Convivir el flamenco

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Un grupo de hombres y mujeres de etnia gitana, procedentes del mundo de la Universidad y del periodismo, han puesto en marcha una iniciativa encaminada a promover algún tipo de reconocimiento institucional sobre la aportación esencial y fundamental de la comunidad gitana andaluza, a la constitución de lo que hoy conocemos como cante flamenco. Estamos hablando de un hecho esencialmente simbólico, que en poco o en nada va a influir en la realidad actual del arte flamenco con sus luces y sombras. Pero la sociedad y dentro de ella, multiplicidad de relaciones que desarrollamos los seres humanos, son inspiradas, muchas veces, por impulsos cargados de simbologías, a veces con más capacidad de persuadir las conciencias que argumentos más racionales. En todo caso, los promotores de esta iniciativa, creo que son merecedores de ser apoyados por todo ese el amplio universo del flamenco, puesto que no actúan contra nadie ni contra nada, ni en su ánimo existe ningún alfan etnocentrista, ni de menoscabo a los grandes artistas y a los grandes aficionados no gitanos, que tanto han aportado y aportan a esta extraordinaria música, que tanta admiración concita entre los públicos más cultos de todos los países del mundo.

Solo se pretende reparar los incuestionables agravios que se han cometido con anterioridad, y que se siguen cometiendo, con el afianzamiento de una versión sobre la génesis y el desarrollo del arte flamenco, en el que los gitanos en cuanto comunidad cultural, no aparecen por ningún lado.

El ejemplo más paradigmático de esta exclusión es el manifiesto del Parlamento de Andalucía, aprobado por todos los grupos políticos el 10 de septiembre de 2009, en apoyo de la declaración del flamenco como patrimonio inmaterial de la humanidad por parte de la UNESCO. En el mismo se dice que “…el flamenco, es voz del pueblo; en su origen, de grupos marginados y más tarde, de la sociedad andaluza en su conjunto”.

Indudablemente, es a los andaluces gitanos a los que, en una incomprensible intención de no señalarlos por su nombre, el Parlamento de Andalucía se refiere en esa alusión a “grupos marginados”. Precisamente por esa forma de nombrarlos sin nombrarlos, se produce una doble humillación. Pues no solo se quiere desconocer la aportación de los mismos a la cultura de todos, sino que además se les adjetiva en su totalidad como gente al margen de la sociedad. De esa forma, no solo se les niega la patrimonialidad del flamenco, aunque sea compartida con otros, sino hasta su propia otredad. En realidad, en esa declaración, y aunque fuera sin intención, los gitanos son, no ya los otros, sino ningunos.

Y, sin embargo, en esa etapa histórica donde se fragua lo que hoy conocemos como flamenco, situada entre 1750 y 1900, la mayoría de los gitanos andaluces son sedentarios establecidos por todos los pueblos y ciudades de Andalucía. Es cierto que por lo general integran las capas más humildes de la sociedad, pero lo hacen como parte del pueblo en su expresión más genuina. Son familias de jornaleros, de herreros, de pescadores, de carniceros, de tratantes de ganado, esquiladores, etc. Son, a pesar de esa leyenda negra, fomentada desde heterogéneos intereses o intencionalidades diferentes, iguales que el resto del pueblo llano de la Andalucía de ese período. Adjetivarlos de marginados con el significado que hoy tiene ese término, es, además de una enorme falsedad histórica construida desde el desconocimiento y desde el victimismo interesado de los dispositivos sociales actuales, un descrédito enormemente injusto.

Es el seno de esas familias gitanas, fundamentalmente en la Baja Andalucía, y sobre una base musical protoflamenca, sedimentada por la riquísima acumulación de ecos orientales, árabes, judíos y cristianos, donde se fraguan los cantes esenciales que constituyen lo que hoy conocemos como flamenco. Pero ni los gitanos lo hacen aislados de los demás, ni a ellos les corresponde su autoría en exclusiva, sino que lo hacen en contacto y convivencia con el resto del pueblo andaluz, en una creación colectiva que transciende lo folklórico y hasta lo puramente musical, para convertirse en un asombroso espacio emocional donde convivir.

Fruto de ese crisol cultural es la existencia de un andalucismo gitano o de una gitanidad andaluza, que, durante los últimos dos siglos, hizo que ante los ojos del mundo, las fronteras entre lo gitano y lo andaluz, si es que han existido alguna vez, no hayan sido percibidas como tales. Incluso, dentro de nuestro mismo país, y hasta hace unas pocas décadas, la literatura, el teatro, el cine, o la pintura, al menos en sus expresiones más costumbristas y populares, tampoco las perfilaban de una manera nítida y reconocible. Carmen es una gitana de Triana que trabaja en la fábrica de tabacos de Sevilla, como tantas otras, pero Prosper Mérimée, cuando crea el personaje, solo quiere simbolizar en ella a una mujer andaluza que se rebela contra toda clase de opresión. Para él gitanidad y andalucismo era una misma cosa. Casi un siglo más tarde, Federico García Lorca, escribe el Romancero Gitano, un momento cumbre de la poesía, que tiene como esencialidad esa mirada gitano-andaluza de la vida.

Ni se puede reinventar el flamenco, ni es necesario que su patrimonialización sea objeto de controversia. El flamenco ha sido desde su mismo origen un lugar de unión y convivencia. En él desaparecen las diferencias sociales o culturales. El flamenco es armonía y humanidad. Es la pasión por la vida con sus alegrías y sus desamparos. Politizar o instrumentalizarlo, sea con la intención que sea, es lo más anti flamenco que se puede hacer.

Negar, ignorar u omitir la gitanidad andaluza del flamenco, constituye un agravio y una enorme injusticia para con centenares de miles de andaluces y españoles gitanos, a los que se despojaría de lo más preciado de su cultura. Pero, además, significaría un fraude a ese público que se acerca a la música flamenca atraído por una autenticidad y por una credibilidad que no puede ser que suplida por un gitanismo costumbrista sin gitanos.

Pero igualmente los españoles de cultura gitana, debemos aceptar y reconocer sin ningún tipo de prejuicio, la inconmensurable contribución al cante, al baile y a la guitarra flamenca, de la enorme pléyade de grandes artistas no gitanos presentes desde el mismo nacimiento del flamenco. Una aportación sin la cual, y con toda seguridad, esa música sublime no tendría la riquísima variedad de estilos y matices que la hace tan admirable.

Todos somos el flamenco, pero en ese “todo” no puede faltar nadie de quienes han hecho posible la creación, el desarrollo y la internalización de ese patrimonio cultural de los gitanos, de Andalucía, de España y de la humanidad.