Hace unos días que hemos celebrado el 90 aniversario de la publicación de El ROMANCERO GITANO, obra cumbre de la que fue autor Federico García Lorca. Para mí, pronunciar el nombre de García Lorca, supone experimentar un cúmulo de sensaciones extrañas en las que se mezclan la emoción ante la profundidad comprometida de su mensaje, la tristeza porque las balas mortíferas de sus asesinos nos privaron de la fuente sublime de creación poética que hubiera salido de aquel genio, y la alegría de saber que nadie como él ha sabido reflejar con tanta fuerza la vida de nuestra gente durante el corto tiempo que duró su vida.
Federico era social y demográficamente andaluz.
Nació en Fuente Vaqueros (Granada) el año 1898 y aunque se trasladó a Madrid cuando ya había cumplido 21 años para estudiar Derecho y Filosofía y Letras, nunca perdió su vinculación con su tierra natal y especialmente con su madre, Vicenta Lorca Romero que ejerció como maestra de escuela, ―más exactamente de un parvulario de niñas―, en el mismo pueblo. Tal vez esa vinculación justifique la faceta infantil de Federico, presente en algunos de sus versos: Mamá, yo quiero ser de plata. / Hijo, tendrás mucho frío. / Mamá, yo quiero ser de agua. / Hijo, tendrás mucho frío. / Mamá, bórdame en tu almohada. / ¡Eso sí! ¡Ahora mismo!
Cuando Federico presentó El Romancero en 1928, dijo que se trataba de un libro que no era pintoresco, ni folklórico, antes al contrario, manifestó que en su contenido “no hay ni una chaquetilla corta, ni un traje de torero, ni un sombrero plano, ni una pandereta; donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un solo personaje, grande y oscuro como un cielo de estío, un solo personaje que es la Pena”. Lo que me lleva a pensar que el gran poeta ya había interiorizado el sentimiento trágico de la vida tal como con absoluta perfección lo describiera don Miguel de Unamuno 16 años antes.
Federico era anímica y sentimentalmente gitano
Y es que no podría ser de otra forma. Hace ya muchos años ―y perdónenme por la autocita― dije en una universidad andaluza algo parecido a una chorrada como lo siguiente: “Verdaderamente yo no sé si los gitanos están andaluzados o los andaluces están agitanados”. Pues bien, lo que parecía una chorrada ha tomado cuerpo hasta el punto de que algún catedrático de antropología cultural, con mayor precisión y autoridad que yo, ha dedicado una parte de su tiempo académico a desarrollar la idea para llegar a la conclusión de que “el Alma Andaluza es una gran alma dormida que sueña”, como dijo José Nogales en 1903. Y que cuando despierta del sueño no acierta a distinguir cual es la dosis de gitanismo que se ha incrustado en las entretelas de su milenaria cultura.
Si no fuera así no habría podido escribir el Romancero Gitano a pesar de que éste no es un libro social, ni testimonial de la comunidad gitana. Me ha reconfortado enormemente leer en un libro de Literatura de los que se dan en las escuelas en 2º curso de bachillerato que “García Lorca parte de lo real, de lo anecdótico, pero lo transciende porque el poeta lo funde con su propio mundo interior”. El autor refleja en el mundo gitano su mundo incomprendido, su frustración, su deseo de existencia en libertad. El poeta se enfrenta a la norma, a la sociedad y se pone del lado del derrotado, del débil. ¡Que bien que los jóvenes españoles lean y estudien estas cosas!
¿Está justificada mi emoción cuando leo que el propio Federico García Lorca escribió lo siguiente al presentar su obra? “El libro en conjunto, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal”.
¡¡Bendito sea Dios y bendita sea la memoria de Federico García Lorca!!
Edad de Plata de la cultura española
El Romancero Gitano tal vez sea la obra más importante de la producción poética del autor. Nada más ver la luz en 1928 alcanza un éxito sin precedentes. Y conviene no olvidar que el joven García Lorca se integra en la generación del 27 donde brillan con luz propia escritores tan importantes como Gerardo Diego, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti y Luis Cernuda. Pero no faltaron figuras de una talla inconmensurable en sus respectivas artes. Manuel de Falla, gran compositor gaditano con quien Federico mantuvo una estrecha colaboración para organizar, junto al pintor Ignacio Zuloaga, el Concurso de Cante Jondo en Granada en el año 1922. Pintores mundialmente reconocidos como Pablo Picasso o Salvador Dalí con quien convivió en la Residencia de Estudiantes que en 1910 se fundó en Madrid para recoger la herencia de la Fundación Libre de Enseñanza que creó Francisco Giner de los Rios. Que gozo debían experimentar todos cuando se reunían en tertulia a las que solían acudir, además de los escritores, intelectuales como Severo Ochoa, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Claudio Sánchez Albornoz o Santiago Ramón y Cajal.
Y no tengan la menor duda de que en sus reuniones, durante mucho tiempo, de lo que más se hablaba era de gitanos. El Romancero se agotó nada más salir y así edición tras edición iban llegando al gran público. Posiblemente contribuyeron a despertar la curiosidad de unos y de otros el hecho de que, al principio, dos amigos de Federico, como fueron Dalí y Buñuel, rechazaron la obra porque estaban influenciados por la modernidad que llegaba de Francia. Pero al final se impuso la tozudez de los hechos: el Romancero Gitano y los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada’, de Neruda, han sido los dos libros de poesía en español de mayor difusión en toda la historia de la cultura española.
Pero al final lo mataron.
El pobre Federico tenía tan solo 38 años y lo fusilaron en la madrugada del 18 de agosto de 1936 junto a un olivo en la carretera que une las localidades de Viznar y Alfacar. Viznar es un pequeño pueblo situado a 1050 metros de altura en las estribaciones de la Sierra de Alfaguara mientras que Alfacar es más grande y tiene mayor movimiento industrial y económico. Está a siete kilómetros de la capital. Federico fue enterrado en la ladera de un monte y a dia de hoy nadie ha encontrado sus restos.
Y junto a Federico fue fusilado otro mártir víctima de la furia sanguinaria de los golpistas: Dióscoro Galindo González, maestro vallisoletano a quien los médicos amputaron la pierna izquierda que le quedó atrapada por un tranvía en Madrid. Ejercía su trabajo con gran dedicación en el municipio de Pulianas que está a cinco kilómetros de Granada. Luchó denodadamente contra el analfabetismo y de sus esfuerzos se beneficiaron inequívocamente los niños gitanos del lugar.
El pelotón de fusilamiento
Mucho se ha escrito sobre la muerte del gran poeta. Algunas versiones son tan dispares como inverosímiles. Yo me quedo con lo que dice el historiador malagueño Miguel Caballero Pérez en su informe “Las trece últimas horas en la vida de García Lorca». Ramón Ruiz Alonso, un destacado militante de la derecha golpista, fue el encargado de trasladar a Federico desde la casa de los Rosales, donde había encontrado refugio, al Gobierno Civil. Fue acompañado de Miguel Rosales y tras entrevistarse con el teniente coronel de la Guardia Civil, Nicolás Velasco Simarro, fue cacheado y encerrado en una habitación. Desde ese momento el teniente coronel Velasco Simarro fue “dueño del destino del poeta en el tiempo que medió entre su detención y su traslado a Víznar” donde fue asesinado, afirma Caballero Pérez.
El pelotón de fusilamiento estuvo compuesto por siete personas: un guardia civil, dos policías y cuatro guardias de asalto de diferente rango.
Y cuando las siete balas atravesaron el cuerpo de Federico, España, Andalucía y los gitanos de todo el mundo perdieron al hijo más bueno, más noble y más tierno que haya parido madre.