La clase obrera ya está rota

El discurso de atención a la diversidad de la raza y el género es fundamental para reconstruir la unidad de lucha en todos los frentes

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“El discurso de la diversidad pone en peligro la unidad de la clase obrera”. Últimamente ha reaparecido con fuerza esta alerta. Frente a las lecturas neomarxistas de las últimas décadas que señalaban que la opresión del neoliberalismo no se estructura únicamente a través de la explotación laboral, sino que existen otros dispositivos de opresión como la raza o el género, se lanza esta advertencia: “El discurso de la diversidad es un triunfo del neoliberalismo porque esconde o diluye la opresión principal, que no es otra que la opresión de clase”.

A continuación, expongo una reflexión sobre la menor o mayor veracidad que esconde esta alerta, e invito a cuestionarla desde una mirada situada, llamando a la prudencia. Esta reflexión la hago desde mi propia mirada y mi vivencia de la raza, el género y la clase. Soy mestiza gitana, y he dedicado una parte importante de mi vida al activismo gitano, soy sindicalista activa, abogada laboralista y de ideología comunista-libertaria.

Los discursos de la diversidad no rompen la clase obrera, la clase obrera ya está rota. La explotación capitalista y el chantaje de la renta a cambio de fuerza de trabajo se manifiesta con diferente violencia según el grado de “humanidad” que el sistema otorga a la persona trabajadora a partir de la raza, el género o el territorio que habita.  En el Norte Global las luchas sindicales pueden articularse, organizar protestas, huelgas, o acciones sin que peligre la vida. No es cuestión de minusvalorar la represión que sufrimos, y que conozco de primera mano, pero la vida está a salvo. En el Sur Global, imaginemos las maquilas asiáticas, estas prácticas de lucha suponen no ya la represión sindical, el despido o la multa sino que ponen en juego verdaderamente la integridad física y la vida. El discurso que llame a la unidad de la clase obrera frente a la explotación capitalista tiene que hacerse cargo de esta diversidad de situaciones que se padecen. El discurso homogeneizador de “todos somos la misma clase obrera” sin matices y sin integrar estas diferentes situaciones de partida no es eficaz para la unidad, y la historia ha demostrado que fracasa porque deja fuera muchas formas de vida. El discurso de atención a la diversidad de la raza y el género es fundamental para reconstruir una clase obrera que ya viene rota por estas diversas violencias.

El neoliberalismo imbrica varios dispositivos de explotación que se retroalimentan: el racismo, el colonialismo, el patriarcado y el capitalismo. Son varias cabezas de un mismo cuerpo monstruoso. La emancipación pasa sin duda por articular discurso y prácticas de lucha en todos los frentes, y para eso es esencial la atención a las diversas manifestaciones del monstruo.

Cuando Silvia Federici, anticapitalista y marxista, advierte sobre cómo la explotación no únicamente está en la plusvalía, y pone la atención en el trabajo de cuidados invisible que realizan las mujeres en el ámbito familiar, no está dividiendo la clase. Está llamando a sumar un sujeto, la mujer cuidadora, que hasta ese momento se quedaba fuera porque el discurso marxista-obrerista se había quedado estrecho.

Cuando Angela Davis, comunista, pone en el centro del discurso la raza como paradigma de explotación no está rompiendo la clase, está incluyendo a un sujeto que se quedaba fuera por la violencia específica que sufría desde su posición de raza que no estaba siendo respondida desde luchas obreras. Cuando Sirin Adlbi habla de islamofobia y de cómo el capitalismo necesita construir al otro para justificar su acumulación destructiva no rompe la clase, está señalando cómo se manifiesta la opresión desde la posición de su comunidad y proponiendo una estrategia de lucha propia que responda a esta violencia.

Los discursos y las prácticas de lucha y resistencia no son universales. La hegemonía blanca y occidental se cuela incluso en los discursos contrahegemónicos y convierte en universal sus formas de resistencia y lucha. Es imprudente que un obrero blanco y occidental quiera hacer universal que la primera lucha es la liberación de clase, es decir liberarse de la explotación laboral. Es osado porque quizás, desde su posición en el mundo, es la única opresión que padece, y por eso la hace centro y pretende universalizarla. Pensar de manera situada es valorar que quizás en un gueto negro estadounidense la represión que se sufre pase más por la raza que por la clase y que la represión policial racista suponga el centro de la lucha, y no tanto la cuestión sindical en un centro de trabajo. Por supuesto que la violencia es por la raza y por la clase, porque son pobres, pero son las personas que padecen violencia específica quienes deciden, de manera colectiva, qué ponen en el centro de su estrategia emancipatoria.

Darle protagonismo a la liberación racial no está rompiendo la clase porque la lucha antirracista es una lucha anticapitalista; el capitalismo necesita para su mantenimiento de esta división racial y colonial del mundo.

Los discursos y las estrategias de resistencia están allí donde haya una comunidad oprimida. Construir la emancipación desde estas estrategias de lucha propia y no estar obligados a mimetizar los modelos de la Europa blanca. Esto es la diversidad. Cuando abogo por que el pueblo gitano tiene sus propias prácticas de autogestión de conflictos o de mutualismo de base sin necesidad de parafrasear a Kroptkin, no estoy cuestionando la teoría del apoyo mutuo, sino estoy haciéndola cercana a gente que le queda lejos porque es distinta; es decir, no forma parte del paradigma blanco europeo.

Las alertas sobre cómo determinados discursos de la diversidad posmoderna conllevan la frivolización de los planteamientos políticos pueden ser muy necesarias, pero deben hacerse con prudencia y saber que se está hablando desde una mirada concreta y no universalizando nuestras experiencias. Hay que ponerse en estado de duda y pensar que quizás no todas las violencias pasan por las mismas jerarquías que las que padecemos en un territorio o un cuerpo determinado.

Son importantes y necesarias las llamadas de atención sobre el sectarismo que puede existir en grupos que reivindican la diversidad, pero, si verdaderamente creemos en la unidad de las luchas, estas críticas deben buscar el diálogo y no el enfrentamiento. Enfrentarse con quienes “rompen la clase” sólo alimenta una dinámica de atomización de las luchas y no suma en colectivo.

Nos enfrentamos a un monstruo de mil cabezas, y difícilmente saldremos de esta con un único discurso y práctica de lucha. Va a hacer falta un diálogo amplio y una escucha atenta a las diferentes manifestaciones de violencia de estas cabezas. La unidad de lucha que aspiramos sin duda pasará por tener en cuenta la diversidad.