16.02.2009

Y el sueño se hizo realidad

Por Antonio Vargas

En Washington, ante la cúpula del Capitolio el pasado 20 de enero, había, dicen, más de tres millones de personas, y muchas de ellas (lo vimos en la pantalla de televisión) con lágrimas en los ojos. Yo creo, personalmente, que había muchas más: seguramente decenas e incluso, quizás, cientos de millones de seres humanos emocionados. Unos presentes, de alguna manera, en carne y hueso, porque aún nos encontramos físicamente sobre este planeta nuestro. Otros, los más, sólo se encontraban presentes espiritualmente y, a partir del momento en que Barack Hussein Obama prestó juramento como 44º Presidente de los Estados Unidos de América, pasaron de ser almas errantes, a descansar para siempre en el Paraíso reservado a las buenas almas que en vida sufrieron la opresión y el desprecio de sus ¿semejantes? , y lucharon, cada una en el lugar que ocupó, por conseguir una vida digna para ellos y los suyos.

Siglos de esclavitud, de desprecio de los seres humanos de raza negra por parte de los soberbios y autosuficientes hombres blancos, que los desarraigaron de su África natal, los separaron de sus familias y los esclavizaron. Años de nativos americanos- los llamados “pieles rojas” despojados injustamente de sus tierras ancestrales, y separados  de sus tradiciones y de su forma de vida por el usurpador, y supuestamente “civilizado” hombre blanco.  Años de hispanos que atravesaron a nado el Río Grande y llegaron a su tierra de promisión con las espaldas mojadas, sólo para ser despreciados por los “gringos”.

Pero había presentes en aquella explanada más almas estremecidas. Allí estaban- y estábamos- presentes los seres humanos que pertenecemos a todas las etnias que han sido y son aún hoy en día, de alguna forma, dominadas por las razas y civilizaciones supuestamente “superiores”. Allí estábamos también los gitanos, porque también nuestros abuelos- y nosotros- sabemos de desprecios sufridos, de ser contemplados por encima del hombro, de negársenos el pan y la sal, de hacérsenos el cerco cuando llegábamos a algún sitio, de naquerar a nuestras espaldas cuando nos dábamos la vuelta.

Sí. Allí estábamos también nosotros los gitanos, que tanto sabemos de estas cosas. Por eso la investidura de nuestro hermano Barack Obama (¿No somos hermanos todos los seres humanos?) es un motivo de alegría también para nosotros. Un mestizo, (como yo mismo), en su caso hijo de un hombre negro keniata y una mujer blanca norteamericana, es el actual presidente del país más poderoso del mundo. Lo primero que ha firmado ha sido la revisión de los procesos celebrados en el ilegal campo de prisioneros de Guantánamo. Suerte a él y deseos de que le dejen hacer todo lo bueno que se proponga.

El alma de un ministro de Dios de raza negra, el Reverendo Martin Luther King, estaba especialmente emocionada, porque hace muchos años dijo: “I have a dream”. Y relató cuál era ese sueño suyo, que en aquel momento parecía imposible que se fuera a cumplir. Pues bien, el pasado 20 de enero empezó a cumplirse. Ojalá siga así, y no se cumpla sólo con nuestros hermanos los negros de los Estados Unidos, sino con todas las etnias, pueblos y culturas que han tenido y tienen ese mismo sueño.

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