21.11.2016 - OPINIÓN

En Jerez no hay “payos”

Por Juan de Dios Ramírez-Heredia

Me ha encantado el artículo de Eloy Baztarrica publicado en ‘Lavozdelsur.es’. Y el título de su artículo ‘En Jerez no hay payos’ merecería una referencia en alguno de los tratados de antropología cultural que estudian nuestros jóvenes en las universidades españolas. Por cierto, que hace muchos años yo dije una especie de chorrada –y el artículo de Eloy Baztarrica no lo es– al afirmar que “yo no sé si los gitanos están andaluzados o los andaluces están agitanados”. Pensamiento que siempre ha encontrado una crítica favorable y hasta la he visto escrita por algún sociólogo que ha querido glosar su intencionalidad. Lo que no me hace olvidar que en nuestra tierra se han dado los casos más sangrantes de violencia racista contra los gitanos. Agresiones criminales que me han obligado a ponerme la toga para defender a los atacados y conseguir la condena de los malnacidos racistas.

Yo no soy de Jerez, pero casi toda mi familia lo es. Y soy gitano por la Gracia de Dios. Nací en Puerto Real, precioso pueblo marinero bañado por el Atlántico. Y soy sobrino de la Paquera, porque la Paquera y mi madre eran primas hermanas. Y llevo toda mi vida pregonando que “ni el payo (horrible palabra que oí por primera vez cuando salí de Andalucía. En mi familia nunca se ha dicho “payo”, se dice “gachó”) es más que el gitano ni el gitano es más que el payo”. Y soy de izquierda, si se me permite esta simplista definición, porque soy socialista. Un viejo militante que habiendo sido diputado durante 23 años continuados sigue creyendo que vivimos en una sociedad profundamente injusta, donde existen diferencias abismales entre unos pocos que lo tienen todo y una inmensa mayoría que carece de casi todo. Y puedo aducir a mi favor que ostento dos títulos de legitimidad para justificar mi militancia: Los que proceden del estómago y los que vienen de la inteligencia. Mi infancia y primera juventud se desarrollaron en el último escalón de la vida donde lo único que existe es el hambre, el frío, la miseria. Noches enteras soñando con unos mendrugos de pan duro que mi pobre madre, viuda entonces, ablandaba sumergiéndolos en una taza de café “rejervio”. Luchar contra esa terrible injusticia sigue formando parte de mi impulso revolucionario. Pero igualmente mi pensamiento quedó modelado por la cabeza, por la inteligencia. En los Salesianos de Puerto Real –¡Qué curioso!, ¿verdad? – empecé a distinguir entre lo que representaba el marxismo-leninismo, garante de las libertades reales; el liberalismo, máximo defensor de las libertades formales; y el fascismo que a la postre es la negación de todas las libertades. Y así descubrí el socialismo. Un modelo de sociedad que hace posible la defensa prioritaria de las libertades reales sin necesidad de suprimir el resto de las libertades.

He hecho las anteriores consideraciones porque me han preocupado algunas de las manifestaciones que algunos lectores han hecho contra lo que expresa Eloy Baztarrica en su artículo. Raymond Aron, que sabía mucho de Alexis de Tocqueville y de Karl Marx insistía en que nadie puede arrogarse el derecho de decir la última palabra, y añadía: “y no podemos juzgar a nuestros adversarios como si nuestra propia causa estuviera identificada con la verdad absoluta.” He leído a Eloy Baztarrica y me he visto reflejado en algunos de sus párrafos. “Nací en un sitio en el que la palabra ‘gitano’ no tenía ninguna acepción despectiva. Me eduqué en el aula de un colegio público donde no sabía la etnia de nadie. Somos un ejemplo de integración para el mundo. (…) He tenido compañeros con la piel más oscura, con rasgos ‘agitanados’, que ni siquiera eran gitanos y rubios con los ojos azules que sí lo eran. Nunca diferenciamos entre un tono u otro de tez. Somos jerezanos, ni payos ni gitanos, jerezanos”.

¿Y sabe Eloy Baztarrica y quienes le contradicen por qué, entre otras cosas, Jerez es así? Porque Jerez es la ciudad bendita de los gitanos. No lo digo yo, lo dijo con palabras que olían a sudor y a muerte anunciada, Federico García Lorca cuando escribió su famoso Romance a la Guardia Civil Española que fue, posiblemente, el que le costó la vida:

 

Cuando llegaba la noche,

los gitanos en sus fraguas

forjaban soles y flechas.

Un caballo malherido,

llamaba a todas las puertas.

Gallos de vidrio cantaban

por Jerez de la Frontera.

 

Agua y sombra, sombra y agua

por Jerez de la Frontera.

¡Oh ciudad de los gitanos!

En las esquinas banderas.

Apaga tus verdes luces

que viene la benemérita.

¡Oh ciudad de los gitanos!

¿Quién te vio y no te recuerda?

Dejadla lejos del mar, sin

peines para sus crenchas.

 

Lo que ha escrito Eloy Baztarrica lo podría haber escrito igualmente Federico. De otra forma no se entendería lo que el famoso poeta granadino dedicó a otro jerezano singular, Manuel Torre, el ‘Niño de Jerez’ de quien dijo que era “el hombre de mayor cultura en la sangre que he conocido”.

Y yo, una vez más, me siento identificado con las siguientes frases del articulista: “Hay cosas que son solemnes, mundanas que rozan lo divino. Cosas que conllevan una responsabilidad y unos galones. Ser esto o lo otro, vivir así o asá. Ser jerezano es más que un gentilicio, es ir a caballo sin haber montado en tu vida, saber brindar siendo abstemio, remangarte la chaqueta por el lado y dar dos taconazos, y quedarte tan ancho”.

Y para terminar déjenme añadir una brevísima consideración al título del magnífico artículo que comentamos: Dice Eloy Baztarrica: ‘En Jerez no hay payos’. Y lleva toda la razón, en Jerez no hay “payos” porque en Jerez todo el mundo es gitano.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia

Abogado y periodista

Doctor Honoris causa por la Universidad de Cádiz

 

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