Hay cosas que los ciudadanos, gitanos o “payos”, no pueden hacer

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Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya

No es competencia de los ciudadanos ―gitanos o “payos”― entrar en locales públicos o privados para impedir que otros ciudadanos realicen actos contrarios a lo que establece la ley, y mucho menos lo es que agredan a otras personas, o que rompan o sustraigan objetos que pudieran ser objeto de su animadversión.

El pretendido comportamiento de algunos gitanos, residentes en el barrio de Vilarroja de Gerona, rompiendo una urna donde un grupo de ciudadanos convocados por la Generalitat había organizado un centro de votación, increpando con actitudes violentas a quienes estaban presidiendo la mesa electoral, es algo que no se debe hacer y que la Unión Romaní desautoriza con toda contundencia.

El legítimo uso de la violencia es una prerrogativa que tiene única y exclusivamente el estado. Recordemos que esta teoría sustentada especialmente por Max Weber que definió al Estado como una entidad que ostenta el monopolio de la violencia y los medios de coacción, constituye todavía la definición fundamental que se utiliza en el estudio de la ciencia política en esta parte del mundo. Lo que quiere decir que los ciudadanos, particularmente, individualmente, no podemos ni debemos hacer uso de la violencia para defender nuestras ideas, ni nuestro modelo de sociedad, y ni siquiera la Constitución ni el ordenamiento jurídico que dimana de ella, sin cuya defensa y vigencia es imposible la democracia. Tan solo en legítima defensa los ciudadanos, particularmente, pueden utilizar los medios que estén a su alcance, aunque su uso suponga una violencia extrema. La legítima defensa es una causa eximente de responsabilidad penal cuya naturaleza jurídica es algo que ya nadie discute y que en el mundo del derecho penal se la denomina “causa de justificación”.

Pero este no es el caso del barrio de Vilarroja en Gerona. La mayoría de los residentes en ese barrio, donde no solo residen gitanos, viven en condiciones de exclusión social y la exclusión siempre comporta, debemos reconocerlo, un cierto grado de enfrentamiento con la sociedad mayoritaria circundante que vive en condiciones de mejoras sociales muy superiores a la de los grupos en exclusión. David López es un periodista que se ha adentrado en este barrio que cuenta con más de 1.200 habitantes en el que, según uno de sus entrevistados, Miguel, dice que aunque en el barrio viven muchos gitanos, también “muchos que somos payos, pero nos hemos criado todos juntos y nunca hemos tenido problemas de convivencia”.

El origen del conflicto

Yo no creo que los gitanos de Vilarroja sean anti independentistas como se han apresurado a decir la mayoría de los medios informativos que han visto un filón de originalidad al anunciar que “Los gitanos, que popularmente son la antítesis de la ley y el orden, defendieron a unos guardias civiles”. Fíjense que dicotomía tan envenenada se encierra en ese comentario: “Los gitanos somos la antítesis de la ley y el orden”, es decir, los gitanos que somos malos, perversos, ladrones, criminales, nos aliamos con quienes siempre han sido la imagen de nuestros verdugos a lo largo del tiempo. ¡Cuánta manipulación! Ni los gitanos somos la representación viva de todas las maldades, ni la Guardia Civil necesita de nuestra defensa para justificar su comportamiento en cumplimiento de lo que le ordenan, en este caso, los jueces. Los gitanos de Vilarroja actuaron, eso sí, contra los Mossos de Escuadra porque eran los mossos los que acudieron a la biblioteca a detenerles. Los mossos encarnaban para ellos la imagen represora del poder legal del Estado (no olvidemos que la Generalitat es un órgano del Estado) mientras que la Guardia Civil y la Policía Nacional eran fuerzas igualmente represivas pero que no tenían nada que ver con ellos, porque eran cuerpos ausentes desde hace muchos años en el territorio de Cataluña.

Fíjense en el desarrollo de los acontecimientos. El sábado, víspera del polémico uno de octubre, un grupo de ciudadanos que no eran vecinos ni residentes del barrio, acudieron a Vilarroja para preparar o participar en la votación del día siguiente. Raúl, uno de integrantes del grupo que ocasionó el incidente de la biblioteca, se lo cuenta así a David López Frias: “Había mucha gente la madrugada del sábado en la calle, haciendo los preparativos, hablando y molestando. Les llamé la atención desde un balcón, pero se rieron de mí. Esa gente no es de aquí, no los conocemos, pero vienen de otros sitios a votar aquí, como si fuese su barrio. Y encima molestan”.

A las nueve de la mañana del domingo uno de octubre, sigue refiriendo el periodista, Raúl salió a la calle y recibió, según asegura, “provocaciones por parte de esa misma gente. Me aplaudían y se metían conmigo. En mi propio barrio. Pegué una voz y empezó a bajar gente a defenderme”. Fue cuando se caldearon los ánimos. En torno a las once y media de la mañana, un grupo de 15 jóvenes del barrio decidieron boicotear el referéndum. Entraron en el colegio, se llevaron las urnas y las tiraron por encima de la valla. Pero, mire usted por donde, unos Mossos de Escuadra que por allí andaban se acercaron al lugar para detener a los autores del altercado en el momento en que aparecieron algunos miembros de la Benemérita y lo impidieron. Supongo que los gitanos del barrio de Vilarroja todavía deben estar pellizcándose para convencerse de que no estaban sumergidos en un idílico ensueño.

Todo lo que sucedió el domingo uno de octubre fue un auténtico desastre

No me corresponde a mí, como presidente de la Unión Romani, hacer una valoración crítica de las motivaciones que han empujado a unos y a otros a actuar de una determinada forma. Allá cada uno con su conciencia y con sus convicciones. Sí puedo y debo manifestarme como ciudadano español, europeo y gitano en algunos aspectos inherentes a mi condición de demócrata y a mis sentimientos socialistas que han inspirado mi actuación política desde que tuve el inmenso honor de estampar mi firma como Diputado por Barcelona en la Constitución española.

Como español, nacido en Andalucía, donde viví hasta los 22 años en que me trasladé a esta tierra, quiero decir que Cataluña es mi patria. Un día hice mía aquella definición de Nietzsche cuando le preguntaron:

― Profesor, ¿Cuál es su patria?

Y el polémico e importantísimo filósofo que clausuró el siglo XIX, dijo:

― ¿Mi patria? Mi patria es aquella en la que han nacido mis hijos.

Pues bien, yo tengo seis y todos ellos son catalanes. Uno es independentista. Los otros cinco no. Ser español, condición de la que me enorgullezco, incorpora mi amor por Cataluña y el vínculo consustancial, en palabras de don Miguel de Unamuno, que me une con Andalucía, la tierra que me vio nacer y a una de cuyas provincias, Almería, he representado durante ocho años en el Congreso de los Diputados.

Soy europeo porque estoy enamorado de ella. Del viejo continente del que mi amigo gitano, director de orquesta, Paco Suárez, dice que en Europa se inventó el canto polifónico y la orquesta sinfónica. Me subyuga Europa porque en ella nace la civilización que honra a la mujer y la de los caballeros que dan la vida por defenderla. Soy europeo porque Europa es la patria de la libertad, de la civilización griega, del derecho romano y de su Foro y porque solo en Europa se pudo escribir la gran Carta Inglesa de 1215. Estoy orgulloso y agradecido por haber nacido en un continente que tiene un inmenso patrimonio mitológico y literario. Europeos, como yo, fueron Homero, Virgilio, Platón, Cervantes, Shakespeare, Gutenberg, Alejandro Magno, Carlomagno, Nicolás Maquiavelo, Voltaire, Miguel Ángel, Cristóbal Colón, Beethoven y los ocho premios nobeles españoles, seis de literatura y dos de medicina, así como Carmen Amaya encarnación del genio gitano en el arte sublime del baile, y don Antonio Mairena que te rompe las entretelas del alma cuando canta por “toná” la tragedia de “los gitanitos del Puerto” a los que el maldito Marqués de la Ensenada envió a una muerte segura tras la Gran Redada de 1749.

soy gitano, y por serlo, con perdón, me considero más europeo que ningún “gachó” (payo). Al menos así se lo oí decir personalmente en una sesión solemne del Consejo de Europa en Estrasburgo a Günter Grass, premio Nobel de literatura: “¡Los gitanos son los verdaderos europeos! Tenemos mucho que aprender de los gitanos, son el alma de Europa”.

Nadie se puede saltar las reglas de la democracia sin pagar por ello un alto precio

Lo decíamos al principio de este comentario. Los gitanos que entraron en aquel colegio electoral no debían haberlo hecho y mucho menos comportarse como lo hicieron. Ellos no eran agentes de la autoridad que son los únicos que, cumpliendo con mandatos específicos de quienes tienen la facultad de dictarlos, ―los jueces― podían hacerlo. De la misma forma que desde la Unión Romaní actuamos con contundencia, utilizando todos los recursos de que disponemos, para que la justicia condene como corresponde a los “gachés” que se introducen en nuestras casas para asustarnos, golpearnos y amenazarnos, solo por ser gitanos. La ley debe ser igual para todos, aunque en estos momentos, decirlo más bien parece un sarcasmo que una verdad democrática. Y así nos va, por el descaro de unos, la cobardía de otros, y la incompetencia de casi todos incapaces de prever el desastre que se nos echa encima.

Pero, claro, ¿de qué nos sirve lamentarnos si estos “payos”, como demuestra la historia, no tienen remedio?

Juan de Dios Ramírez Heredia
Abogado y periodista
Presidente de Unión Romaní