El día 9 de mayo de 1950 Rober Schuman, que a la sazón era ministro de Asuntos Exteriores de Francia, pronunció un discurso que ha sido considerado como el texto fundador de la Unión Europea
La población gitana europea es la de mayor magnitud de cuantas viven en el territorio de la Unión. Somos diez millones de ciudadanos de los que un día dijo y escribió Günter Grass, Premio Novel de Literatura, que somos los más genuinos representantes de la condición de ser europeos. Diez millones de hombres y mujeres que siempre consideraron que las fronteras no debían existir entre aquellas comunidades afines que profesan un mismo sentimiento de respeto por los derechos humanos y por el Estado de Derecho que rige la convivencia colectiva.
Cuando voté en Estrasburgo la eliminación de las fronteras nacionales felicité al conjunto de los Diputados presentes en la Cámara, pero añadí que esa conquista los gitanos ya la habíamos ganado setecientos años antes.
Pero también es el Día de los gadyè
Celebramos hoy el Día de Europa en recuerdo de la fecha, 9 de mayo de 1950, en que Robert Schuman pronunció un trascendental discurso, conocido como la Declaración Schuman, tendente a solucionar los graves problemas que padecían algunos países europeos productores del carbón y el acero.
Schuman ostenta el título de Padre de Europa. Aunque nacido en Luxemburgo fue naturalizado francés. Y en Francia ejerció la profesión de abogado. Luego, cuando los franceses recuperaron la libertad tras la derrota nazi, fue nombrado sucesivamente Ministro de Finanzas, Primer Ministro y Ministro de Asuntos Exteriores.
Su prestigio y su comportamiento humano y cristiano, comprometido con la creación de una Europa que evitara una guerra como la que acababa de terminar hizo que el Vaticano valorara de forma extraordinaria su compromiso. Finalmente ha sido el Papa Francisco quien firmó el año pasado un decreto en el que se reconoce las «virtudes heroicas» de Schuman, el primer paso del largo proceso que puede conducirle a la canonización.
Pero que nadie lo olvide
Y si efectivamente Robert Schuman está en el Cielo, junto a Dios Padre, no debería olvidar de recordarle al Creador que aquí abajo hay un grupo humano, que, aún padeciendo la discriminación de los racistas, es el que mejor encarna las virtudes y la personalidad colectiva de las que él creyó que debían adornar a todos los europeos.