28.08.2017 - COMUNICADO

La “mala bají” de los gitanos agredidos en Fortuna (Murcia)

Los gadchés (payos) quisieron linchar a los gitanos

 


El somatén


He querido titular este relato haciendo referencia al contraste que supone “la mala fortuna” (tchorrí bají) que han tenido algunas familias gitanas que habían ocupado ilegalmente, por lo visto, unas viviendas en una localidad murciana que lleva por patronímico el precioso nombre de Fortuna. Todos los gitanos hacemos uso del término “fortuna” o de sus sinónimos “suerte”, “felicidad”, “abundancia” (bají, baxt, baxtalipen), de tal manera que el saludo más tradicional de todos los gitanos del mundo es decirnos cuando nos encontramos, o nos despedimos, “te avés báxtalo” que quiere decir “que seas feliz”, “que tengas fortuna”.

Pues no ha sido así para las ocho familias gitanas que se instalaron hace más de un año y medio en unas casas vacías que hay tras el Instituto de la localidad. Y a partir de aquí ya se pueden imaginar el resto. Estas familias fueron acusadas de alterar la pacífica convivencia ciudadana, siendo la acusación más importante a la que hemos tenido acceso la de que “abrían los coches para robar”. Curiosa acusación porque hoy en día ya nadie abre los coches porque ya no hay nada en ellos que robar. Hace años era un reclamo los radiocasetes. Hoy ni siquiera eso tiene atractivo para los cacos. Cuando un delincuente abre un coche, si puede, lo hace para llevárselo.

Pero los muy intrépidos ciudadanos de Fortuna, molestos con la vecindad de estas familias, decidieron constituirse en un “grupo de acción ciudadana” que por sus consecuencias nos ha recordado más al viejo y trasnochado Ku Kux Klan que al cuerpo paramilitar que los catalanes denominaron “somatén”, palabra del catalán “som atent” (estamos atentos), que gozó de la protección de la dictadura del general Primo de Rivera y del consentimiento del general Franco. El Somatén quedó disuelto con la llegada de la democracia a España en 1978.

Pero algunos vecinos de Fortuna decidieron constituirse en “grupo de acción ciudadana” para ejercer de policías y de jueces en la defensa de lo que ellos pudieran entender que las autoridades legítimas del lugar no lo estaban haciendo adecuadamente. Y decidieron actuar, impulsados por el hecho de que un miembro de las familias gitanas “okupas” se enfrentó a un socorrista de la piscina del pueblo. El hecho trascendió y el ayuntamiento denunció al gitano camorrista “por alterar el orden público y gritar”. El mismo alcalde de Fortuna, don José Enrique Gil, ha manifestado públicamente que “nunca hubo agresión física sino verbal” ni que en ningún momento nadie exhibiera una navaja. Y aquí podría haber terminado el incidente a la espera de que el juzgado se pronuncie tras la denuncia interpuesta por el ayuntamiento.

 

Finalmente, catorce manifestantes decidieron linchar a los gitanos

Pero no, el cabecilla del nuevo somatén murciano quería acción inmediata. Nada de esperar a que los jueces dicten sentencia y las autoridades la hagan cumplir. Para los promotores, el Estado de Derecho y el respeto a las reglas de convivencia que nos hemos dado todos los españoles no eran suficiente garantía. Por eso decidieron movilizar a unos cuantos vecinos de Fortuna utilizando los modernos medios de comunicación. Seguramente inspirados por Donald Trump, el enloquecido presidente de los Estados Unidos que días pasados fue advertido por las Naciones Unidas por no condenar “de forma inequívoca e incondicional” las manifestaciones de racismo ocurridas en Charlottesville que es una pequeña ciudad universitaria de Virginia.

Durante algunos días los teléfonos de los habitantes de Fortuna echaban fuego. Las modernas fuentes de comunicación, especialmente las soportadas por internet, Twitter y WhatsApp, estuvieron convocando a los vecinos para manifestarse ante al ayuntamiento y reclamar la expulsión de la ciudad de los vecinos instalados ilegalmente en las casas vacías. Pero lo que no sabían esos insensatos convocantes de este tipo de manifestaciones es que “las redes, como las armas, las carga el Diablo”. Y sucedió lo que ya conocemos de otros pueblos españoles donde los gitanos hemos sufrido ese mismo calvario. Cortegana en Huelva, Mancha Real en Jaén, Estepa en Sevilla donde los tribunales han imputado gravemente a los manifestantes gadchés (payos) delitos penalmente graves por atacar con violencia física a las personas y a las casas donde vivían personas, ―niños y ancianos―, inocentes de haber cometido ningún delito.

Y pasó lo que tenía que pasar. La historia siempre se repite. Los convocantes de manifestaciones contra los gitanos siempre ponen como punto de concentración la plaza del ayuntamiento. Y aunque las autoridades municipales adviertan que no podrán derivar su marcha ante las viviendas ocupadas por los gitanos, nunca hacen caso y acaban atacando con violencia tanto a las personas como las viviendas que ocupan. La Federación de Asociaciones Gitanas en Murcia lo ha denunciado públicamente con estas palabras: “(…) una masa enfervorecida de payos protagonizó una serie de ataques contra unas familias gitanas residentes en Fortuna (Murcia). Durante los disturbios se produjeron apedreamientos de las familias gitanas (niños y niñas, personas mayores, enfermos e incluso discapacitados), agresiones físicas y verbales tanto hacia las personas gitanas como hacia los agentes de la Policía Local y de la Guardia Civil y diversos daños en las propiedades llegando los agresores incluso a volcar un vehículo”.

 

¡Bien por la Guardia Civil!

Como suele decirse, a mí no se me caen los anillos por alabar la actuación de la Benemérita cuando hay motivos para hacerlo. Y en esta ocasión los hay. Igual que lo hice en Cortegana (Huelva) cuando junto a mis compañeros gitanos abogados, Diego Luis Fernández y Carmen Santiago, intervenimos en la defensa de las familias gitanas agredidas y en contra de los racistas que tan cobardemente les atacaron. Y llegados a este punto, permítanme un ligero recuerdo de carácter personal que ni siquiera Federico García Lorca hubiera sido capaz de imaginar.
Tuvimos suerte los gitanos porque el juez que estaba al frente del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 2 de Aracena era un magistrado joven, recién salido de la escuela judicial de Barcelona, para el que esta función era su primer destino. Desde el primer momento tuvimos la impresión de que habíamos caído en buenas manos. Y así fue. Tuve que desplazarme muchas veces desde Barcelona a Aracena, pero mereció la pena. El juez instructor tomó declaración a 24 personas en calidad de imputados, mientras que a otras 27 las hizo declarar en calidad de testigos. Y al final tras finalizar las diligencias previas, emitió un auto imputando a 16 personas que tuvieron que comparecer en la vista oral que se celebró en la ciudad de Huelva.

 

Los Guardias declaran ante el juez

Pues bien, en el transcurso de estas diligencias, un día el juez llamó a declarar a los agentes de la Guardia Civil que intervinieron en aquel zafarrancho. Creo recordar que eran tres. Pero cuando llegué al juzgado aquella mañana me estaba esperando a la entrada del edificio el sargento que ejercía las funciones de comandante del puesto Un señor muy amable, de mediana edad, con cara de Guardia Civil que hubiera sido reconocido como tal aún sin uniforme. Me saludó militarmente y me dijo con muy buen tono:

― Señor letrado, permítame que le informe del comportamiento ejemplar que siguieron mis guardias en los incidentes que son objeto de esta instrucción. Usted sabrá que también ellos fueron objeto de la agresión de los manifestantes en aquella desgraciada noche. Le ruego que lo tenga usted en cuenta cuando proceda a interrogarlos.

Le tranquilicé y le dije que no temiera nada de nosotros que éramos bien conocedores del comportamiento de la Benemérita en el día de autos. Sí le dije, no obstante, que intentaría que sus testimonios fueran los más inculpadores posibles contra los racistas que atacaron con violencia a los inocentes gitanos del lugar. Lo entendió.
Y aquí es donde entra Federico García Lorca. El gran poeta granadino que escribió el “Prendimiento de Antoñito el Camborio” que, ¿quién sabe?, lo mismo fue una causa más que le llevó ante el pelotón de fusilamiento.

 

Antonio Torres Heredia,

hijo y nieto de Camborios,

viene sin vara de mimbre

entre los cinco tricornios.

 

¡Se acabaron los gitanos

que iban por el monte solos!

Están los viejos cuchillos

tiritando bajo el polvo.

 

Esto nunca lo pudo imaginar Federico

¡Lástima de cámara oculta que hubiera filmado, como homenaje al autor del Romancero Gitano, la siguiente escena:!

Una vez hechas las observaciones que el juez estimó pertinentes al primero de los guardias que llamó a declarar, nos cedió la palabra a los letrados.

― Con la venia, Señoría ―dije fijando mi mirada en el Guardia Civil que con extremada seriedad permanecía firme ante mi― Quisiera que usted se ratificara en que el imputado señor (X) fue uno de los que usted vio tirar piedras contra las viviendas que ocupaban los gitanos de la barriada de Las Eritas.

― Me ratifico porque yo estaba cerca de él y le conozco como vecino de Cortegana.

― ¿Le llamó usted la atención en algún momento? ¿Hizo algo para impedir que continuara con su agresión?

― Por supuesto. Le dije que dejara de tirar piedras, pero hizo caso omiso porque junto a él otras personas hacían lo mismo.

― ¿Cómo eran las piedras, señor Guardia? ¿Grandes, medianas, pequeñas?

A esta pregunta el guardia no supo que contestar y tan solo dijo:

― Eran piedras normales. ¿Qué quiere usted que le diga, señor letrado? Normales.

― Vamos a ver ―le dije intentando ayudarle para que su respuesta fuera más precisa― No es igual el daño que puede causar una piedra pequeña arrojada contra una ventana que un pedrusco de grandes dimensiones. Hágame el favor, si no le importa, de señalarme con sus manos el tamaño aproximado de las piedras usted vio lanzar al señor (X) contra las casas de los gitanos.

El bueno del agente no dudó en señalar con sus dos manos el tamaño aproximado que puede tener un adoquín de los que empiedran nuestras calles.

Creo que en aquel momento un chorro de aire fresco me sacudió el cogote e intuí que era Federico, ―que lo fusilaron muchos años antes de que yo naciera―, quien, con su voz de terciopelo, sorprendido por lo que ni él mismo fue capaz de imaginar, ―que un gitano interrogara a un Guardia Civil―, me recitó esta estrofa de su “Romance de la Guardia Civil Española”

 

¡Oh ciudad de los gitanos!

Apaga tus verdes luces

que viene la benemérita.

 

¡Oh ciudad de los gitanos!

Ciudad de dolor y almizcle,

con las torres de canela.

 

Hasta aquí este flash de mi memoria porque mi amigo Diego Fernández está empeñado en que deberíamos escribir un libro narrando como fue aquel juicio, primero en la historia de España, en la que unos abogados gitanos asumían ante los tribunales la defensa de otros gitanos que fueron víctimas del odio y la cólera de otros ciudadanos embrutecidos.

 

Fortuna hará honor a su nombre

Los representantes gitanos murcianos se han entrevistado con el Delegado del Gobierno en la Región para recabar su ayuda y han salido esperanzados del encuentro. Don Antonio Sánchez-Solís de Querol, les confirmó que la investigación de la Guardia Civil ha identificado y puesto a disposición judicial a 14 personas acusadas de los disturbios y de las agresiones que hemos descrito.

Pues que siga la buena racha para que Federico, desde donde esté, entienda que lo del enfrentamiento entre guardias civiles y gitanos ha empezado a cambiar en España.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia

Abogado y periodista

Presidente de Unión Romani

 

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