01.09.2015 - OPINIÓN

Los camiones de la muerte, convertidos en cámaras de gas

Por Juan de Dios Ramírez-Heredia

Un ‘Gaswagen’ se oxida en el campo de concentración de Chelmno / Kennislinks

No lo he podido evitar. La noticia de los 71 cadáveres encontrados en el interior de un camión abandonado en la autopista que une Viena con Budapest, en el corazón de Europa, me ha conmocionado en el recuerdo de los centenares de miles de personas que murieron en el interior de los camiones especialmente diseñados por los nazis durante la II Guerra Mundial.

Hace unos años, Henar Corbi, una mujer admirable que ocupaba un puesto de responsabilidad en la Casa Sefarad en Madrid, me invitó a realizar un viaje de estudio de una semana por los campos de concentración y exterminio más importantes ubicados en Polonia. Es una experiencia que no olvidaré nunca, sobre todo porque fuimos dirigidos durante todo el tiempo por Mario Sinai, antiguo profesor judío que había realizado ya este itinerario 60 veces. Sí, 60 veces, y aún así no podía evitar las lágrimas cuando nos llevaba al interior de las cámaras de gas, de la misma forma que se quedaba en la puerta de los barracones de Auschwitz, paralizado ante la contemplación de los escenarios que fueron testigos de tanto sufrimiento y tanta tragedia.

Aquellas imágenes siguen agolpándose en mi recuerdo con la misma fuerza que cuando las veía por primera vez. Contemplar los campos de exterminio de Treblinka, caminar por el Bosque de Lupojova donde miles de seres humanos fueron conducidos para ser asesinados y sepultados en enormes fosas comunes, ver horrorizado las cámaras de la muerte de Majdanek, de Auschwitz-Birkenaw, constituye una interminable escena de terror que hoy, gracias al cine, a la televisión y a internet está al alcance de todo el mundo. Por esa razón, para cualquier persona con un mínimo de sensibilidad, decir Holocausto es identificar al pueblo judío, al pueblo gitano y a muchas otras minorías con los campos de exterminio y con las cámaras de gas.

Sin embargo muy poco se ha hablado de los camiones de la muerte. Camiones convertidos en cámaras de gas rodantes. Terribles elementos de transporte donde los prisioneros eran introducidos a la fuerza para luego cerrar herméticamente las puertas al tiempo que se introducía en el interior, mediante una tubería, los gases que salían del tubo de escape del motor del camión, convertido en monóxido de carbono, que acababa rápidamente con las vidas de aquellos desgraciados.

¿Quién iba a decirles a los 71 emigrantes que entraron confiados y apretados en el camión abandonado en Austria que morirían como miles de judíos, gitanos, discapacitados o enfermos en camiones especialmente preparados para exterminarlos?

Los camiones de la muerte fueron anteriores a las cámaras de gas. Los nazis empezaron a exterminar con gas venenoso a aquellos a quienes consideraban “indignos de vivir” porque tenían alguna enfermad mental o padecían alguna limitación física. Para su exterminio acondicionaron fantasmagóricas instalaciones en Bernburg, Brandenburg, Grafeneck, Hadamar, Hartheim y Sonnenstein. Allí los exterminaban asfixiándolos con monóxido de carbono puro fabricado químicamente.

Hasta la invasión de Rusia llevada a cabo por los alemanes en junio de 1941 los asesinatos masivos ordenados por los nazis se llevaban a cabo mediante fusilamientos, cosa que realizaban los Einsatzgruppen  que eran algo así como “equipos móviles de matanza”. Pero cuentan que hasta matar causa fatiga y cansancio ya que fueron algunos miembros del Einsatzgruppen quienes se quejaron cansados de fusilar a tantas mujeres y tantos niños.
Y aquí interviene, una vez más, la mente diabólica del Reichsführer Heinrich Himmler, segunda autoridad de Alemania, Jefe supremo de las SS, y creador de la Oficina de Raza y Asentamiento de las SS para determinar la pureza racial y certificar si una persona era alemana o no. Himmler dio orden de que se idearan métodos más rápidos y eficaces que el de fusilar masivamente a la gente. Y así nació y se desarrolló el  Gaswagen, terrorífico camión destinado a dar muerte rápida a miles de judíos y de gitanos. 

Fueron las fábricas de Diamond, Opel Blitz y Renault las que fabricaron un camión de medianas dimensiones, de 3,5 toneladas, con capacidad para gasear en cada carga a 50 personas. Terrible rentabilidad que fue acrecentada por la fábrica Saurer, que desarrolló un modelo más grande, de cinco toneladas de carga útil, lo que permitía asesinar cada vez que abría sus puertas a unas 70 personas. Estos temibles camiones de la muerte eran conocidos también con los nombres de Sonder-Wagen, Sonderfahrzeug, Spezialwagen, y S-Wagen.

Los malditos Einsatzgruppen gasearon a cientos de miles de personas, principalmente judíos, gitanos y enfermos mentales. Hay un dato escalofriante. Con los camiones fabricados por la Saurer fueron gaseados en la Europa oriental unas 400.000 personas. Pero Himmler y sus SS entendieron que con camiones no acabarían nunca con todos los judíos y gitanos de Europa y ordenó la construcción masiva, especialmente en territorio polaco, de los campos de exterminio con el fin de  alcanzar cuanto antes la “solución final”. Pero fue en el campo de Chelmno y en el área de Lodz en Polonia donde está documentado que decenas de miles de gitanos fueron exterminados en camiones de gas móviles.

Estos días estamos viendo imágenes estremecedoras de padres abrazando con fuerza a sus pequeños hijos mientras intentan atravesar fronteras, cruzar vías de tren, o zarpar en barcos que debían estar en el desguace. En algunos lugares la policía les impide el tránsito, en otros ponen en peligro sus vidas tomando casi al asalto trenes de mercancías. Pero nunca pudieron imaginar, ni yo tampoco, que cuando se cumplen 70 años de la liberación de los supervivientes de Auschwitz, casi un centenar de inocentes fueran a encontrar la muerte por asfixia encerrados en la caja de un camión. Parece como si todavía estuviésemos sumergidos en el tornado de los años cuarenta que costó a la humanidad más de 30 millones de muertos.

 

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