10.01.2006 / Cuando tuvimos conocimiento del horrible crimen cometido en Sevilla en el que la familia de una niña gitana atropellada por un vehículo, la emprende a tiros con el conductor y sin mediar palabra lo deja muerto después de dispararle nueve tiros, se podría tener la sensación de que muy poco se ha avanzado en la promoción de nuestra comunidad en el seno de la sociedad mayoritaria en la que vivimos insertos desde hace tanto tiempo. Y sin embargo sabemos que no es así. Desde la llegada de la democracia a España han sido los propios gitanos los que se han comprometido, a través del movimiento asociativo, en una lucha justa y comprensible por superar siglos de abandono, de analfabetismo y de marginación de la que, ciertamente, no han sido ellos los principales culpables.
Pero aún quedan reductos de población gitana para quienes parece que el tiempo y los esfuerzos realizados no cuentan. Ellos viven no sólo al margen de la ley de los “payos” sino incluso al margen de la “ley Gitana”. Porque la ley gitana no aprueba el comportamiento salvaje de los asesinos del conductor sevillano como tampoco contempla el que la venganza y el ojo por ojo sea la única forma de dirimir entre nosotros nuestros conflictos.
Desde la Unión Romani queremos manifestar nuestro más sincero pesar a la familia de don Gaspar García que, por lo que sabemos, era un hombre bueno que a punto de jubilarse acudía tranquilamente a su trabajo. Tuvo la desgracia de que se cruzaran en su vida unos desalmados que le arrebataron la vida de la forma más injusta e ignominiosa.
Hechas estas consideraciones que surgen de lo más profundo de nuestros sentimientos, nadie debe confundir la defensa que desde nuestra organización hemos hecho siempre de los inocentes. Los crímenes no los cometen los pueblos sino las personas que lo integran. Y no puede haber mayor injusticia que hacer pagar a los inocentes las culpas de los crímenes que han cometido otros.
Que nadie confunda cual es nuestro compromiso sobradamente demostrado a lo largo de muchos años. Con la misma firmeza con que condenamos los actos incívicos, los atropellos y los crímenes, sean quienes sean sus autores, defendemos el sagrado principio constitucional de la presunción de inocencia de todos los ciudadanos, sean estos gitanos o no. El incalificable crimen de Sevilla tiene unos autores con nombre y apellidos. Caiga sobre ellos todo el peso de la Ley. Pero ese crimen no lo ha cometido el pueblo gitano. No lo han cometido nuestros hijos que van a la escuela ni nuestros jóvenes que tímidamente empiezan a frecuentar la Universidad.
Por todo esto, una vez más, debemos hacer un llamamiento a quienes tienen la capacidad y el poder de crear opinión en nuestro país. Ahora lo fácil es decir que todos los gitanos somos iguales y que nos regimos por códigos primitivos donde la venganza y el odio son las reglas supremas de nuestra convivencia. Lo difícil es, por el contrario, dar la cara hoy por un pueblo que aún padece casi un 50% de analfabetismo, que en su gran mayoría vive en las afueras de las grandes ciudades en suburbios inmundos, o en auténticos guetos de marginación y de miseria.
Hoy, más que nunca, necesitamos a opinantes que animen a los jóvenes gitanos que quieren avanzar codo con codo con el resto de los chicos y chicas “payos” de su edad. Solicitamos comentaristas que defiendan a las niñas gitanas que desean ir a los institutos y que quieren luego vivir una vida similar a la de las jóvenes no gitanas. Reclamamos que se tenga por nosotros, por nuestros hijos y por nuestras familias el mismo respeto que la Constitución consagra en su art. 18 al “garantizar el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”. Pero, por desgracia, lo que tenemos ante la vista son algunos artículos periodísticos insultantes y demagógicos contra todo el pueblo gitano y centenares de correos electrónicos donde lo menor que se nos desea es que Hitler vuelva y nos lleve a todos a las cámaras de gas.
Bien sabemos que hoy hemos dado un lamentable paso atrás en el camino de nuestra lucha diaria por conseguir una convivencia pacífica y respetuosa, desde nuestra propia gitanidad que no debe estar reñida con nuestra común condición de españoles. Bien sabemos que el crimen de Sevilla, como el atropello de Farruquito, pesarán como dos terribles losas sobre nuestros hombros durante mucho tiempo. Y lo más triste del caso es que mientras que existan gitanos cuyos comportamientos sean más propios de la ley de la jungla que de pueblos civilizados, serán ellos, pero sólo ellos, los principales culpables de que los esfuerzos que estamos realizando la inmensa mayoría de los gitanos españoles se estrellen injustamente contra la barrera racista de quienes opinan que todos los gitanos somos unos salvajes.
JUAN DE DIOS RAMÍREZ-HEREDIA
Presidente de la Unión Romani
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