Si hubiera nacido mujer y además gitana…

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El 8 de abril se celebró en todo el mundo el Día Internacional del Pueblo Gitano (International Roma Day). Con esta fecha se pretende recordar el histórico Congreso Mundial roma/gitano celebrado en Londres el 8 de abril de 1971 en el que se instituyó la bandera y el himno gitano. Sin embargo, fue más tarde, durante el desarrollo del 4º Congreso Internacional Gitano, realizado en Polonia en 1990, cuando se decidió establecer este día como fecha internacional del pueblo gitano.

Si hubiera nacido mujer y además gitana, estaría viviendo esta grave crisis sanitaria de una manera muy diferente a como la vivo en mi condición de paya. Seguramente, la situación de especial vulnerabilidad que sufrimos ante la prevención y lucha contra el enemigo invisible del covid-19 se agravaría por ser víctima de la discriminación interseccional. Ahora bien, debería quedar claro que ésta no implica una mera suma aritmética de diferentes tipos de discriminaciones sino un tipo de discriminación específica en la que confluyen varios tipos de discriminación provocados por razón del género y la etnia. La discriminación múltiple o simultánea que sufren las mujeres gitanas tiene por tanto una dimensión distinta que las transforma en sujetos especialmente vulnerables dentro del cuerpo social.

Aunque fue la jurista norteamericana Kimberlé Crenshaw quien introdujo desde los estudios jurídicos y el feminismo negro el concepto de interseccionalidad en las Ciencias Sociales en 1989, se rastrea esta idea de la interseccionalidad con anterioridad en las denuncias de mujeres afroamericanas, chicanas y mujeres apodadas como las “otras”, las “inapropiables”, las “subalternas”, etc. Si hubiera nacido mujer y además gitana, viviría presa de esa angosta intersección que se origina de la interacción de distintos sistemas de dominación u opresión que vulneran elementales derechos humanos.

Creo que es fácil de entender que cualquier población sensiblemente vulnerable se puede ver desproporcionalmente afectada por el covid-19, como de hecho está ocurriendo. La pandemia no conoce del juego de las mayorías y las minorías, no conoce de clases sociales, no conoce de relaciones de poder y por ello no distorsiona sino que retrata en una imagen monumental y gigantesca las desigualdades sociales en el ámbito de los bienes y servicios, salud, educación y empleo. Sobra decir que son estas esferas en las que las mujeres gitanas de una forma llamativa han padecido y padecen una discriminación histórica.

Si hubiera nacido mujer y además gitana, aun cumpliendo de manera estricta el confinamiento tendría mucha más probabilidad que otros sujetos de contraer el virus porque posiblemente tendría una salud más frágil, una condición física peor, quizás padecería diabetes, hipertensión, obesidad o asma, simplemente por la mera pertenencia a esta minoría social. No estoy queriendo decir con ello que por ser mujer y además gitana tendría una predisposición genética a sufrir estas enfermedades, que me harían más vulnerable ante el virus, pero sí que por un condicionamiento histórico estaría en clara desventaja dentro del cuerpo social, simplemente, por haber tenido históricamente el pueblo gitano menos acceso a los servicios de salud. Son por ello tanto la precaria salud como el alto grado de vulnerabilidad en la situación actual europea, los materiales con los que se construye el espejo de las desigualdades e injusticias sociales que ha sufrido el pueblo gitano como minoría durante siglos.

Si hubiera nacido mujer y además gitana, seguramente, no gozaría de seguro privado de salud, tendría menos ahorros para hacer frente a la crisis y además menos ingresos para afrontar económicamente estos días de confinamiento, quizás porque me dedicaría a la venta ambulante, como sabemos, prohibida por el estado de alarma. Por si esto fuera poco, la gente se alejaría de mí en los supermercados al pensar que estoy contagiada y sería escrupulosamente vigilada por los guardias de seguridad ante la prejuiciosa presunción de que querría sustraer algo sin previo pago; por supuesto, esto en el caso de que nadie me hubiera impedido entrar en el comercio tras la acusación infame e infundada de estar contagiada.

Con razón se dice que en la base de la discriminación interseccional suelen estar el uso de estereotipos de género sobre las mujeres que pertenecen a grupos históricamente discriminados, convirtiéndose aquéllos en la causa pero también en la consecuencia de la discriminación. Es por ello que urge tanto detectar los prejuicios irracionales y contaminados socialmente como erradicarlos a través de la educación, la familia y, sobre todo, a través de los medios de comunicación. Todos sabemos que en situaciones de crisis, como la que ahora vivimos, las redes sociales se saturan con mensajes falsos que lejos de mejorar, lo que hacen es empeorar todavía más la percepción existente de ciertos grupos sociales. No sorprende por ello que hayan corrido como la pólvora en estos días los mensajes antigitanos en forma de audios difamantes, insultantes y estigmatizantes. Bulos y rumores que han afectado, de nuevo, al modo en que son percibidas las mujeres gitanas. Creo que deberíamos tratar entre todos de evitar que la pandemia se revele no sólo en forma de covid-19 sino también en forma de antigitanismo.

Si los recursos son limitados, resulta fundamental conocer quiénes son los grupos de mayor riesgo dentro de la sociedad, que se están viendo especialmente afectados por la pandemia, en aras de que los poderes públicos no los ignoren cuando tomen las decisiones sobre su reparto. Pensemos que lo que Rawls denominaba “la arbitrariedad de la fortuna” no puede condicionar la posibilidad de que los individuos tengan o no acceso a los bienes primarios. Quizás deberíamos tomar en serio las palabras de Donna Kate Rushin cuando en su poema “de la puente” decía que “la puente que tengo que ser es la puente a mi propio poder. Tengo que traducir mis propios temores. Mediar mis propias debilidades. Tengo que ser la puente a ningún lado más que a mi verdadero ser. Y después seré útil”.