¡Viva la radio!

3025

Como siempre, ya lo saben mis amables lectores, suelo introducir en mis comentarios el testimonio de mis propias experiencias personales. Y esta vez no será menos. Por eso, permítanme decir que yo soy un hombre de radio. A la radio le debo buena parte lo que soy y de lo que he conseguido a lo largo ya de mi amplia y dilatada vida.

Una pincelada de historia

El día 13 de febrero se celebra el Día Mundial de la Radio como consecuencia de un acuerdo tomado por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue en su periodo de sesiones del año 2013 cuando se hizo formalmente esa proclamación. Y déjenme decir con orgullo que, si algún protagonismo le corresponde a alguien como autor de esa iniciativa, ése es de España. Existe en nuestro país una prestigiosa organización llamada “Academia de las Artes y las Ciencias Radiofónicas de España” que fue creada en 1997 por un joven radiofonista llamado Jorge Álvarez. Fue en el seno del Consejo Ejecutivo de la UNESCO de donde partió la idea de que la Conferencia General proclamara el Día Mundial de la Radio en respuesta a una propuesta de España. Fue la Directora General de la UNESCO quien propuso la fecha del 13 de febrero, por ser el día en que se creó Radio Naciones Unidas, en 1946. Tres años más tarde fue el embajador permanente de España, Ion de la Riva, quien defendió la iniciativa en la Conferencia.

Periodista radiofónico sin título alguno

Yo empecé a trabajar en Radio Nacional de España siendo muy joven. No era periodista ni tenía título alguno. En realidad, nadie que trabajara en los medios de comunicación accedió a ellos acreditando una titulación adecuada. Ni siquiera existían las Facultades de Ciencias de la Información que fueron creadas por un Real Decreto de 13 de agosto de 1971, es decir, cuatro años antes de que muriera el general Franco. Las pioneras, y lo fueron durante mucho tiempo, se establecieron en la Universidad Complutense de Madrid y en la Universidad Autónoma de Barcelona que fue en la que yo cursé mis siete años de vida universitaria: cinco de licenciatura y dos de doctorado. Pero esta es una historia que me apetece contar.

En 1971, como consecuencia de la publicación de mi primer libro, “Nosotros, los Gitanos”, José María Iñigo me invitó a participar en su famoso programa de televisión “Estudio abierto”. No se olvide que, en aquella época, y durante muchos años más, en España sólo hubo una cadena de televisión: TVE. Por lo tanto, aparecer en aquella pantalla mágica en blanco y negro suponía la garantía de ser vistos por más de 20 millones de personas.

Aquella entrevista causó impacto por lo que no fue extraño que al día siguiente me llamara por teléfono don Juan Manuel Soriano Ruiz, jefe de programas de Radio Nacional de España. Me dijo que tenía interés en hablar conmigo y que si podía pasar a verle por su despacho de Paseo de Gracia en Barcelona. Le dije que encantado sin saber que aquella misma tarde mi vida experimentaría el gran cambio que determinó el resto de mi actividad tanto personal como profesional.    

La entrevista se desarrolló en estos términos:

      ― Ayer le vi en TV en el programa de José María Iñigo y debo confesarle que me gustó. De tal manera que pensé: “Este muchacho podría tener cabida en nuestra cadena de emisoras”. Así que le pregunto ¿qué le parece la idea? ¿Quiere usted trabajar con nosotros?

      ―Pues, no sé qué decirle. Déjeme que me reponga de la sorpresa. En principio le digo que me parece una idea muy atractiva.

      ―Bien. Le propongo que realice usted un programa de media hora que lo emitiremos dos días a la semana. A ver, dígame de qué tema quiere usted ocuparse.

      ―Pues no lo sé. Sinceramente no sabría qué decirle.

      ―Vamos a ver, ¿usted no sabe nada de deportes, de modas, de arte, en fin, de tantas cosas como se pueden divulgar en un programa de radio?

      ―Pues no señor, aunque pensándolo bien tal vez podría hablar con mayor conocimiento de flamenco. Pertenezco a una familia gitana en la que hay muchos artistas y algunos de gran renombre popular.

      En ese momento a mí me pareció que al señor Soriano se le iluminó el rostro y me dijo con absoluta firmeza:

      ―Pues hágame usted un programa de flamenco. Lo emitiremos los martes y los viernes de ocho a ocho y media de la tarde. Tráigame usted el primer guion cuanto antes para ponerlo en la programación.

      ―Por favor, don Juan Manuel ―dije sinceramente alarmado― me pide usted algo completamente desconocido para mí. Yo no sé como se hace un guion de un programa de radio. Es más, no he visto ninguno en mi vida.

      En ese momento, aquel hombre bueno cuya memoria permanece en mi corazón y al que tanto debo, apretó el botón de un pulsador que tenía sobre su mesa y al instante entró su secretaria.

      ―Montse, ―se dirigió a una joven mujer de la que no tardé en comprobar que era su mano derecha― tráigale usted al señor Ramírez Heredia uno cualquiera de los guiones que estamos emitiendo para que vea su formato y lo adapte al que él debe realizar.

      Y Montse apareció a los pocos minutos con el guion radiofónico de un programa de pesca submarina que yo debía convertir en un programa flamenco.

Debo confesar, sin fingida humildad, que la emisión constituyó un gran éxito. En menos de seis meses pasó a emitirse tres días a la semana e inmediatamente se convirtió en un espacio diario que se mantuvo en las antenas de Radio Nacional la friolera de diez años continuados.

El poder mágico de la voz

Me resisto, en este Día Mundial de la Radio, a dejar de ofrecer una pincelada del quehacer profesional de dos hombres, dos auténticos pilares de la radiodifusión española: uno es Juan Manuel Soriano Ruiz, canario que nació en 1920 y murió en Barcelona hace ahora 25 años. Él era un periodista de la vieja escuela que se convirtió en el actor de doblaje más importante de la escena y las ondas españolas. Su voz todavía resuena en las personas de Clark Gable, Kirk Douglas y James Stewart, Si de Frank Sinatra se dice que fue la voz capaz de transformar el jazz, de Soriano se podría decir que era la voz capaz de conmover los más duros corazones.

Se cuenta, y yo doy fe de que es verdad, que cuando Juan Manuel Soriano, actor principal del programa de radio “Teatro invisible”, decía a la protagonista de la obra, con su voz de terciopelo de las Mil y una Noches, “¡Te quiero!, había desmayos de jovencitas en muchos hogares españoles ―y de otras mujeres que no lo eran tanto― seducidas por la voz inconfundible del que para ellas era el galán de sus sueños.

La otra voz inconfundible de la radio española es la de Luis del Olmo. Juntos hemos trabajado a las órdenes de Juan Manuel Soriano. Luis ya era el gran maestro que yo admiraba, conductor del programa estrella de la radiodifusión española titulado “Protagonistas, nosotros”.  Luís me encargó intervenir diariamente en su programa con un espacio minúsculo de cinco minutos, sí, cinco minutos. Mi misión consistía en subirme a una unidad móvil de Radio Nacional y entrevistar en la calle a los ciudadanos sobre los problemas del momento o lo que era actualidad en la vida pública y, ¡atención!, por aquella colaboración me pagaban mil pesetas diarias. Mil pesetas diarias, al principio de los años setenta, a mí, con veintipocos años, me parecían una fortuna.

Cuando el periodismo adquiere rango universitario

Mi vida en la radio ha sido muy variada y muy rica en contenidos. He dirigido e intervenido en programas de todo tipo ―menos en los deportivos de los que confieso mi total ineptitud―. Pero les contaré como se hacían las cosas en los últimos años del viejo Régimen.

Un día, siendo director de RTVE en Cataluña Jorge Arandes Masip ―me acabo de enterar ahora mismo, cuando estoy a punto de cerrar este comentario, que ha muerto hoy, Día Mundial de la Radio, a los 91 años― reunió en su despacho a los locutores de R.N. para decirnos lo siguiente:

      ―Todos ustedes saben que se han creado en España dos Facultades universitarias de Ciencias de la Información. Les recomiendo encarecidamente que se matriculen y cursen esos estudios. Y sepan que pasados unos pocos años, quien no esté en posesión de una licenciatura de esa Facultad, aunque sea doctor en ciencias exactas, quedará en esta casa para decir tan solo: “Son las cinco de la tarde en el reloj de nuestros estudios. Transmite Radio Nacional de España”

Contundente argumento que a mí me animó a matricularme en la Autónoma de Barcelona. Cosa de la que cada día me alegro más. Descanse en paz quien, durante algunos años fue mi director.