No le llamen casualidad

Dedicado a los fallecidos como mártires de esta lucha

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No le llamen casualidad – Mehdi Chebil / Europa Press
Marcos Santiago Cortés

No se gana la batalla escondiéndote del enemigo sino venciéndolo en el campo de batalla, es decir, en los laboratorios. Es cierto que sabemos que mientras no se consigan los fármacos adecuados, lo contrario a desalojar las calles sería un contagio generalizado que provocaría el caos hospitalario, y que, aunque el virus no tenga en sí una mortalidad alta, sí que la llegada masiva de enfermos sería una tragedia de índices escalofriantes porque no solo no habría atención individualizada para todos los enfermos del virus, sino que se colapsaría la atención a otras patologías seguro que más graves.

De ahí, que lo más adecuado sea el contagio lento que proporciona el confinamiento pues este permite una atención sanitaria digna a cada uno de nosotros. Pero por el momento, así, escondidos esperando el momento idóneo para contratacar, el enemigo campa a sus anchas por nuestras plazas, bibliotecas, estadios, bares, centros culturales, fábricas, etc, disfrutando de sus conquistas dada nuestra nula oposición.

Sin duda todo esto es muy triste.  Pero no tanto como creemos porque debemos sacar conclusiones muy positivas del reinado del virus. Por ejemplo, tener claro que el nazismo, esa ideología que busca la destrucción masiva del diferente, también se encuentra en la naturaleza con rostro ajeno al ser humano; como este virus que pretende aniquilar masivamente nuestra salud y libertad. Sí, hubo nazis en nuestra especie, pero aun no pudiendo olvidar esos años terribles, la historia demostró que el ser humano tiene la capacidad de cambiar, de arrepentirse de su pasado y contribuir a que no se vuelva a repetir nada parecido en el futuro. También pudimos juzgarlos y en última instancia, perdonarlos; porque seguramente muchos siguieron esa ideología por ignorancia, miedo, o incluso egoísmo en tiempos de escasez. Pero el virus, al no tener humanidad ni conocer por tanto el sacrificio por los demás, nunca cambiará; ni por consejo del otro ni porque la mala conciencia lo atormente; no se le puede perdonar ni convencer, solo vencer. No nos pongamos nerviosos ni perdamos la templanza y no nos echemos culpas mutuas. Ni saquemos teorías conspirativas que no nos llevan a nada sino a fomentar el odio entre unas fronteras que si no existen para el virus mucho menos deben existir para los pueblos a la hora de aunar fuerzas. Podemos acabar con ellos por muchos miles de millones que sean. Los vamos a vencer. No luchamos contra extraterrestres de genomas desconocidos. Estos virus son de aquí como nosotros y hacen la guerra a nuestras células desde el principio de la aparición del homo sapiens por pura envidia genética, ya que somos el orgullo de la Creación.

La investigación

Cierto que tenemos en frente a un enemigo incansable pero que ignora que cada vez lo conocemos más porque lo espiamos todo el tiempo sin que lo sepa. Él nos subestima, nos cree cobardes por no salir a las calles, pero la verdad es que quien no nos conoce es él. No tiene ni idea de la grandeza del cerebro humano, ni cuanta heroicidad múltiple surge cuando nos unimos o como en la dificultad sacamos lo mejor de nosotros mismos. Toda la humanidad se unirá obviando diferencias ideológicas, étnicas o territoriales y no solo ganaremos, sino que saldremos reforzados pues gracias al ataque del virus, a partir de ahora tendremos más claras las prioridades: que los inmigrantes que vienen son de los nuestros y merecen la atención que dicha condición les otorga. Que al fin comprenderemos que nunca más deberemos frivolizar con las ayudas públicas pues es la inversión en investigación científica una crucial prioridad muy por encima de otros subsidios sociales que no atienden al aumento del esfuerzo individual en pro de la comunidad sino a todo lo contrario. No quiero ser excesivamente utópico pero esta experiencia muestra que a partir de ahora los gastos en defensa deberían apuntar muchos más a enemigos comunes al ser humano y no tanto a nuestros hermanos de especie. Porque si se hubieran destinado más fondos a la investigación como reclamaban los científicos, seguramente la vacuna estaría antes que la invasión.

El clima

También me gustaría que pensáramos que esta paralización industrial necesariamente contribuirá a contrarrestar la peligrosísima escalada de una contaminación que amenaza con herir de muerte a la esfera viva más bella que hay millones de años luz a la redonda; es como si el planeta estuviera un año en barbecho como cuando dejamos un trozo de terreno sin cultivar para que al año siguiente de mejores frutos. Además, en estos días estamos comprobando la maravilla de internet que no está sirviendo para delinquir o para corromper sino para mantenernos unidos sin poder estar juntos, amén de permitirnos viajar por otro universo paralelo y también infinito de propuestas culturales, laborales y de ocio restando así enormemente nuestra sensación de paro, encierro o aburrimiento.

La familia

Y hablando de la familia, añado que este tiempo recluidos en nuestros hogares contribuirá a recuperar la unión familiar como valor principal de la sociedad y más allá de modernismos equivocados acerca de la independencia del individuo, aquí tenemos una prueba directa de que la primera piedra de la civilización es el cariño incondicional que te regalan tus parientes. Y no duden por favor que dentro de poco aparecerán grandes personas que darán con esa vacuna que barrerá las malditas huestes del virus. Porque estos bellos seres, presididos por el amor a su labor y no por la fama o el dinero, viven para el bienestar de los demás. Como hizo el doctor Fleming que no quiso patentar la penicilina que salvo a millones de personas para que nadie manipulara precio alguno a la misma, renunciando a las riquezas materiales que él sabía absurdas porque los mejores individuos saben que antes o después volveremos a la tierra que nos vio nacer para rendir cuentas con el Creador al que como dijo Machado llegaremos desnudos como los hijos del mar. Dicen que Fleming descubrió la penicilina por casualidad al dejarse una probeta abierta debido al cansancio después de un día de duro trabajo buscando soluciones para la humanidad. Y cuando volvió al día siguiente, la probeta rebosaba con una respuesta que había salido sola. ¿de verdad creen que salió sola? No, no hay casualidad cuando se busca ayudar con tanta gratuidad; porque en esos escenarios de sublime entrega por el bien común es donde Dios se mueve y premia. Repito, no le llamen casualidad.