Hay que devolverle “su calle” al Almirante Cervera

El Ayuntamiento de Barcelona ha borrado de su callejero el nombre del Almirante Pascual Cervera Topete y la alcaldesa lo ha justificado llamándole “facha”

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Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya

Recuerdo que, al principio de mi llegada a Barcelona, hace ya más de 50 años, cuando iba al barrio marinero de la Barceloneta, acostumbraba a pasar por la calle del Almirante Cervera. Ese barrio siempre ha tenido para mí un atractivo especial motivado porque en su orilla opuesta al puerto está la famosa playa de Barcelona donde durante tantos años estuvo ubicado el Somorrostro barcelonés. Miles de gitanos lo habitaron y su hospital, entonces llamado de “Infecciosos”, era una referencia para sus habitantes. Hoy ese centro médico, convertido en un Hospital de referencia de la ciudad Condal, fue donde mi hija Carmen, que es médico, realizó sus primeros años de prácticas una vez acabada la carrera de medicina.

Más de 15.000 personas habitaban las casi 1.400 barracas allí instaladas. Pero gitanos y gachés (payos) desaparecieron del lugar cuando Francisco Franco decidió visitar Barcelona para participar en unas maniobras navales. Los gitanos fueron trasladados, en su inmensa mayoría, a unos barracones instalados en el barrio de San Roque, en Badalona. Y aquí, en el Somorrostro barcelonés, inmortalizado por el cineasta Rovira-Beleta en su película Los Tarantos, fue donde nació la genial Carmen Amaya, verdadera revolucionaria del baile gitano.

Por eso, y porque en la Barceloneta quedaron bastantes familias gitanas que no habitaban las barracas, yo iba con frecuencia a visitarlas atravesando la calle del Almirante Cervera.

Pero resulta que, para mí, el Almirante Cervera no era un desconocido.

Efectivamente, no lo era, porque yo creía que don Pascual Cervera Topete había nacido en Puerto Real, en el mismo pueblo en el que había nacido yo y en una casa situada a pocos metros de la mía. Ahora, tras la zapatiesta ocasionada por el Ayuntamiento de Barcelona, me he enterado de que donde el Almirante nació, en febrero de 1839, fue en Medina Sidonia, enclave situado en el centro de la provincia de Cádiz y que acaba de recibir el premio “pueblo con más encanto de Andalucía 2018”. Pero lo que sí sé es que vivió y murió en mi pueblo, en Puerto Real, el 3 de abril de 1909 y que la imagen de su casa y los movimientos de sus familiares entrando y saliendo de la misma forman parte de mis recuerdos de infancia. Debo hacer una importante precisión. Mi familia vivía, y mi hermana Mari Carmen sigue viviendo, en la calle Barragán, a cinco o seis metros de la casa del Almirante, en un pequeño piso que no llega a 50 metros cuadrados, mientras que el Almirante y su familia ocupaban una finca impresionante, con un inmenso jardín interior que yo lograba ver cuando me subía a la azotea de mi casa. Ya entonces, a pesar de que yo era un niño de pocos años, me llamaba la atención observar, desde la atalaya de mi azotea, como nosotros podíamos vivir tantos en tan poco espacio, mientras que la familia del Almirante, que no eran muchos ―al menos a mí me lo parecía― necesitaban tantos metros cuadrados para desarrollar con normalidad sus vidas.

Sí recuerdo, sin embargo, que los familiares del señor Cervera eran personas amables que pasaban prácticamente desapercibidas para el resto de los puertorrealeños. Ellos hacían su vida sin participar en los eventos franquistas de la época, hasta que llegó un momento en que la casa permanecía cerrada la mayor parte del año y algún miembro de la familia la ocupaba tan solo unos meses, especialmente en el verano. Nunca oí a nadie hablar mal de la familia Cervera, mis vecinos. Ni siquiera cuando siendo ya mayorcete afilaba el oído cuando me percataba de que algunos obreros hablaban, con cautela, de política.

Y ¿por qué el Ayuntamiento de Barcelona le ha quitado el nombre de mi paisano, el Almirante Cervera, a la calle que lo llevaba?

Pues sencillamente porque, según la alcaldesa de Barcelona, doña Inmaculada Colau, el Almirante Don Pascual Cervera Topete, era un “facha”. Pues mire usted, no. El Almirante Cervera era un liberal que se distinguió participando en la Revolución Liberal, conocida como La Gloriosa, de 1868 contra Isabel II. Más tarde, y en dos ocasiones, 1892 y 1893, fue nombrado Ministro de Marina en un gobierno liberal cuyo presidente fue Práxedes Mateo Sagasta. (Por cierto, otra de las principales calles de mi pueblo lleva el nombre de este ilustre político liberal progresista). Y antes, en el año 1873, el Almirante Cervera, que quiso ser mi vecino adelantándose un montón de años a que yo naciera, defendió el orden constitucional de la Primera República española enfrentándose a los rebeldes y defendiendo el Arsenal de la Carraca, en Cádiz. ¿Coincidencias de la vida? El Almirante Cervera defendió con las armas el orden constitucional del siglo XIX y luego un gitano del pueblo que él escogió para vivir y morir, participó en la redacción de un nuevo orden constitucional surgido tras la muerte del dictador.

Algo ha llamado poderosamente la atención de quienes sorprendidos por la acusación de “facha” que la alcaldesa de Barcelona hace al Almirante Cervera, han comprobado con estupor que cuando Benito Mussolini inventó el fascismo, hacía ya más de diez años que el militar puertorrealeño había muerto. Es decir, se señala con el estigma de “facha” a alguien que no podía saber qué era eso, porque eso no existía.

Es curioso, o al menos contradictorio, que para quienes gobiernan en el consistorio barcelonés, don Pascual Cervera sea un indeseable de extrema derecha ―eso es lo que son los “fachas”― y que Fidel Castro, ―comunista convicto y confeso― hubiera declarado en La Habana que el Almirante Cervera era un héroe que protagonizó una hazaña inolvidable al enfrentarse a los Estados Unidos a sabiendas de que aquella era una batalla perdida para los españoles. Por esa razón, el gobierno cubano organizó hace dos años un homenaje a los marinos españoles que combatieron en la guerra de 1898 a las órdenes del marino Cervera Topete. Ese día colocaron una placa de metal en el fondo del mar, en el lugar donde reposan los restos de uno de los barcos españoles hundidos y dos submarinistas, uno catalán y otro vasco, depositaron una corona de laurel junto a la placa manifestando así el agradecimiento a los marinos españoles que murieron en el combate contra los soldados de los Estados Unidos.

Me sentiré mal cada vez que circule por la calle del Almirante Cervera y no pueda leer su nombre en las placas fijadas en cada esquina. Y no me servirá de consuelo pensar que sus restos descansan en el Panteón de Marinos Ilustres de la Isla de San Fernando, la tierra de Camarón, al ser considerado un héroe para la historia, o que el Gobierno francés le haya concedido la Legión de Honor.

La señora Colau debería pedir disculpas por insultar estúpidamente a un gran marino andaluz que quería entrañablemente a Cataluña. Así lo ha pedido el PSOE de Puerto Real en una moción que se debatirá en el pleno de su Ayuntamiento. Y así me atrevo a pedirlo yo también desde la autoridad que me da el ser padre de seis hijos que han nacido en Barcelona.

De lo contrario no nos extrañe que algún día veamos ―lo acabo de leer en Twitter, seguro, redactado por un gaditano― que el Ayuntamiento mandará quitar la estatua de Colón y colocará en su lugar la de Gabriel Rufián.