Las palabras, la escritura y la Historia

2878
Avatar

En enero de 2016, el Desván del Museo me brindó la oportunidad de dar a conocer al mundo una muestra, en primicia, de la obra poética del escritor argentino-romaní Juan Luís Aguilera (Santa Fe, 1928 – Buenos Aires, 2003). Dos años después, el primer poemario de este maestro del verso libre, orfebre de complejas metáforas que combinan elementos orgánicos y conceptuales, está en proceso de edición.

La primera vez que leí el conjunto de manuscritos que componen el poemario de Juan Luís Aguilera quedé profundamente impresionado; tuve la sensación de estar entrando a un nuevo continente poético. Su estilo nos transporta a un plano trascendente en el que intersectan líneas de fuerza psicodinámicas, histórico-civilizatorias y cosmogónicas. El magistral uso de fórmulas significantes que captan tanto la condición de arrojo material de la existencia humana como la lucha por encontrar coordenadas de sentido en un plano metafísico, sitúa a la poesía de Juan Luís en la estela de poetas como Hölderlin o Tagore; esto es, en la senda del legado de quienes cuidaron por hacer del lenguaje poético un canal de comunicación entre El Cielo y La Tierra, entre lo Temporal y lo Eterno, entre la Humanidad y los Dioses.

Trazando un camino paralelo a la poetisa polaca-romaní Bronisława Wajs, conocida como Papusza, Juan Luís fue pionero en abrir el camino hacia una transición progresiva de la oralidad a la escritura, en la cultura y el pensamiento romaní. Periodista de profesión, su existencia estuvo atravesada por el pathos poético que afecta a quienes sobrevuelan las coordenadas terrenales para otear el Parnaso. Como el legado de tantos emisarios de Hermes, los himnos de Juan Luís nos llegan de manera póstuma.

Agradezco a la Revista Amarí que dé cabida en sus páginas a un poeta tan nuestro como universal, tan gitanamente cosmopolita; que le canta al tiempo inmemorial, al eterno retorno de los ciclos naturales y al maná de la tierra trasmutado por las almas y los cuerpos, alimentando el ser de la identidad humana en eterna búsqueda de sí; transitando el sueño de la existencia. He tenido el enorme privilegio de editar el manuscrito original. Os presento tres poemas.

 

CONDICIÓN DE EXISTIR

Vehemencias de semillas y milagros de lluvias
resolvieron en surcos su condición de trigo.

Inaugurando en antiguas religiones bautismales
ritos.

Fueron también densidad de uvas maduras.
Expectativas de añejados vinos
conformando universales templos.
Cíclicas redenciones en espaciados hitos.

Nutrientes sin voces traspasaron
de alma en alma su alimento convertido.
Abriendo caminos en sucesivos ciclos
de partos dolorosos, nostalgias, recuerdos.

En multitud de noches obstinadas en construir
una identidad ancestral,
en silencio.

El Ser proyectado en dimensiones
que desafían relojes y tiempos arbitrarios.

Existo porque puedo transitar en imaginación
constante.
Soñando aquel que fui
en repetidos ciclos renovado.

Sigo siendo, en ayeres infinitos,
el hoy total.
Absoluto.
Existo porque sueño.

 

LUZ

Yo amé la luz
cuando los soles germinaron,
anunciando otros resplandores
en súbitos espasmos de vida,
en raíces nuevas.

Yo amé la luz
que atraía el vuelo de las mariposas.
Amé el alba.

Yo amé la luz
cuando entregaba ofrendas de colores.
Redenciones nuevas.

Combustiones lentas,
impregnando las cosas y sus esencias.

Hoy me mordió la sombra,
me visitó el tótem de la noche.
Y tengo las manos llenas
de cenizas del incendio
de remotos sacrificios.

Yo amé la luz.

 

SOLEDAD

Siento cómo la inmensa soledad
de los espacios desiertos
transita lentamente hacia mi frente.
Y siento mis manos
prolongarse en la extensión de la unidad
Absoluta.

El horizonte ante mis ojos
antes que mis ansias.

Hay viejos astrolabios
en los confines de la sangre
controlando las viejas rutas
en los sueños expectantes.

Pero hay una inmensa soledad
de velas y timones fragmentados.

Hay una soledad
que niega órbitas y elipses.
Una soledad de naufragios
y árboles abatidos.
Una soledad de templos sin dioses.
Una soledad de pájaros dormidos.

Erguido en gesto de lid,
quiero oponer a la inmensa soledad
mi existencia.
Los sueños de mi frente.
Las voces de mis manos.

Afirmando el derecho circular,
los rayos de luz afirmando.
El derecho al asombro
de mis ojos.
De mis vértices de angustia
que elaboran cósmicas oraciones.

Hay antiguos diálogos
de estrellas y astrolabios
en los cauces de la sangre.

Hay reminiscencias de otras religiones.
Y de antiguas civilizaciones
de perfiles anulados.

 

El valor de la poesía de Juan Luís Aguilera permite rastrear las huellas de un pensamiento nómada, el arquetipo del inconsciente de un pueblo que se ha formado como tal en la diáspora, reiniciada en calas discontinuas de la historia, dando lugar a un inmenso repertorio de variaciones y adaptaciones culturales; a través de las cuales la cultura romaní se despliega configurando una compleja estructura de fractales: aparentemente fragmentada e irregular, pero con patrones inconscientes compartidos tanto en las dimensiones estéticas como morales de la existencia.

Un fantástico análisis de este despliegue cultural, a través de la música, lo encontramos en el film Latcho Drom, de Tony Gatlif. Creo que el reto del descubrimiento de la cultura romaní pasa por comprender los patrones constitutivos del imaginario inconsciente de la diáspora gitana, a través del análisis de la palabra, o sea, del acceso a los significados; pues hasta el momento, ‘lo gitano’ ha sido principal (si no exclusivamente) entendido a partir de la música. El carácter oral del patrimonio cultural romaní ha condicionado obviamente este modo de mostrarse al mundo, a través de micro-relatos cantados, sin llegar a producir una gran narrativa escrita, que haya podido dejar constancia de las rutas milenarias que han llevado a este pueblo desde las orillas del río Indo hasta los territorios de la parte austral de América del Sur.

No es baladí que, en los primeros intentos de dar cuenta de sí, a través de la palabra, en los albores del s. XX, el recurso usado tanto por Juan Luís como por Papusza fuese la poesía: ese género literario que sintetiza el pensamiento en símbolos que traspasan las fronteras de lo real, buscando respuestas en significantes que remiten a lo no pensado, usando la imaginación como fuente de conocimiento y de cuestionamiento del mundo. Sintomáticamente, el gitano Melquíades, en Cien Años de Soledad, portaba consigo en todos sus viajes unos pergaminos escritos por él mismo en verso, en sánscrito (su idioma nativo).

En mis años de estudiante (aún lo soy, pues que es un investigador sino alguien cuyo oficio es el estudio de un ámbito de lo real), siempre me interesó el proceso de transición en el que los pueblos pasan de la oralidad a la escritura, y en cómo ese tránsito afecta no solo a su pensamiento y al modo de contar la historia, su propia historia y la historia de las demás; sino más aún, en cómo la escritura ha afectado el modo de hacer historia, a través de los sistemas de comunicación y administración que regulan la existencia de los pueblos.

La cultura del pueblo gitano ha sido y sigue siendo fundamentalmente oral, y esta oralidad ha marcado su carácter de pueblo libre (no sin pagar un alto precio histórico por ello). No obstante, la poética romaní se ha ido abriendo camino en el último siglo, y me pregunto si acaso no es ese un modo de hacer y de escribir la propia historia de un pueblo diverso, cuya patria está hecha de todas las patrias del mundo, y cuya memoria (más imaginaria que real) está, paradójicamente, en el en el porvenir.

 

Desde la Universidad del Nº 9. Invierno de 2018.

Artículo publicado en la revista Amarí: http://www.amarirevista.com/2018/02/02/las-palabras-la-escritura-y-la-historia/