15.11.2013 - SEVILLA Expulsión y fiesta de los gitanos de Triana | |
“El día de los cristales rotos”. De esa forma tan plástica recuerda la bailaora Matilde Coral la fecha de la expulsión de los gitanos del barrio de Triana. Allí llevaban viviendo puede que cuatro siglos en un ejemplo de convivencia e integración, pero a finales de los años cincuenta del pasado siglo se decretó su expulsión. Sobre ese espacio, que fuera un arrabal en la margen derecha del río Guadalquivir, existían innegables intereses de carácter especulativo, aunque tampoco se ocultan otras razones de tipo ideológico con un inconfesable tufo racista. Con el objetivo de una pretendida integración, que ya existía, se trató de justificar una dispersión que solo produciría efectos contrarios e indeseables. Los gitanos habitantes de Triana, herederos en su mayoría de dinastías de herreros, tenidas por la aristocracia de esta etnia, fueron perdiendo identidad en la diáspora y Sevilla perdió, quizás para siempre, lo que el productor Ricardo Pachón denomina su swing flamenco. A Pachón le ha acompañado durante gran parte de su vida la pasión de registrar cuanto veía y oía. Allá donde ha ido, y ha ido a muchos sitios, ha llevado consigo un magnetofón o una cámara; intuyendo quizás la necesidad de dejar grabadas para la posteridad manifestaciones que con el tiempo devendrían en históricas. Por eso el 28 de febrero de 1983 estaba en el Teatro Lope de Vega. Ese día, más de 20 años después de su expulsión, se reunían los gitanos de Triana para una gran fiesta en la que tomaron parte miembros de las principales familias del barrio. Fue un momento irrepetible, con gitanos en el escenario y en la platea, por lo que la reunión borró los límites escénicos para convertirse en una celebración colectiva que, afortunadamente, quedó grabada. No lo hizo personalmente Pachón, sino que consiguió que lo hiciera una empresa pagada por la Diputación sevillana. Él, por su parte, se encargó del sonido. Ambos registros, imagen y sonido, durmieron muchos años en un estante del archivo de Ricardo hasta que un día decidió desempolvarlos y darles vida. Para ello se asoció con el realizador Gervasio Iglesias, de La Zanfoña Producciones. Un trabajo conjunto de 12 meses ha dado como resultado el documental Triana pura y pura que se estrena este viernes en Sevilla (Teatro Lope de Vega, 21.00) dentro del Festival de Cine Europeo. Hasta aquí llega después de haber recibido el VII Premio Imaginera del concurso de creación documental sobre la memoria de Andalucía que convoca el Centro de Estudios Andaluces. La obra también fue premiada a principios de este mes en el In-edit Festival de Barcelona como mejor documental musical nacional.
La producción, que se presenta en el Festival de Cine Europeo de Sevilla, ha obtenido ya Dos premios nacionales Tres décadas después, más de cincuenta años desde su expulsión, los viejos trianeros vuelven al Lope de Vega y, a tenor de los galardones que avalan su regreso, con la misma fuerza que mostraron aquel 28 de febrero de hace de 1983. La fiesta grabada en ese coliseo es la base del documental, una reunión que, en opinión de Pachón, muestra “lo que ya no hay“, pues tiene la autenticidad del flamenco que surge en una reunión íntima. El recurso podría parecer excesivo, porque en la escena se juntaron más de veinte artistas y los espectadores pasaron de 700, pero el productor explica que entre unos y otros se produjo lo que denomina una “comunicación circular”, en oposición a la “comunicación frontal” propia de los conciertos de cualquier otra disciplina: “Todo el mundo estaba dándolo todo en el escenario, a muerte. Con una levísima conciencia de la existencia de público”. En ese contexto surgen realmente elementos de comicidad y de erotismo que hoy son muy difíciles de encontrar, quizás porque, de la misma forma que han desaparecido los corrales de vecinos, se ha perdido “la poca vergüenza de los viejos que protagonizan esta última lección magistral”, en palabras del productor. A las imágenes de la fiesta se le han añadido los resultados de una exhaustiva documentación sobre el proceso de expulsión, una parte de la historia de Sevilla que, en opinión de los productores, es casi desconocida para la ciudadanía. Fotos en blanco y negro y fotogramas rescatados se alternan con los testimonios de personas que vivieron en primera persona los hechos, como la bailaora Matilde Coral o José Lérida, propietario de El Mantoncillo. También Manuel Molina o Raimundo Amador, que aunque no fueran testigos directos, sí que sufrieron en sus carnes las consecuencias del desalojo que supuso el principio del fin de lo que Coral califica como “una estirpe indomable”
(El País) |