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Andalucía, 4 culturas, una sola juventud

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Unión Romaní, Barcelona, 2010.

128 páginas.

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Soy andaluz y gitano, o gitano y andaluz, que más da. Nací en lo más profundo de nuestra Andalucía donde el Mediterráneo y el Atlántico se funden desde siempre en un solo mar sin que uno pretenda ser más que el otro.

Desde pequeño creí que ser andaluz y gitano era la misma cosa. Hasta que un día alguien me descubrió que los gitanos formábamos un pueblo extendido por toda Europa y que éramos en el mundo más de doce millones de hombres y mujeres.

Entonces me enteré de que los primeros gitanos llegaron a Andalucía poco tiempo antes de la toma de Granada por los Reyes Católicos y que desde entonces Andalucía ha sido para todos los gitanos del mundo algo así como la tierra de promisión donde el clima, el paisaje y la gente ponen los mejores ingredientes para vivir en libertad.

Y empecé a sentirme orgulloso de saberme poseedor de dos títulos incomparables: ser gitano y ser andaluz. Y como andaluz allí donde estuve hablé de mi tierra para pregonar sus grandezas y denunciar sus grandes injusticias. Exalté hasta donde supe el valor inmenso del arte andaluz al tiempo que uní mi voz en el Congreso de los Diputados y en el Parlamento Europeo a quienes pedían para nuestra gente tierra y libertad.

Cuando era joven, como los jóvenes andaluces hoy, me asomaba al balcón de mi casa desde donde se veía, a la izquierda, el Callejón que nos llevaba a la playa del Cartabón en el lado opuesto de la Bahía de Cádiz, y a la derecha el pico de la torre de la iglesia de San Sebastián cargadito de nidos de cigüeñas. Y entonces soñaba. Me imaginaba que vivía en una Andalucía con menos hambre, con menos paro, con menos abandono, con menos marginación. Y a medida que apretaba los puños y cerraba los ojos para que la luz cegadora de mi tierra no empañara la hermosura de mis sueños, notaba que las alas de mi fantasía se volvían más ligeras, más transparentes y entonces arrancaba a volar.

Alguien me había hablado ya de Carmen Amaya y de su familia que seguía viviendo en el Somorrostro, terrible suburbio barcelonés, donde miles de gitanos sobrevivían a la miseria, sepultados entre la basura y los desperdicios. Carmen Amaya, que tenía la misma edad de mi madre y que murió, como mi madre, a los 46 años, fue mi primer símbolo de liberación. Y desde el balcón de mi humilde casa andaluza oía el trepidante taconeo de los pies de aquella gitana. Sus redobles frenéticos que me llamaban a la guerra, me empujaban a utilizar la palabra como metralletas justicieras que por una vez dieran la razón a los más pobres. Y soñaba y soñaba hasta que la voz de alguno de mis hermanos pequeños me devolvía a la dura realidad.

Pero un día levanté el vuelo, como las cigüeñas de la torre de mi pueblo, y desde entonces no he parado de volar. La imaginación me ha llevado a mis orígenes nómadas y cuando he tenido que repostar energías para seguir volando siempre he vuelto a Andalucía. Dos inolvidables legislaturas como Diputado por Almería le dieron a mi madurez un empuje irresistible de juventud nunca del todo perdida. ¡Lástima que el ejemplo almeriense no lo hayan seguido el resto de las provincias andaluzas! Pero aún estamos a tiempo.

Estamos a tiempo porque los gitanos somos más del cinco por ciento de la población total de Andalucía. Trescientos mil gitanos y gitanas constituimos una fuerza importante que es especialmente querida, ¡triste paradoja!, cuando se acercan las elecciones.

Juan Silva de los Reyes, que es el presidente de los jóvenes de la Unión Romaní, ha escrito lo siguiente:

“Somos la minoría étnica más importante de este país, y sin embargo sufrimos como nadie el peor de los rechazos: la indiferencia. Los jóvenes andaluces tenemos la obligación de trabajar por mantener nítido y vigente nuestro sistema de valores sociales como elemento nuclear sobre el que gira la identidad y el ser de nuestras gentes. Pero además, los jóvenes que ostentamos la condición de gitanos o gitanas, tenemos la obligación de pregonar nuestro orgullo de ser gitanos y andaluces y hacer ver al resto de los jóvenes que gitano no es sólo quien nace de un vientre gitano, sino que es quien participa, en definitiva, de una manera peculiar de sentir y ver la vida, manera que en Andalucía es común a la mayoría de los ciudadanos sea cual sea su condición social”.

Hoy, tras casi 600 años de convivencia, Andalucía respira gitano por todos sus poros. Su idiosincrasia tiene raíz innegablemente gitana que aparece en cualquier forma de manifestación intelectual, cultural o simplemente en la manera de sentir de cualquier andaluz o andaluza.

Esta Campaña –en cuyo Ecuador nos encontramos– ha logrado que sintiéndome tan gitano, cada día me haya sentido más andaluz. Y por ser andaluz y gitano, esta España a la que tanto quiero se me ha quedado pequeña. Y por la Humanidad, como dice el himno de Andalucía y por los colores de la bandera gitana, cada día soy más ciudadano del mundo que tiene por techo el azul del cielo y por suelo el verde de los campos.

Y ésa es una forma hermosa de ser andaluz universal.