La Federación de Asociaciones de Mujeres Gitanas FAKALI fue la primera organización romaní en abanderar, hace más de 15 años, un movimiento transgresor que sitúa a la mujer gitana en el debate social y político, haciéndola visible y trasladando a la sociedad mayoritaria su compromiso con la igualdad, que en realidad es de todos y de todas, y que se hace aún más visible cada 8 de marzo.
Porque de todos y todas es la responsabilidad ineludible de fomentar el cambio de estructuras, costumbres y mentalidades sustentadas en la superioridad de un género sobre otro, en la desvalorización de lo femenino, con vistas a una igualdad efectiva en todos los órdenes y de un reconocimiento público y colectivo de lo conseguido por las mujeres a lo largo de la historia.
Gracias a esas mujeres inconformistas y luchadoras el mundo ha avanzado, y es de recibo tenerlas presentes y recordar todo el camino que sembraron. Gracias a las feministas que han dado su vida por las demás mujeres. También gracias a todos los que han despertado y se posicionan en pos de la igualdad de género, ayudando a regenerar esta sociedad del hostigamiento y la violencia que padecen miles de mujeres. Las cifras hablan por sí solas: desde que en 2003 comenzó el registro oficial de víctimas de la violencia machista, 924 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Y los números siguen disparándose de ciudad en ciudad, de barrio en barrio, de familia en familia. Por tanto, hoy en día es fácil dilucidar que el camino que nos queda por recorrer será duro.
El machismo existe. El sistema patriarcal dominante no sólo afecta a las mujeres, también a los hombres. Ambos somos víctimas, pero con la diferencia de que el rol masculino adopta el poder y la protección y, por tanto, impone y decide que el rol de la mujer sea el obediente y sumiso. El machismo ha cambiado. De lenguaje, de discurso… pero sigue manteniendo las mismas prácticas. Por eso seguimos reivindicando el papel de la mujer en nuestros días. Porque sin nosotras el mundo no funciona.
Por eso es tiempo de reconocer los avances y devolver en positivo los logros alcanzados por las mujeres. Primordialmente las gitanas. Es tiempo de reconocer la lucha incesante del movimiento feminista, también el romaní, y ponerla en valor. Y es tiempo de continuar escribiendo la historia de las mujeres y su lucha desde el convencimiento firme de que aún queda mucho por lograr en pro de la equidad en una sociedad que precisa de estructuras firmes que den protección y garantías ante tantos derechos humanos y sociales históricamente vulnerados.
Ciertamente se ha avanzado mucho. Nuestra vida no es la misma que la que tuvieron nuestras abuelas, ni las libertades que tuvieron nuestras madres las que disfrutaron las suyas. No podían abrir una cuenta bancaria sin la autorización de sus maridos. Ni tampoco podían controlar ni poseer la gestión micro económica de su hogar para ejercer esa labor mal denominada «ama de casa», infravaloradas en el inmenso esfuerzo al que se han visto obligadas. Tampoco pudieron ejercer su derecho a la autorrealización de formarse, compartir las tareas del hogar y la educación de sus hijos e hijas.
Cuando leemos en prensa artículos sobre el techo de cristal, donde se hace referencia a que las mujeres de nuestro país, con muchos esfuerzos (a veces duplicados) llegan a espacios de poder económicos, o bien cuando escuchamos que aquellas mujeres que aun teniendo mayor formación y preparación son invisibilizadas y colocadas en la pendiente de la jerarquía hegemónica, nos provoca rabia por semejantes injusticias. Nos encontramos pues ante muros levantados por una sociedad que aparentemente se autodenomina igualitaria, pero que en las distancias cortas aún sigue oliendo a podrido. Y ante ello, las connotaciones culturales, religiosas o étnicas no están en distintos planos en tanto que el patriarcado es el mismo: busca una zona de confort que subyuga a la mujer, constituyéndola como ese “varón incompleto” que los pensadores occidentales proclamaban. Con los mismos derechos, las mismas virtudes, pero con un sino, un rol y un destino que parecen descritos.
Mientras que el feminismo hegemónico ha logrado transformaciones tan importantes en el avance de la igualdad de género como mantener, entre otras cuestiones, el debate social y político sobre la lucha contra el techo de cristal, el feminismo “periférico” de las mujeres gitanas sigue luchando contra muros de hormigón. La vida es más difícil si a la desigualdad por ser mujer les sumamos categorías como la clase, la condición étnica o la religiosa, lo que hace que las mujeres gitanas seamos en muchas ocasiones objeto de discriminación múltiple, situándonos en muchos casos en las periferias y los agujeros de la pobreza.
Por este motivo abogamos por encima de todo por la defensa de los derechos humanos, especialmente de la libertad de los pueblos que día a día venimos demostrando con nuestro esfuerzo el reto de conseguir una sociedad “perfecta” en la que todas las personas queremos estar, en la que cada mujer, cada individuo y cada pueblo pueda compartir ese espacio común que a todas y todos nos pertenece. Ese en el que podamos aportar lo mejor de cada persona, de nuestras creencias, nuestras ideas, nuestra cultura. Ese en el que ninguna mujer en general ni ninguna gitana en particular tengan que ser objeto de discriminación. Ese en el que una niña gitana y una niña paya tengan el mismo paquete de derechos y obligaciones. Porque la sociedad de la igualdad, la tolerancia y el respeto es la que queremos y por la que continuaremos trabajando, como lo hemos venido haciendo hasta ahora, con convencimiento y valentía.
Tenemos claro que de la unidad nacen los derechos. Por eso las mujeres gitanas damos un paso al frente. No por solidaridad, sino por justicia. La huelga es un hito histórico para las mujeres de todos los países. Tiene una naturaleza colectiva porque nos afecta a todas. Por eso este 8 de marzo gritaremos alto y claro: «Gitanas visibles, gitanas invencibles».