16.05.2002 / Taraf
de Haïdouks ha popularizado los endiablados ritmos del este europeo.
El auge de la música romaní en Europa
Hubo un tiempo, cuando el sátrapa
Ceausescu gobernaba en Rumania, en que el Gobierno de aquel país
anunció que ya no quedaban músicos gitanos de fronteras
para adentro. La impureza racial era una afrenta intolerable para un régimen
totalitario y sin escrúpulos como aquél. Sin embargo, los
Taraf de Haïdouks ya llevaban por entonces muchas temporadas amenizando
bodas, banquetes y demás festines con sus ritmos endiablados, bailes
en compases irregulares que rondan las doscientas pulsaciones por minuto.
Han pasado 12 años desde la caída y ajusticiamiento sumarísimo
del matrimonio Ceausescu, y sólo en Clejani, la diminuta localidad
natal de los Haïdouks, el número de músicos gitanos
supero los dos centenares. La cantera parece, pues, asegurada.
Taraf de Haïdouks, que podría
traducirse como "la banda de los buenos bandidos" -casi al estilo
de Robin Hood-, se ha consolidado como la formación romaní
acaso de mayor prestigio en todo el mundo.
En la última década les
ha dado tiempo a grabar con Yehudi Menuhin o el Kronos Quartet, e incluso
a protagonizar, junto a Johnny Depp y Christina Ricci, la película
‘The man who cried’. Acaban de grabar en los estudios Abbey Road la banda
sonora de ‘The one and only’, junto a Gabriel Yared, y para septiembre
preparan un proyecto "con uno de los mejores y más conocidos
violinistas clásicos de Norteamérica", aunque un cierto
prurito supersticioso les impide facilitar el nombre.
En su país de origen, pese a
todo, siguen recibiendo más de una mirada de recelo. "La democracia
ha ofrecido a la gente la oportunidad de expresarse con libertad. Por
eso, ahora nos muestran su racismo sin tapujos", espeta Ionel Manole,
acordeonista y arreglista de la banda.
El cuarto y más reciente lanzamiento
discográfico de los Haïdouks, ‘Band of gypsies’, captura las
primeras actuaciones del grupo en Bucarest, donde aún les consideran
"demasiado gitanos". La grabación se desarrolló
durante dos conciertos muy desiguales. "Estábamos en un entorno
desconocido y el primer día nos sentíamos como unos chicos
tímidos", recuerda Manole, conocido con el apodo de Ionitsa.
Y aclara: "La noche siguiente ya todo transcurre de forma mucho más
festiva, como de costumbre...".
Hasta 13 músicos se turnan sobre
el escenario en las veladas de este grupo. Tienen entre 20 y 78 años
y tocan acordeones, cimbalones (el salterio del este europeo), violines
y flautas a unas velocidades inconcebibles. "El público no
puede olvidar que provenimos de la música para bodas, donde la
gente quiere bailar sin descanso. Técnicamente, no tenemos otra
opción que ser virtuosos; incluso el bajista ha de serlo",
explica Ionitsa.
Pese a lo nutrido de la formación,
Taraf de Haïdouks sigue renunciando a la figura del percusionista
y no ha consentido introducir un solo miligramo de electricidad en sus
grabaciones. "Nada lo justificaría. La introducción
de instrumentos modernos está provocando que las músicas
del mundo suenen muy parecidas, que ya no se distinga lo árabe
de lo americano, lo africano de lo indio. Consiguen un sonido muy poderoso,
desde luego, pero sin ningún matiz".
Ionitsa siempre pensó que España,
por su rica y variada tradición musical, constituía una
plaza de difícil conquista. Sus anteriores visitas le han hecho
cambiar de opinión: "Al final, la gente de cualquier parte
del mundo sólo aspira a sentirse feliz. La música gitana
es contagiosa, ayuda a olvidar por un momento los problemas cotidianos.
Y nosotros concebimos los conciertos como si de bodas se trataran: tenemos
la obligación de que ése sea el día más importante
para nuestros invitados".
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