16.03.2002 / Celia
Sierra tiene 13 años y vive en el campamento de El Vacíe,
en Sevilla.
Los muros del cementerio que preceden el campamento chabolista
de El Vacíe, en Sevilla, han lucido desnudos, sin pintadas revolucionarias
ni procaces ni infantiloides, hasta hace bien poco. Hasta que los niños
aprendieron a leer y escribir y decidieron reproducir listados con sus
nombres para exhibir sus progresos sobre las cercas del camposanto. Celia
Sierra, de 13 años, no ha sido ajena tampoco a la fascinación
por la escritura tardía. Su nombre, y el de su hermana Eugenia,
se repiten junto a la chabola donde vive la familia, grabados con el trazo
tembloroso propio de la falta de soltura. La redacción La Boda
de Juan, que mereció el tercer premio en un concurso de cuentos
organizado por el distrito municipal de la Macarena, revela el reciente
encuentro de su autora con las palabras. Las frases se mecen en líneas
ondulantes. Son cortas y directas, aunque lo más impactante es
el proceso de superación que hay detrás de ellas.
Celia, que aprendió a leer al filo de los 10 años,
narraba la ceremonia nupcial de su hermano con una mezcla de ingenuidad
y precisión: "Levantan a la novia y al novio mis primos, y
nosotros detrás. Tiran almendras y las cogemos y cantamos y eli
y eli; los bajan y la gente baila en un círculo y toca las palmas.
La cantaora, que es mi tía, viene de noche. Levantan después
a la novia. Seguimos comiendo y bebiendo y bailando".
Antes de que el personal del Movimiento por la Paz, el Desarme
y la Libertad (MPDL) comenzara a escolarizar a los menores del poblado
chabolista (han logrado normalizar la asistencia de 120 de los 150 que
hay), Celia daba por hecho que un "4" era la letra "a"
y, desde luego, no había pensado en grabar su nombre sobre ninguna
valla. En su inmensa chabola jamás había entrado una enciclopedia
hasta que, el jueves, agentes de policía aparecieron por allí
con una caja llena de conocimiento. Celia ignora quién es el anónimo
donante que decidió obsequiarla después de enterarse de
la historia de la autora de La boda de Juan. "Me la regaló
el dueño de un sitio donde venden libros", dice la adolescente
después de dedicar varias horas al primer tomo. "Estuvo leyendo
hasta la medianoche", susurraba ayer, casi a escondidas, su madre,
María Elena Santos.
Los padres de Celia, portugueses de etnia gitana que han tenido
ocho hijos, salen adelante con ocupaciones múltiples y precarias.
A veces recogen cartones, a veces venden chatarra y, durante algunos meses,
se echan a la carretera detrás de jornales agrícolas que
les llevan hasta Cataluña, Navarra o la Comunidad Valenciana. Sus
dos hijas pequeñas, Celia y Eugenia, se van con ellos, aunque no
suele interrumpirles el ciclo escolar al coincidir la mayoría de
las campañas con los meses de verano. "A nosotros nos gustaría
que estudiara", dice su madre antes de confesar que la adolescente
percibe cierto rechazo de sus compañeros de pupitre por su origen.
"Se apartan de ella porque vive en El Vacíe", agrega.
El Vacíe es un símbolo lacerante del fracaso
público en la lucha contra el chabolismo. El primer compromiso
roto para erradicar la extrema pobreza del asentamiento fue hecho por
Franco, aún no muy decrépito, durante una visita a Sevilla,
recuerda el representante del MPDL, Pablo Urías. Luego se sucedieron
nuevas promesas ya en tiempos democráticos, con idéntico
resultado nulo.
Celia vive en un submundo donde no existen servicios elementales
y donde las lluvias continuadas, como las últimas, aumentan el
absentismo escolar porque los críos se quedan sin ropa seca para
ir a la escuela. "¿Cómo van a estar los niños
limpios con la miseria que hay?", proclama Antonio Sierra, su padre,
junto a otras vecinas chabolistas. En El Vacíe faltan tanto los
servicios como las oportunidades. Celia Sierra es demasiado pequeña
para saber si tendrá alguna, pero de momento parece sentirse más
cerca del sueño de ser abogada o "señorita". Como
Isabel, su maestra.
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