La Conferencia de Uppsala, un nuevo paso hacia la
normalización del romanò.
Editorial O TCHATCHIPEN nº 57, enero-marzo 2007

     21.02.2007 / Los pasados días 7 al 10 de enero se ha celebrado en las ciudades de Estocolmo y de Uppsala una Conferencia sobre la lengua gitana. El título del evento no podía ser más clarificador: “Una lengua sin fronteras”. Y efectivamente, desde esta perspectiva se ha trabajado intensamente a lo largo de los días que duró la Conferencia. Nosotros vamos a intentar, desde las páginas de NEVIPENS ROMANI y de O TCHATCHIPEN, así como desde el espacio virtual de nuestra web www.unionromani.org, ofrecer a todas las personas interesadas la mejor y más completa información sobre lo que allí se dijo y el alcance que las resoluciones allí tomadas pueden tener para el futuro inmediato de nuestra lengua. De esta forma, desde la objetividad más comprometida, deseamos que sean los propios lectores quienes saquen sus propias conclusiones.
    No obstante, quisiera esbozar aquí algunas consideraciones de carácter personal con las que contribuir, de alguna forma, al enriquecimiento de las diversas opciones que sobre este controvertido tema se puedan tener.
    En primer lugar quiero destacar el clima amable y respetuoso con que se celebraron los debates. Incluso cuando las discrepancias aparecieron. Cosa extraña, porque las discusiones lingüísticas han sido a lo largo de la historia, motivos de crueles enfrentamientos. Desde quienes vinculan la “pureza de la raza” a la “pureza del idioma” a quienes pretenden imponer “por la fuerza” de discutibles razonamientos científicos lo que no es más que una particular interpretación de una parte de la realidad. Para algunos ni siquiera Ferdinand de Saussure podría ser tomado como elemento de autoridad. Para este gran investigador, que es sin duda el fundador de la lingüística moderna, la lengua, el idioma, es la viva voz, es decir, lo que la gente habla. La escritura está subordinada al idioma porque es una mera transcripción de lo que la gente habla en la calle.
    Pero ahí comienzan las complicaciones: ¿cómo representar con garabatos eso que hablamos? La escritura es una convención, no la esencia de las palabras... Así se expresa, con una evidente carga crítica, Roberto Hernández Montoya, que es experto en análisis del discurso, columnista en varios medios y profesor de postgrado de la Universidad Central de Venezuela: “Pero la escritura se ha endiosado y por eso llamamos precisamente Escrituras los textos sagrados. Lo escrito tiene un carácter mágico y por eso Ángel Rosenblat nos legó dos textos magistrales que siempre debiéramos considerar para estas cosas: Sentido mágico de la palabra y El fetichismo de la letra. De allí que movilizar la escritura sea tan difícil, sobre todo con guardias tan nerviosos. No duermen nunca. Por eso dicen que es preferible un malvado a un necio, porque el malvado descansa.”
    La estandarización del alfabeto romanó ocupó buena parte de nuestras discusiones, a pesar de que ya contábamos con el gran paso que supuso el alfabeto que surgió del IV Congreso Mundial Gitano celebrado en Varsovia en el año 1990. Es verdad que en la Conferencia de Uppsala todo transcurrió por los límites naturales de la buena educación y del simple contraste de opiniones, pero en el fondo, el verdadero caballo de batalla está en la forma definitiva que adquiera el alfabeto del que todavía hoy no se ha dicho la última palabra.
    Y no es una discusión absurda. Posiblemente desde la publicación del Curso de Lingüística General de Saussure, allá por el año 1915, hasta las aportaciones de Claude Levi-Strauss, la forma de la escritura ―es decir, el alfabeto― forme parte esencial del conocimiento que se tiene de como la sociedad está estructurada y en base a qué está estructurada. Fue precisamente este importante antropólogo francés quien desarrolló la teoría del estructuralismo como una derivación de la lingüística estructural hasta entonces conocida a la etnología. La clave del pensamiento de Strauss, dice José Herrero,  está en que se aleja del concepto funcionalista de estructura dándole este nuevo giro sobre la base de la lingüística.
    Reconozco que puede ser apasionante para el sociólogo, para el antropólogo y muy especialmente para los lingüistas el adentrarse en este espacio de la mente gitana para llegar a descubrir, por medio de su escritura, su verdadero pensamiento. Al fin y al cabo, Levi-Strauss sostiene que las estructuras del lenguaje humano son equivalentes a las de la sociedad y que esas estructuras se descubren a través de las representaciones de éstas, tal como se dejan ver en la escritura, en los mitos y en las leyendas.
    Muy pocos intelectuales ponen en duda hoy el papel relevante que juega Marcel Courthiade en la difusión y adaptación de la lengua gitana a los tiempos que corren. En la Conferencia de Uppsala tuvo oportunidad de poner de manifiesto una vez más su indudable sabiduría, que, precisamente por ser valiosa, no está exenta de críticas no siempre bien fundadas. Fue precisamente Courthiade quien propuso una Resolución, ampliamente respaldada por los asistentes a la Conferencia, en relación con la ortografía romaní y su adecuación a las nuevas tecnologías, especialmente las relacionadas con la informática y con  internet.
    La presencia en esta Conferencia de algunas de las personalidades más relevantes de la investigación y la difusión del romanó en los ámbitos universitarios ―Thomas Acton, Hristo Kyuchukov, Jorge Fernández Bernal, Gheorghe Sarau, Trajko Petrovski, etc.― supuso un altísimo valor añadido al rico y apasionante programa que con tanto acierto había diseñado el profesor Gregory Dufunia.
    Sugiero al lector interesado la lectura de mi ponencia defendida en Södertörn bajo el título “La dramática situación del romanò en España. Un controvertido reto para su recuperación”, y que se publicará próximamente. En ella se recogen unos sencillos planteamientos sobre el presente y el futuro de la lengua gitana en España que están inspirados más por el voluntarismo que por unos planteamientos de rigor academicista tan caros a los guardianes del idioma. He intentado, y seguimos intentándolo quienes desde la Unión Romaní estamos empeñados en recuperar el viejo romanó, partir de la base de que “La lengua es lo que es aquí y ahora, no lo que fue, cuya averiguación es cosa de sabios, muy interesante y esclarecedora, pero que puede convertirse en una interferencia si se la pone donde no es útil, como en la ortografía”, dice Hernández Montoya. El camino que deben seguir las reformas ortográficas, dice este ilustre profesor, es obvio y claro: si un sonido es representado por dos o más letras, elegir entre éstas la que represente aquel sonido solo, y olvidarse sencillamente de las demás. Lo contrario sería empecinarse en mantener una absurda confusión que da lugar al encaprichamiento de la presente neurosis ortográfica.
    De todas formas, en España, nos queda todavía una dura y larga batalla por librar que esta vez no será contra los cancerberos del idioma. Ahora nos toca pelear contra los poderes públicos empeñados todavía en no reconocer el romanó como lengua del pueblo gitano y por tanto como una riqueza más de los diferentes idiomas que se hablan en España. En 1986, El Gobierno, el Congreso de los Diputados y el Senado se adhirieron a la Declaración de los Derechos Lingüísticos. Derechos a los que, lamentablemente, los gitanos españoles todavía no hemos tenido acceso.

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