27.01.2009

Día internacional del Holocausto: Una foto se perdió en el tiempo

Por Silvia Rodríguez

Hace algunos años que la vi. Paseaba por mi querida ciudad, mi adorado Berlín. Apenas llevaba dos meses viviendo allí, y el verano empezaba a retirarse en silencio. Una ciudad con tanta historia merece que cada persona que tenga la suerte de caminar por ella pueda adentrarse en sus huellas, para entender este pasado tan cercano que nos rodea y nos malea la vida, aunque no siempre nos parezca nuestro.

Me acerqué con expectación hasta la Topografía del Terror, una exposición que, sin tapujos ni eufemismos, destapaba los horrores de la Alemania nazi en las mismas ruinas que quedaron en pie de los edificios que dirigieron el terror durante aquellos años indecentes. Allí, en medio de los tabiques desgajados por las bombas aliadas, las fotos se sucedían una a una como un vestigio inequívoco del tiempo más aberrante para la condición humana.

Las fotos me horrorizaban. Miles de caras desconocidas parecían aún chillar de miedo, sumidas en el pánico atroz del miedo y la humillación. Otras imágenes retrataban los hirsutos militares recorriendo las calles nevadas y vacías de un Berlín desconocido, salvaje y despiadado. Buscaban rastros de vida, aunque sabemos que esos perros sólo buscaban muerte. También aparecían las caras de los déspotas que diseñaron la matanza más despiadada hasta entonces vivida. Sus caras denotaban ese aire infernal del que se mancha de sangre sabiendo que lo hace por el placer inconcebible de destrozar el alma.

Después, más fotos del gueto de Varsovia, de las deportaciones, de los campos. Son imágenes que todos podemos imaginar, porque antes o después la historia nos las muestra horrorizada. Pero de todas esas fotos, no puedo olvidar una por encima de las demás. Era la única en la que la persona retratada aún miraba con viveza y con sentimiento orgulloso. La única en la que quedaba una pizca de dignidad, un mínimo de entereza. Era la imagen en primer plano de un gitano de la antigua Checoslovaquia el día en que iba a ser deportado a cualquiera de los múltiples campos del horror que Hitler esparció por sus dominios. Ese gitano permanece grabado en mi retina, y pienso a menudo que es la única persona a la que le puedo poner una cara dentro de la barbarie, y cuando algún recuerdo remite al Holocausto, rápidamente pienso en ese gitano tan noble, que miraba a su verdugo con la cara bien alta, orgulloso de pertenecer al pueblo que le dio el destino.

Fueron seis millones de víctimas. Pero ese gitano se convierte para mí en las seis millones de víctimas, y entonces importa bien poco si era gitano, judío, homosexual o anarquista, porque todos fueron víctimas de la calaña y del despótico propósito de un loco y por supuesto, de todos los que lo avalaron con su silencio. Ese gitano, del que nunca sabré su nombre, mostraba su brazo tatuado. Era su número dentro del crimen, dentro de la humillación. Con su gorro ladeado, miraba impasible a través de la cámara, y consiguió mirar a través del tiempo, y hoy, como ayer, como el día en que esa foto llegó a mi vida, consiguió derrumbar el olvido y rescató a su pueblo, y a todos los seres que si son humanos, de la crueldad.

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