Fui uno más de los casi cuatro millones de españoles que en algún momento sintonizamos la 1 de TVE para ver el programa estrella de la noche: “Lazos de Sangre” que en su segunda emisión estuvo dedicada a la familia Flores, es decir, a quienes integraron el núcleo de las personas que formaron parte de la vida de la única, la genial, la irrepetible Lola Flores. Hace un año publique un artículo a propósito del ultraje que hicieron de su figura instalada en el cementerio de la Almudena, en Madrid, donde unos malnacidos racistas pintarrajearon su figura. A él remito al lector porque allí describo los lazos de amistad y convivencia que ella mantuvo con mi familia y muy especialmente con mi madre.
Hoy quiero detenerme unos minutos en hablarles de la familia gitana porque la institución de la familia es para nosotros el eje central a través del cual discurre toda nuestra vida, desde que nacemos hasta que se acaba el viaje por esta parte del mundo que conocemos. Pero antes déjenme decirles una cosa.
Somos una minoría visible
Durante varios años fui el representante del gobierno español en la Comité Consultivo contra el Racismo creado por los presidentes europeos Françoise Mitterrand, Helmut Kholm y Felipe González en el Consejo Europeo celebrado los días 24 y 25 de junio de 1994 en la isla de Corfú. Con sede en Bruselas, celebrábamos reuniones de gran calado los 15 miembros que la integrábamos. Uno por cada uno de los Estados que entonces formaban la Unión Europea. Durante los tres años que duró la existencia de aquel Comité trabajamos muy duramente y me complace manifestar que me correspondió jugar un papel de gran importancia para hacer posible la creación en junio de 1997 del Observatorio europeo contra el Racismo y la Xenofobia, que estableció su sede en Viena. Pero de esta aventura me ocuparé otro día con mayor espacio y detenimiento.
Hoy quiero resaltar que establecí una magnífica relación con la representante del Reino Unido, una señora de origen indio y miembro de la Cámara de los Lores de su país. Un día, en una conversación informal me dijo:
―Señor Ramírez-Heredia, usted tiene la inmensa suerte de pertenecer a una minoría visible.
Sorprendido por tan insólita afirmación le pregunté qué quería decir con ello.
―Muy sencillo ―me respondió―. Hay minorías que sufren tanto como ustedes los gitanos, pero que no son percibidas por la sociedad. Pienso en las minorías religiosas, en las minorías sexuales, en las lingüísticas, en las culturales… Existen, pero nadie las reconoce si sus miembros no se manifiestan como tales. Por el contrario, a ustedes, los gitanos, se les identifica en cualquier parte del mundo. Y eso es una suerte porque vuestra existencia nadie la puede negar.
Durante mucho tiempo pensé en lo que me decía mi ilustre amiga y compañera de Comisión y al final terminé por darle la razón, sobre todo cuando pensé que en mi tierra andaluza hay mucha gente que dice: “A los gitanos se les conoce hasta por “la jechura de andá”. Y es verdad. Sin embargo yo me atrevo a asegurar que a los gitanos “se nos identifica”, pero “no se nos conoce”. Somos la minoría nacional española más numerosa pero muy pocos saben de nuestra historia, de nuestras costumbres, de nuestras tradiciones milenarias de nuestras leyes internas que son las que modelan y dan cuerpo a nuestra personalidad colectiva.
Frente a las graves agresiones que hemos sufrido por parte de las televisiones
Todas las asociaciones gitanas, encabezadas por el Consejo Estatal del Pueblo Gitano, a cuyo frente está Beatriz Carrillo de los Reyes, una gitana de excepcional valía, se han manifestado activamente contra el nefasto programa de TV titulado “Palabra de Gitano”, igual que lo han hecho, aunque en menor medida, contra otro programa panfletario llamado “Gypsy King”. No insistiré en la denuncia que hacemos de quienes aprovechándose de nuestra debilidad y falta de recursos, por conseguir cuota de pantalla, y por consiguiente multimillonarios ingresos por publicidad, ofrecen al público imágenes y comportamientos que aun siendo estrictamente personales, se muestran como paradigma de toda la comunidad gitana española.
Acabamos de ver “Lazos de Sangre” dedicado a la familia Flores y queremos manifestar que nos ha encantado. Con todas las personas que he hablado, gitanos y gitanas especialmente, coinciden en manifestar su complacencia porque, al fin, han podido ver en TVE un programa ―otro fue el que nos dedicó “Ochéntame”― que no solo nos deja en buen lugar sino que ofrece una visión equilibrada y justa de algunos aspectos muy importantes de la cultura gitana.
Alabo el esfuerzo que ha debido realizar Carmen Delgado, directora de la serie, así como Alberto Maeso, director de “Amigas y conocidas”, sin olvidar a Inés Ballester, conductora del coloquio que siguió a la proyección de este segundo capítulo de la serie. Todos ellos cumplieron magníficamente su cometido y a todos ellos debo transmitirles en nombre de la Unión Romaní ―y creo que puedo hacerlo en nombre de los 750.000 gitanos españoles― nuestra felicitación y agradecimiento. Porque ¡ya está bien del trato que recibimos de algunas televisiones de nuestro país!
Lazos de Sangre: la familia Flores
He dicho al principio que quería aprovechar este espacio para decirles que el primer mandamiento de la llamada “Ley Gitana”, si esa fuera una ley escrita, estaría redactado, más o menos así:
Artículo primero: La familia es el fundamento en el que se basa la Ley Gitana. Nada hay superior en el seno de nuestra comunidad que pueda ir en contra de los lazos indestructibles que unen a los hijos con sus padres y a estos con sus abuelos. Nada puede ocupar para cualquier gitano o gitana el lugar sagrado que para nosotros representa el amor, el respeto y la subordinación a lo que entendemos como valores superiores de nuestra comunidad.
Me concederá el lector amable que un enunciado como el que acabo de redactar puede y debe tener una exégesis profunda y contrastada. No faltaba más. Hasta nuestra Constitución, que también lo es de todos los gitanos españoles, tiene un Tribunal que la interpreta. Y los tratados de Derecho Constitucional se cuentan por decenas. ¿Cómo no había de tenerlo también una Ley no escrita, que es consuetudinaria por su propia esencia, lo cual no le impide que sea considerada fuente del Derecho?
Digo todo esto porque, sin ellas saberlo, las periodistas que han acompañado a Inés Ballester en el coloquio que ha seguido al documental han realizado una verdadera exégesis del primer artículo de la ley gitana que les acabo de ofrecer. Me falta espacio para transcribir y glosar el profundo conocimiento que tiene Beatriz Cortázar de las costumbres gitanas. O la rotundidad con que Isabel San Sebastian ha descrito los lazos indestructibles de esta familia gitana. Igualmente Marta Nebot y Luz Sánchez Mellado no regatearon alabanzas a los lazos de sangre gitana que distinguían a la familia Flores, familia en la que también hay zonas oscuras, conocidas por todas ellas, como las hay en cualquier familia gitana o no gitana, y a las que no quisieron hacer referencia, como la hubieran hecho otros depredadores de pluma tan fácil como envenenada.
Y me reservo poner punto y aparte a este comentario sin resaltar el papel de periodista excepcional que tuvo mi admirado Hilario López Millán. Hilario ha ganado con el tiempo. Le conozco desde hace muchísimos años cuando ambos colaborábamos con Luis del Olmo en el programa “Protagonistas” que se emitía en Radio Nacional de España desde el Paseo de Gracia, número uno de Barcelona. ¡Cómo he disfrutado viéndole y oyéndole! Pero no solo yo. He vuelto a ver el programa gracias a que está accesible en los archivos de TVE y he podido comprobar como a todas las periodistas presentes, empezando por la presentadora del programa, se les caía la baba escuchándole tantas anécdotas riquísimas de contenido y de humanidad de la gitanísima familia Flores.
“Lazos de Sangre Gitana”. Más que un programa de TV ha sido una verdadera lección práctica de antropología cultural.
Juan de Dios Ramírez-Heredia
Abogado y periodista