01.04.2011

Cómo desintegrar un prejuicio

Por Manolo Saco 

En la postguerra circulaba un chascarrillo sobre aquella Guardia Civil ultramontana que, cuando te detenía, formaba en el cuartelillo su particular “prejuicio”, a hostia limpia, antes de ponerte en manos del juez. Se contaba que tras una redada a un grupo de gitanos (para ellos, sinónimo de chorizos), y tras requisar varias navajas, a uno de ellos sólo le encontraron 50 céntimos en el bolsillo. “Conque ahorrando para una navaja, ¿eh?”, le gritaba el sargento chusquero mientras le incrustaba el puño en el estómago.

El prejuicio era, sobre todo, un juicio de intenciones, y el método perdura hasta hoy, por más que Fukushima o Chernobil nos recuerden lo peligroso que puede resultar eso de andar por ahí desintegrando átomos. La Audiencia Nacional acaba de anular la orden ministerial del canon que grava los soportes susceptibles de almacenar cualquier tipo de información que devengara derechos de autor. La SGAE, con el prejuicio de que todos somos unos chorizos en potencia, se había convertido en el vivo retrato de aquel guardia civil, y cuando te comprabas un cd te gritaba en el cogote: Conque acaparando cedés para duplicar discos de los Beatles, ¿eh?

Vistos los resultados, sería bueno que no perdiésemos el juicio por culpa de los prejuicios.

 

(*) Parte de su escrito publicado en su blog en PUBLICO.es

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