abandonados. No caigamos en la trampa del buenismo otra vez. O nos aislamos de ellos, o nos contaminarán con su miseria”.

Las estadísticas de la OMS muestran cómo el virus ha ido trasladando su foco a través de las rutas que mueven la economía global. El virus no ha llegado hasta nuestras costas ni en patera, ni saltando alambradas de espino, ni a través de las rutas de los refugiados. El virus tampoco se ha propagado a través de la actividad de la gente que vive segregada en los barrios empobrecidos. El COVID-19 ha llegado hasta nosotros viajando unas veces en clase turista, otras en business, por barco, tren o avión. Hospedándose en el cuerpo de las acomodadas clases cosmopolitas, el virus ha estado pasando de mano a mano, de beso a beso, de abrazo a abrazo, de aliento a aliento, de moneda a moneda. Como un polizón invisible, el virus ha estado moviéndose al ritmo de los viajes internacionales aparejados al turismo, el comercio, la educación superior o la política global.

En el desplazamiento del epicentro del virus hacia Europa, podemos observar cómo la cartografía de la epidemia coincide geográficamente con las áreas de mayor actividad económica: París, Milán, Berlín, Londres, Madrid o Barcelona. Ahora sabemos que los casos de contagio ascienden a un ritmo vertiginoso también en Nueva York y California. Entretanto el virus tuvo anteriormente focos de contagio importantes en Shanghái, Hong Kong o Seúl.

Ahora queda por ver quién le pone el cascabel al gato: o el mundo para el funcionamiento del capitalismo o el funcionamiento del capitalismo acabará con el mundo (o al menos con su vida humana). Necesitamos liderazgos globales valientes, empezando por la Unión Europea, para coordinar una estrategia internacional que ordene la suspensión de toda actividad productiva o comercial no esencial. Mientras la actividad económica mundial siga su curso con normalidad, el virus continuará propagándose tal y como lo ha hecho hasta ahora.

Es el momento de que los países aúnen esfuerzos y hagan una inversión como nunca antes, para generar un nuevo paradigma de seguridad humana. En este cambio de paradigma, la sociedad del conocimiento juega un papel determinante. La lucha contra el coronavirus no la ganaremos ni con bulos ni con balas. Esta lucha la ganaremos reforzando nuestro sistema público de salud, dedicando un mayor presupuesto a la investigación científica, y generando modelos de información fiables y responsables.

Las fuerzas políticas y mediáticas de ultraderecha, cual brújula errática, marcan el camino inverso. Sus esfuerzos están dirigidos a construir la sociedad del ruido y a propagar noticias falsas. Cuando no, se dedican directamente a propagar prejuicios y estereotipos racistas, generando desconfianza y odio hacia el prójimo.

La sociedad global se está reconfigurando y somos testigos directos de este decisivo momento. Estamos viviendo una prueba de fuego para nuestra inteligencia colectiva. De nosotros depende. Podemos dar una respuesta a esta crisis social y sanitaria en clave humanista y científica, luchando unidos contra un enemigo común invisible. O podemos volvernos los unos contra los otros, replegándonos en antiguas guerras que explotan las ideologías racistas en un contexto de miedo colectivo.