¿Periodistas contra el racismo? 1995-1996

Aunque ocurrió hace bastantes años la historia sigue siendo, por desgracia, perfectamente actual en algunos medios de comunicación social. Sucedió en la ciudad de Sevilla y la noticia apareció en un importante periódico de difusión regional. A cuatro columnas se destacaba en negrita y con un cuerpo de letra de titular importante la siguiente noticia: «Una gitana roba 10.000 pesetas en una céntrica filatelia». A partir de ahí el redactor se explayó en una descripción tan novelesca como increíble. La astuta gitana entró en la filatelia acompañada por otra mujer, gitana como ella, y se repartieron el trabajo. Mientras una se interesaba por las últimas novedades en emisiones y colecciones, la otra traspasó el mostrador, abrió la caja registradora y se apoderó impune y tranquilamente de las 10.000 pesetas que allí había. En síntesis, éste es el relato de los hechos.

La denuncia se presentó en la comisaría de policía sevillana un día por la noche tras cerrar el establecimiento. El dueño del negocio descubrió un descuadre de 10.000 pesetas en las ventas del día. Preguntó al empleado que estuvo toda la jornada en la tienda y éste no dudó en culpar a unas gitanas que entraron en el establecimiento aquel mismo día por la mañana.

Preguntado el perspicaz empleado por la policía con el fin de identificar y detener a los autores del robo, no dudó en decir que habían sido dos gitanas que, efectivamente, habían entrado en la filatelia aquel día por la mañana. La policía, en cumplimiento de su misión, y con el fin de obtener cuantos más datos mejor para hacer posible la detención de tan selectas ladronas gitanas, anotó cuidadosamente las explicaciones del empleado, quien sin ningún género de dudas las identificó como gitanas por su vestimenta a la usanza de estas personas, porque la mayor llevaba un niño en brazos apoyado en el cuadril y porque a su juicio iban sucias. Más adelante, presionado por los investigadores, que querían saber cómo se había desarrollado el robo, el empleado –suponemos que gadyò, aunque el cronista no lo especifica– dijo que él no vio cómo la gitana más joven se ponía junto a él en el interior del mostrador y abría la caja registradora a pesar del sonido de campanitas con que esas viejas máquinas anunciaban la apertura del cajón porque la gitana mayor, gran experta en el arte que trata del conocimiento y colección de sellos, le tenía ocupado con sus preguntas técnicas.

Efectivamente, según se recoge en la referida crónica, la vieja gitana, siempre según el vendedor de sello, era una perfecta conocedora de los secretos de la filatelia que en nada envidiaría a muchos hombres famosos que encontraron placer y descanso en esta afición, como los reyes Jorge V y VI de Inglaterra o el mismo Franklin D. Roosevelt, quién reconoció una vez: «Debo mi vida a las aficiones, especialmente a la filatelia». La experta gitana se interesaba, de acuerdo con el lenguaje propio de los filatélicos, por sellos roleteados, es decir los trepados sin desprendimiento de las partículas del papel.

A la policía no le fue difícil encontrar a las dos mujeres, sobradamente conocidas en el barrio, que de vez en cuando entraban en los establecimientos públicos, especialmente bares y restaurantes, solicitando una limosna. Ambas mujeres, por desgracia para ellas, eran analfabetas.

Pero hasta aquí la noticia no habría tenido nada de sorprendente a pesar de la torpe coartada del vendedor de sellos. Lo verdaderamente curioso es que el periódico titulara a cuatro columnas que «Una gitana roba 10.000 pesetas en una céntrica filatelia» y que en esa misma página, al pie y a una sola columna, se diera la noticia de que aquel mismo día unos ladrones bien organizados habían desvalijado uno de los pabellones de la feria de muestras, llevándose un camión lleno de aparatos electrodomésticos.

La identidad colectiva y la importancia de los mass-media

Los gitanos hemos dicho hasta la saciedad que sin la colaboración de los medios de comunicación social el camino de nuestra promoción sería sumamente difícil. Nuestra lucha no lo es sólo por erradicar el analfabetismo, el paro, la marginación o la defensa de nuestras señas de identidad cultural. En la primera línea de nuestras preocupaciones figura la necesidad de cambiar la imagen que buena parte de la sociedad tiene de nosotros, Y ese cambio sólo será posible si se dan dos comportamientos convergentes ante la opinión pública: uno, la voluntad manifiesta de los propios gitanos de superar siglos de separación haciendo toda clase de esfuerzos por lograr la incorporación plena, especialmente de los jóvenes, a las inquietudes modernas de la sociedad; otro, que los medios de comunicación social, prensa, radio y televisión, colaboren activamente con nosotros no difundiendo informaciones que en un contexto peroyativo, tachando por igual a toda una comunidad, al imputar al conjunto de sus miembros lo que en la inmensa mayoría de las ocasiones es tan sólo responsabilidad de unos pocos.

La noticia de la filatelia sevillana es una buena muestra de la irresponsabilidad periodística cuando el amarillismo prima sobre el rigor y la verdad informativa. Aunque este hecho ocurrió hace muchos años, no ha sido difícil encontrar entre los recortes de prensa que hemos utilizado para la elaboración de este informe tratamientos periodísticos similares al descrito.

No nos hemos ocupado del tratamiento que los gitanos hemos recibido en la radio y en la televisión por las dificultades propias que representa analizar los contenidos de unas informaciones de las que no queda constancia de los que se dice, salvo que alguien disponga de las grabaciones de audio o vídeo necesarias. No obstante, todo lo dicho aquí para el periodismo escrito sería aplicable, mutatis mutanti, a los medios de comunicación audiovisual. Yo mismo oí un día por la mañana, en un informativo radiofónico de una cadena de ámbito estatal, las siguientes noticias consecutivas:

–»Ha sido detenido en Madrid un joven de raza gitana acusado del intento de violación de una joven. La policía procedió a su detención gracias a la descripción que la muchacha hizo del agresor, lo que llevó a la detención del joven de raza gitana. El gitano detenido, no obstante, niega la participación en los hechos denunciados.»

A continuación, y sin que mediara ninguna otra noticia, el periodista continuó:

–»Mañana será un día grande para la iglesia católica española porque Su Santidad Juan Pablo II presidirá una solemne ceremonia en la Basílica de San Pedro, en El Vaticano. En ella se elevará a los altares a Ceferino Jiménez, conocido con el sobrenombre de «El Pelé». El nuevo beato, aunque vivió mucho tiempo en Cataluña, nació en Aragón.»

Y se quedó tan fresco. En la primera noticia –que obviamente perjudica y margina a la comunidad gitana– no dudó en calificar de gitano al joven detenido, sin más pruebas de su condición que la descripción realizada por la agredida. En la segunda –que indudablemente nos beneficia- ignoró que Ceferino Jiménez, «El Pelé», es el primer gitano a quien la iglesia otorga la categoría de beato. Nosotros, a este comportamiento, no dudamos en calificarlo «racismo informativo».–

El poder de los medios

Cuando culpamos genéricamente a un sector de la prensa española de tratar injustamente a la comunidad gitana, lo hacemos desde el convencimiento de que, si esa actitud no cambia, no será posible la incorporación plena de nuestro pueblo al quehacer colectivo de la sociedad. La prensa –los mas-media– tienen un poder inmenso. Y lo tienen para lo bueno y para lo malo. Tengo ante mi vista un viejo estudio sobre Los límites a la libertad de expresión en Dinamarca, realizado por Antonio González Díaz-Llanos, en el que se pone de manifiesto ese poder casi omnímodo, en este caso referido a la prensa del norte de Europa pero perfectamente transferible a la de nuestras democracias del sur del continente.

«Si en Escandinavia –dice el autor– el fraude fiscal apenas existe, no es sólo porque el servicio de inspección fiscal actúa, sino porque la prensa ayuda constantemente a desenmascarar a los infractores; si apenas se conoce la especulación del suelo, el trazado de sus ciudades es magnífico, las zonas verdes abundan, los jóvenes practican en todas partes sus deportes y la contaminación no existe, es porque la prensa ataca constantemente con fuerza al especulador, a la autoridad negligente y al funcionario ineficaz; si, por último, la Administración Pública actúa como un reloj, es porque la prensa, con su sarcasmo, saca de su letargo todos los días a los empleados públicos y les obliga a un eficacia y un rendimiento como no hay en otras partes del mundo»(1).

No obstante, tanto en Dinamarca como en la mayoría de los países que disfrutan de democracias avanzadas, existen limitaciones a la libertad de expresión precisamente para garantizar que tan decisivo como inmenso poder no lesione las libertades fundamentales, entre las que se encuentra el derecho al propio honor y a la imagen colectiva de la comunidad a la que se pertenece.

El profesor Manuel Jiménez de Parga sostiene que el pueblo puede sentirse engañado o instrumentalizado cuando se atenta contra la libre información por medio de la intoxicación, la manipulación o la desinformación, con lo que se consigue que la gente piense lo que algunos quieren que piensen, siendo una minoría la que se forma un criterio propio sobre las personas y las cosas de sus circunstancias(2). Mientras, algunos periódicos se presentan más como instrumentos de ambiciones personales que como medios de difusión del pensamiento y de la información. Este fenómeno, perfectamente detectable por cualquiera, escribió José María Desantes, está expresa y formalmente denunciado en el Informe sobre los problemas planteados por las sociedades de redactores en Francia, de la Comisión Lindon(3).

Identificaciones erróneas

Durante mucho tiempo los gitanos hemos sido víctimas de la maledicencia popular cuando se nos ha identificado con todos los vicios y comportamientos incívicos propios de los marginados o los delincuentes. Decir que se es vago, mentiroso o ladrón como un gitano son expresiones que mucha gente utiliza y que han servido de recurso injusto, incluso, para la creación literaria de muchos de nuestros más ilustres escritores. Cuando no, en el mejor de los casos, se nos ha dibujado como en los mejores cantaores, bailaores o toreros de la historia. Tan injusta la primera identificación –son muchos más, cuantitativamente y porcentualmente, los «payos» o gadyè que delinquen– como absurda la segunda la inmensa y abrumadora mayoría de los gitanos no somos bailaores, cantaores, guitarristas o, mucho menos, toreros.

Los medios de comunicación social juegan un papel decisivo en la propagación de estos estereotipos. Analistas tan prestigiosos como Robert E. Lane o Christian Doelker se han manifestado sumamente críticos con las consecuencias que para la formación de la opinión pública tiene el uso y abuso de los medios de comunicación. Doelker afirma que «está claro que no sólo los medios de comunicación participan en la producción de los estereotipos, sino que también contribuyen fácilmente a su reforzamiento»(4). Y no cabe hacer distinciones entre lo que pudiera ser la pura información de como se han desarrollado unos hechos, es decir donde termina lo documental, según expresión del mismo autor, y dónde comienza la ficción. El cine, la radio, la televisión y especialmente la prensa han contribuido de forma extraordinaria a la difusión de una mala imagen de lo gitano, tan injusta como falsa, en la medida en que la generalización nos ha colocado casi siempre en la página de sucesos de los periódicos o en el bloque de noticias de la crónica negra de los informativos audiovisuales.

Tópicos, estereotipos y prejuicios

Los tópicos y los estereotipos han jugado siempre en contra del pueblo gitano. Obras de teatro, óperas, novelas costumbristas y sainetes nos han representado casi siempre con la navaja en la liga o con el cuchillo vengador. En toda sociedad existen temas tópicos. Robert E. Lane y David O’Sears dicen, por ejemplo, que en la sociedad americana un tema tópico es la aplicación de sanciones a Cuba y que sobre éste, como de otros temas tópicos, sólo una parte de la población tiene una opinión. «Esos tópicos –manifiestan– varían grandemente en su poder de atraer la atención, apoyo u oposición; a menudo, el público atento es muy poco y el informado, aún menos. Por otra parte, existe a menudo un conjunto de opiniones difusas y mal informadas, pero fuertemente poseídas por parte del gran público»(5). Es a nuestro juicio, el caso de los gitanos que este estudio ha puesto sobradamente de manifiesto. Existe en la sociedad española una idea preconcebida de los gitanos y esa idea persiste y ha sido alimentada por una parte muy significativa de los medios de comunicación del país.

La configuración de la opinión publica

El debate sobre la influencia de los mass-media ha sobrepasado, incluso, el de la pura influencia en la conformación de los estados de opinión para situarse en la esfera de los condicionamientos sociales. Algunos expertos están convencidos de que ciertos medios masivos tienen efectos dañinos tan obvios que no requieren demostración. Frederic Wertham, conocido psiquiatra norteamericano, manifestó en el Congreso de los Estados Unidos que se sentía como un tonto cada vez que tenía que demostrar que determinadas publicaciones impresas no constituían un buen alimento para la mente de nadie(6). Nosotros, los gitanos, afirmamos que la inexistencia con que se habla de nosotros, casi siempre en contextos peroyativos, está causando un daño irreparable a las nuevas generaciones de jóvenes gitanos y gitanas que quieren incorporarse plenamente a la sociedad moderna sin dejar por ello de ser gitanos.

Recuerdo con tristeza la impotencia con que contemplábamos los telediarios españoles que rendían información del I Congreso Gitanos de la Unión Europea, celebrado en Sevilla en la primavera de 1994. Asistieron más de trescientos gitanos cultos, líderes en sus respectivos países. Gran parte de ellos con estudios universitarios y casi todos con una buena formación cultural que les hacía capaces de hablar, como mínimo, dos idiomas europeos. el Congreso fue inaugurado por S. M. la Reina de España, clausurado por el Presidente del Gobierno y participaron a lo largo de las sesiones varios ministros de diferentes Gobiernos europeos con responsabilidades en el campo de las minorías. Pues bien, no faltaron para ilustrar la noticia las imágenes de archivo que mostraban barracas inmundas, niños desnudos y declaraciones de gitanos y gitanas que nada tenían que ver con la celebración del Congreso. Algunos gitanos se lamentaban por los pasillos diciendo: «Sabemos que las barracas existen y que todavía hay personas que viven en condiciones infrahumanas. Luchar por sus derechos constituye el objetivo primero de nuestro compromiso social. Pero esa es la imagen que siempre se ofrece de nosotros. ¿Es mucho pedir que al menos un día al año aparezcan en televisión otras caras, otras personas, otras declaraciones que no sean las de un pobre analfabeto rodeado de niños descalzos?» Al final la gente, el gran público, termina por asimilar como auténtica la imagen de marginación y miseria que insistentemente se le ofrece, aunque esa imagen no responda ni por asomo a la verdadera cultura o personalidad del grupo.

La comunicación de masas tiene mucho que ver tanto con las teorías de la socialización de los propios medios de comunicación como de la conformación de los estados de opinión que hacen posible que las personas se comporten de una forma u otra. Charles R. Wright afirma que «la socialización es el proceso por el cual el individuo adquiere la cultura de su grupo e internaliza sus normas sociales, haciendo así que su conducta comience a tomar en cuenta las expectativas de los otros» (7). Más adelante el mismo autor sostiene que «los medios masivos tienen algún papel en el complejo proceso de socialización. Ya sea deliberada o inadvertidamente, es probable que el individuo, en diversos momentos de su vida, adquiera de ellos algunas de sus normas sociales». Marshall McLuhan hace suyo el pensamiento de Kenneth Boulding al decir que «el significado de un mensaje es el cambio que produce en la imagen». Y lleva razón el polémico ensayista. ideólogo o mitificador, cuando afirma que «vamos pasando, más y más, del contenido de los mensajes al estudio de su efecto total». Entendido así, cuando un mismo mensaje transmitido por distintos medios produce en los mismos receptores distintos efectos, nos arrastra a deducir que no hay relación entre la intención del comunicador y el efecto que produce, es decir, que se actúa desde la mala fe o, en asuntos como los nuestros, desde el más evidente de los racismos.

A pesar de lo discutido que es el personaje, si se estableciera una teoría gitana del «macluhasmo», me apuntaría a ella. Posiblemente sea José Manuel Bermudo, uno de los estudiosos que más sabe de McLuhan y al que reconoce condiciones de visionario o genio, profeta o científico insólito, publicista o superhombre. Por esa misma razón a mí me gusta, en la medida en que el Macluhanismo no ha sido solo una moda, sino un nuevo modelo social que al incidir sobre lo establecido es rechazado o admitido con revulsión(8). Siguiendo la teoría del pensador, por desgracia para los gitanos, hasta hoy «el medio es el mensaje». Da igual que algunos nos empeñemos hasta el agotamiento en decir que nadie es más que nadie. Que ni el «gachó» es más que el gitano ni el gitano más que el «gachó». Que a cada uno hay que juzgarlo por sus obras sin atribuir a todos lo que es responsabilidad de uno solo. «El medio es el mensaje» reitera McLuhan. Y por más que nos esforcemos en mencionar nuestra cultura, nuestro idioma, hablado en el mundo por más de doce millones de gitanos, o las conquistas que nuestra gente logra en el campo de la política, de las ciencias o de las artes, al final todo quedará supeditado a un mensaje de una fuerza tremenda: la imagen de un niño sucio con una jauría de perros famélicos merodeando alrededor de su chabola. McLuhan es determinante: «La historia es la misma. Los medios con que se comunica son distintos… luego el medio determina el efecto».

La lucha contra el racismo en los medios de comunicación

La dignidad de la persona constituye el fundamento del orden constitucional y nadie pone en duda, como dice Lluís de Carreras Serra, que las personas individuales son todas ellas titulares de derechos fundamentales. El problema surge cuando las personas jurídicas también reclaman ser titulares de esos mismos derechos fundamentales. Aunque en la Constitución española no existe ningún reconocimiento formal de los derechos de las personas jurídicas, sí existe ya jurisprudencia suficiente para entender que las asociaciones representativas de los gitanos pueden reclamar el ejercicio de esos derechos cuando son transgredidos. El tribunal Constitucional establece que «la plena efectividad de los derechos fundamentales exige reconocer que la titularidad de los mismos no corresponde sólo a los individuos aisladamente considerados sino también a cuantos se encuentran insertos en grupos u organizaciones cuya finalidad sea específicamente la de defender determinados ámbitos de libertad o realizar los intereses o valores que forman el sustrato último del derecho fundamental» (9).

Por otro lado, la posición del Tribunal Constitucional se ha modificado notoriamente en la muy importante sentencia 139/95, del 26 de septiembre, de la que fue ponente el magistrado Manuel Jiménez de Parga al establecer que se reconoce sin lugar a dudas la atribución de derechos fundamentales a las personas jurídicas (10). El siguiente párrafo de la sentencia es determinante para garantizar la defensa de nuestros derechos colectivos cuando se vulnera nuestro honor o se nos ataca colectivamente e injustamente.

«Nuestra constitución configura determinados derechos fundamentales para ser ejercidos de forma individual; otros, en cambio, se consagran en el texto constitucional a fin de ser ejercidos de forma colectiva . Si el objetivo y función de los derechos fundamentales es la protección del individuo, sea como tal individuo o sea en la colectividad, es lógico que las organizaciones que las personas naturales crean para la protección de sus intereses sean titulares de esos derechos fundamentales, en tanto y en cuanto éstos sirvan para proteger los fines para los que han sido constituidas. En consecuencia, las personas colectivas no actúan, en estos casos, sólo en defensa de un interés legítimo, en el sentido del artículo 162.1.b de la Constitución española, sino como titulares de un derecho propio».

Afirma Lluís de Carreras que la contundencia con que está redactada la Sentencia del Tribunal Constitucional que defendió el magistrado Jiménez de Parga, la unanimidad con que los magistrados de la Sala Primera del Tribunal la consensuaron, la lógica que desarrolla y la justicia de la conclusión a que llega hacen pensar que ésta es ya una posición sólida del tribunal Constitucional. El siguiente párrafo de la doctrina constitucional es especialmente significativo para nosotros en el contexto de las conclusiones de este informe:

«Resulta evidente, pues, que, a través de los fines para los que cada persona jurídica privada ha sido creada, puede establecerse un ámbito de protección de su propia identidad en dos sentidos distintos: tanto para proteger su identidad cuando desarrolla sus fines, como para proteger las condiciones del ejercicio de esta identidad, bajo las que recaería el derecho al honor. En tanto que ello es así, la persona jurídica también puede ver lesionado su derecho al honor a través de la divulgación de hechos concernientes a su identidad, cuando se la difame o se la haga desmerecer en la consideración ajena» (art. 7.7, LO 1/82)

Finalmente queremos hacer referencia a la sentencia 214/91 que ampara a Violeta Friedman contra las declaraciones hechas a la revista «Tiempo» por un ex-jefe de la SS nazi llamado Lèon Degrelle, en las cuales éste negaba la existencia de las cámaras de gas, la participación en el exterminio del doctor Joseph Mengele y acusaba de mentirosos a los judíos que relataban los horrores de los campos de concentración.

El Tribunal Constitucional ampara a la señora Friedman, cuyos familiares murieron gaseados por orden del doctor Mengele, y siente la doctrina de que la Constitución, en los caso de reclamación de protección de los derechos fundamentales, no otorga la legitimación activa, es decir, la capacidad para interponer demanda exclusivamente a la víctima o titula del derecho infringido sino toda persona que invoque un «interés legítimo», que no tiene por qué ser un interés directo.

Carreras Serra afirma que «tratándose en este caso, dice la sentencia, de un derecho personalísimo como el honor, la legitimación activa ha de corresponder, en principio, al titular del derecho fundamental. Pero esta legitimación originaria no excluye la existencia de otras legitimaciones, como la de miembro de un grupo social o étnico determinado –como la señora Friedman, por su condición de judía- cuando la ofensa se dirige contra todo este colectivo de tal manera que:

«menospreciando a dicho grupo socialmente diferenciado, se tienda a provocar del resto de la comunidad social sentimientos hostiles o, cuando menos, contrarios a la dignidad, estima personal o respeto al que tienen derecho todos los ciudadanos con independencia de su nacimiento, raza o circunstancia personal o social» (11).

Finalmente quiero recordar que España suscribió en París, el 21 de noviembre de 1991, el documento de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), mediante el cual las naciones firmantes manifestaban su determinación de combatir todas las formas de odio racial y étnico. Nuestro país, al mismo tiempo, se comprometía a apoyar a las minorías en sus denuncias ante los tribunales de justicia contra actos racistas (12).

Conclusión

En mi libro Cartas del pueblo gitano 13 manifiesto que su lectura posiblemente ratifique en su pensamiento a quienes sostienen que el pueblo gitano no es mejor ni peor que el resto de los pueblos de la Tierra. Que en el seno de nuestra comunidad se dan las mismas miserias y grandezas que puedan darse en cualquier otro colectivo humano y que, por tanto, sería como mínimo ingenuo pretender medir a todos los gitanos por el mismo rasero.
Por el contrario, sé muy bien que difícilmente vamos a convencer a los racistas, a los que están llenos de prejuicios, a los que están convencidos de «su verdad» y desprecian, por ignorantes, los argumentos que discrepan de los suyos. Como escribí entonces, también ahora afirmo que a los amantes de las dictaduras no les gustará este informe porque ellos añoran tiempos pasados de «garrote y tente tieso». La venda que tienen ante los ojos no les deja ver más allá de sus propias narices. El verdadero demócrata, como dice el autor inglés Ivor Jennings, en todo momento sospecha que no siempre tiene razón. Este informe, obviamente, sólo podrá se comprendido por los verdaderos demócratas de nuestro país.

JUAN DE DIOS RAMIREZ-HEREDIA

 


(1) GONZALEZ DIAZ-LLANOS, Antonio: Los límites de la libertad de expresión en Dinamarca. En «Revista Española de la Opinión Pública», nº 45, julio-septiembre de 1976. Página 214.
(2) JIMENEZ DE PARGA, Manuel: La ilusión política. Alianza Editorial, Madrid, 1993. Pág. 123.
(3) DESANTES, José María: El autocontrol de la actividad informativa. En «Cuadernos para el Diálogo». Madrid, 1973. Pág. 93.
(4) DOELKER, Christian: La realidad manipulada. Radio, televisión cine, prensa. Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1982. Página 185.
(5) LANE, Robert E. y O’SEARS, David: La opinión pública. Editorial Fontanella, Barcelona, 1967. Páginas 13 y 14.
(6) Citado en U.S. Congress, Senate Commitee on the Judiciary: Television and Juvenile Delinquency. Interim Report of the Subcommittee to Investigate Juvenile Delinquency, 84th Congress, 2nd Session, Washintong, Government Printing Office.
(7) WRIGHT, Charles R.: Comunicación de masas. Paidos Studio, México, 1986. Página 129.
(8) BERMUDO, José Manuel: El Macluhanismo. Ideología de la tecnocracia. Ediciones Picazo, Barcelona, 1992. Página 25.
(9) Sentencia del Tribunal Constitucional 64/88.
(10) DE CARRERAS SERRA, Lluís: Régimen jurídico de la información. Periodistas y medios de comunicación. Ariel Derecho, Barcelona, 1996. Páginas 63 a 68.
(11) DE CARRERAS SERRA, Lluís (obra citada), página 68.
(12) Punto 40.5 del documento que sirvió de base a la Cumbre de París para que los jefes de Estado y Gobierno de los 34 países que entonces la integraban firmaran una Resolución en defensa de las minorías.
(13) RAMIREZ-HEREDIA, Juan de Dios: Cartas del pueblo gitano. Instituto Romanò, Barcelona, 1994. Página 23.