Ante el fascismo, el silencio nos hace cómplices

2513
El viceprimer ministro y ministro del Interior italiano, Matteo Salvini / EFE
Avatar

La maldad retorcida que encierra el ministro del Interior italiano, Mateo Salvini, manifestando la idea repulsiva de esterilizar a una mujer gitana para que no pueda eludir la cárcel, es el reflejo de que hay una parte de la sociedad europea del S.XXI que se degrada a sí misma al naturalizar las conductas de sus dirigentes. Esta naturalización es un ataque a la tolerancia, la inclusión, la diversidad y la esencia misma de nuestras normas y principios de derechos humanos. En general, socava la cohesión social, erosiona los valores compartidos y puede sentar las bases de la violencia, haciendo retroceder, a pasos agigantados, los valores humanos y las reglas democráticas que todos los Estados avanzados y los países civilizados deben salvaguardar frente a la negación perturbadora del proyecto europeísta, que lleva como epicentro la bandera de los derechos humanos y sociales para todos los pueblos, naciones y culturas que componen nuestro viejo continente. Incluido claro está el pueblo gitano, integrado por más de 12 millones de personas, a las que se les ha negado e impedido históricamente su plena inclusión en esta gran Europa que deshumaniza la pobreza extrema criminalizando a quien desgraciadamente la padecen.

No basta con recordar la memoria de las víctimas del genocidio nazi para conmemorar aquella masacre histórica sin olvidar que el origen de aquella cruel ignominia comenzó con censos, persecuciones, esterilizaciones y deportaciones a nuestro pueblo antes que desarrollara la maldita maquinaria del Holocausto o el Samudaripen, denominado por el pueblo Romaní.

Nadie entonces imaginaría que aquellos discursos del odio terminarían asesinando a millones de personas que portaban en sus uniformes el distintivo de un triángulo invertido de color marrón, el símbolo con el que los nazis clasificaban a los y las romaníes. Por tanto, tenemos que remover las conciencias sobre la existencia de un discurso de odio que está abonando la semilla de la violencia en nuestro presente y en nuestro futuro más inmediato, y que triunfará si permanecemos como si nada ante las amenazas frecuentes de la ultraderecha. Una ultraderecha para la que la condición étnica de una mujer, de un ser humano, es tan insignificante en términos de dignidad ante el poder de las mayorías dominantes. Solo tendríamos que cambiar la mirada racista para darnos cuenta de que a Salvini no se le ocurriría reclamar este tipo de medidas, por ejemplo, para los líderes de su propio partido condenados por casos de corrupción. Por el contrario, saca el odio a pasear cuando los autores de algún delito pertenecen a las minorías étnicas.

Beatriz Carrillo es actualmente diputada socialista en el Congreso de los Diputados / Cedida

Pero lo que más me sorprende no son las malas intenciones del fascismo, sino que tengamos partidos políticos en nuestro país que logren consumar pactos con la extrema derecha -que comulga abiertamente con la ideología de Salvini- con el único propósito de calmar el hambre de gobernar y el ansia irrefrenable de poder, y no se abrumen al blanquear sus discursos contra la igualdad y los derechos humanos. El resultado es una muestra descarada de cinismo radical, al escandalizarnos con la ultraderecha que campa a sus anchas fuera de nuestras fronteras, y legitimar al mismo tiempo a los mismos ultras de nuestro país. A medida que lo pienso, no sé qué es más despreciable, si lo primero o lo segundo. O ambos a la vez.

Hace un año el Consejo Estatal del Pueblo Gitano protagonizó múltiples concentraciones y manifestaciones en distintas ciudades de España condenando la intención de Salvini de censar a las personas gitanas sin saber qué planes horrendos escondía detrás de esta macabra idea. Este órgano se movilizó ante la Embajada italiana en Madrid junto con partidos políticos (PSOE y Podemos) y entidades de todo el Estado exigiendo la dimisión del ministro italiano. Como resultado del impacto de dicha concentración, el embajador de Italia en España, Estefano Sannino, se comprometió a trasladar nuestra repulsa a su Gobierno. Fue entonces (28 de junio de 2018) cuando, por primera vez, el Pleno del Congreso de los Diputados aprobó una declaración institucional muy dura contra el vicepresidente y ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, en la que le acusó de practicar conductas que “incitan al odio”, rechazando su intención de censar a las personas gitanas para expulsarlas de su país y pidiendo expresamente que desista de ponerla en práctica. Una acción que fue promovida con gran éxito, gracias al esfuerzo y el trabajo que dedican día a día las entidades sociales del Consejo Estatal del Pueblo Gitano con todos los portavoces del arco parlamentario.

La movilización tuvo su efecto y caló por la advertencia del efecto contagioso que protagoniza la propaganda del odio. El Consejo acudió a todas las instituciones internacionales y tuvo una resonancia inigualable. Ése es el camino: ante el fascismo, movilización. Ante el silencio y la indiferencia, revolución pacífica, alta y sonora. Esa es la Europa que se salva del fracaso y de la degradación humana.