Ciencia y educación versus Mujer Gitana

“La educación es un eslabón en la cadena entre el conocimiento y su aplicación a la sociedad” Viniegra 2003

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Es justo afirmar que la mujer gitana es “La Educación”, en mayúsculas; es el eslabón más fuerte, férreo y, a la vez flexible, de nuestra comunidad. Las mujeres gitanas contamos con una gran capacidad de resiliencia y una flexibilidad necesaria para desarrollar la habilidad de encontrar subterfugios que sortean los obstáculos y las discriminaciones presentes en la vida cotidiana de cualquier persona gitana. ¡Inteligencia en estado puro!

A pesar de las grandes dificultades pasadas y, por desgracia, aún presentes para todas las mujeres del mundo, en esta sociedad patriarcal de carácter universal, a nosotras también nos salpica e impacta en mayor grado. Viéndose afectadas nuestras capacidades de reacción, aun así la mujer gitana ha sido capaz de regenerarse, logrando estar presente a lo largo de la historia en aquellos ámbitos reservados y acotados por y para los hombres. Espacios donde fluía el maná del conocimiento, del desarrollo social, personal, sensorial y cognitivo; el arte, la literatura, la música, la toma de decisiones y el acceso a la educación… todos esos lugares tan inaccesibles han sido conquistados por mujeres gitanas. Si a todo esto le añadimos la doble discriminación (gitana y mujer), estamos hablando de superheroínas. Un botón de muestra, son mujeres gitanas de la talla de:

Nina Alexandrovna Dudarova (1903-1992). Poeta, maestra, escritora. Autora de la primera cartilla de lengua romaní en 1928. Directora del Club Cultural Estrella Roja y cofundadora del Teatro Romen de Moscú en 1931.

Bronisława Wajs (1910-1987), Papusza (La Muñeca). Poeta y cantante con más de 30 colecciones a su nombre traducidas a diferentes idiomas.

Ceija Stojka (1933 -2013). Escritora, pintora y música, que consiguió sobrevivir al Holocausto nazi.

O nuestra trasgresora Carmen Amaya (1918-1963), “La Capitana”. Bailaora, flamenca, artista, un mito universal que fascinó al mundo con su arte.

Cabe destacar que en España en el 1900 la tasa de analfabetismo femenino de la población en general se situaba en un 71,4%, mientras que el masculino era algo más de la mitad, el 55,8%. Durante este período hubo algunos avances respecto a la educación femenina pero seguía existiendo una diferencia significativa, en muchos casos la formación era inferior a los seis meses y la asistencia continuada se veía afectada por las obligaciones familiares o la necesidad de contribuir a la economía familiar, niñas sirviendo en las casas, limpiando suelos o trabajando en granjas.

Las mujeres se fueron incorporaron gradualmente al sistema educativo, desde la escuela primaria como en las instituciones de educación superior. No fue un proceso sencillo y rápido puesto que en la España del momento predominaba el modelo conservador que no contemplaba la necesidad de capacitar al género femenino con un grado de educación suficiente, ni la inserción en el mundo laboral remunerado. El número aproximado de mujeres matriculadas en 1919-1920 fue de 345, siete años después esta cifra asciende a 1.681 para el curso 1927-1928, representando el 4,2% del total del alumnado universitario.

Por esta razón, es de justicia social recordar que la inserción en la enseñanza obligatoria de la comunidad gitana fue hace apenas 40 años. Pero, con esta realidad en el sistema educativa, ¿qué resultados de éxito cabía esperar?

Pues podemos presumir que el pueblo gitano avanza y que nuestras hermanas gitanas en la actualidad forman parte activa en esa carrera de fondo, liderando posiciones ganadoras hacia y en el pódium de “la equidad educativa de género”.  Todo ello a pesar de innumerables dificultades, del contaminante residual en las instituciones sociales, propagado por el virus letal del antigitanismo y de una sociedad global patriarcal.

Hoy, el éxito educativo universitario entre las mujeres gitanas es un hecho; abogadas, doctoras, sociólogas, antropólogas, maestras, psicólogas, economistas, politólogas, periodistas… pero también activistas, empresarias, trabajadoras, limpiadoras, vendedoras, camareras, peluqueras, etc. Sin que ello suponga un “conflicto cultural” con el género masculino más allá del que pueda ocurrir en el seno de cualquier hogar, familia o comunidad payas.

El verdadero conflicto es sin duda con algunas instituciones, contra esos gigantes del monopolio del “saber”.  En la actualidad más reciente nos podemos encontrar como muestra la iniciativa de campaña social de protesta y repulsa frente la acepción de “trapacero”, término usado por la RAE (Real Academia de la lengua española) para definir la palabra “gitano”. Una batalla sin precedentes liderada por el tercer sector, con la colaboración y el soporte de la opinión pública y de los medios de comunicación para conseguir la eliminación de tan degradante y discriminatoria definición hacia el pueblo gitano, la cual no ha hecho más que poner al descubierto la terrorífica normalidad con la que se ven vulnerados los derechos de la comunidad gitana, la minoría cultural más castigada y estigmatizada de España en pleno siglo XXI.

Por todos estos motivos, es necesario que se implementen con eficacia políticas públicas que promuevan acciones y espacios de coproducción en el diseño de metodologías y modelos positivos hacía aspectos que hasta ahora no han sido tenidos en consideración, para lograr la equidad social. Las mujeres arrastramos una sobrecarga estructural histórica, víctimas de variados mecanismos de control, de regulación, de normalización, correctivos, a las políticas que se ejercieron históricamente y se ejercen hoy sobre la vida, día a día, con variados disfraces.

Reconocer la sobrecarga de la que todas somos portadoras y agruparnos para defender la vida, abre canales que nos permiten desarrollar potencias de vida que fluyan en propiciar el bien común y universal.