Maria Dolores Pradera, siempre quiso ser gitana

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La cantante María Dolores Pradera / Qué
Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya

Me ha sobrecogido saber que María Dolores Pradera ha muerto en Madrid a la edad de 93 años. Y lo he sentido no solo por el sentimiento de tristeza que siempre produce saber que nos ha dejado para siempre una personalidad de tan alto prestigio en el mundo de la cultura musical, sino porque, en este caso, la gran actriz y cantante ha supuesto un importante capítulo en mi vida y más concretamente en mi actividad profesional. Pero este es un hecho al que me referiré más adelante.

Hoy las redes sociales han hecho sonar todas sus alamas para darnos la noticia. Y desde muy temprano los comentadores radiofónicos han glosado con cariño y admiración la vida y los logros de esta gran dama cuya voz tenía perfiles inimitables. Debo decir que a mí me gustaba. Algún crítico musical había llegado a decir que su voz era un tanto áspera y más bien varonil. No es verdad. La voz de María Dolores Pradera era única, aterciopelada, dulcemente pegajosa. Nadie habría podido cantar “La flor de la canela” con el acento cálido y confidente con que lo hacía esta mujer inigualable. Ella misma sabía que su voz tenía perfiles que no eran corrientes, por eso contó que un día iba en un taxi camino de su casa cuando el taxista se dirigió a ella diciéndole:

– Señora, ¿es usted María Dolores Pradera? Se lo pregunto porque me ha parecido reconocerla por su voz. Y quiero decirle que mis dos hijas son forofas incondicionales de usted. Tienen todos sus discos y no se pierden ninguna actuación suya, pero ¿qué quiere que le diga? A mí su voz me parece un tanto basta.

¡Libertad de expresión! Lo que no impedía que la gran artista contara la anécdota con humildad y con la sencillez que es propia de las personas excepcionales. Es verdad que su voz era grave lo que no le impedía tener un acento de dulzura que engrandeció canciones tan singularmente suyas como “Limeña” o “El rosario de mi madre”, canciones que la hicieron mundialmente famosa.

Desde niña quiso ser gitana

En más de una ocasión lo dijo: “Desde pequeña siempre he querido ser gitana”. Y preguntada del porqué de esa devoción por lo gitano, respondía con toda sencillez “yo quería ser gitana de la misma forma que otros querían ser médicos, abogados o ingenieros”. El flamenco figuraba entre sus músicas preferidas, aunque eso no le impidió reconocer que, aunque su ídolo de pequeña fuera Concha Piquer, ella “quería ser gitana para ser morena y con ojeras”.

Hay una canción que en la voz de María Dolores Pradera adquiere una dimensión única que nos llena de orgullo a quienes nos sentimos tan gitanos como españoles. Su título es “Pasión gitana y sangre española”. Es un canto al amor, a la pasión sin límites, al genio gitano, a la fuerza salvaje que se desata en los sentidos cuando un hombre y una mujer no pueden poner freno a sus sentimientos.

Cuando no estás todo va mal
Cuando no estás no hay nada,
(…)
Pasión gitana y sangre española
Cuando estoy contigo a solas,
(…)
Cuando no estás la pena
Mi corazón encadena
Cuando tú estás tus lazos son mi libertad.
(…)
Pasión gitana y sangre española

El cantaor flamenco José Mercé / Fibes

María Dolores Pradera mantuvo muy buena relación con artistas gitanos que hoy están en la cumbre de su fama y con los que compartió surcos en discos grabados conjuntamente. Mientras escribo este comentario estoy oyendo de fondo el conocido bolero “Como han pasado los años”. ¡Qué maravilla de sentimiento hay en las voces conjuntadas de María Dolores Pradera y de José Mercé! Ella canta en la plenitud de la sabiduría que los años le han otorgado generosamente mientras que el gitano jerezano, el de la voz rasgada hasta lo infinito, y que por bulerías hace temblar el empedrado de su Jerez natal, nos transporta a un mundo de ilusión que solo es posible en quienes enamorados se juran amor eterno.

Y no debo poner punto y aparte a esta deslavazada referencia a la obra musical del María Dolores Pradera sin hacer referencia a otra colaboración artística que mantuvo con otra figura gitana universalmente popular: Diego Ramón Jiménez Salazar, conocido artísticamente como “Diego El Cigala”. Juntos cantaron “Lágrimas negras” que es un maravilloso bolero escrito por la dominicana Aurora Golibar y al que le puso música el compositor y cantante cubano Miguel Matamoros en 1930. “Lágrimas negras” ha sido interpretada por infinidad de cantantes. Es la canción que pregona el lamento por el abandono del ser querido. Y para lograrlo hacía falta la conjunción de voces que suponían el timbre de terciopelo de María Dolores Pradera y el sonido rajado de la voz gitanísima de “El Cigala”. ¿Cómo sino se podría cantar, sin que el alma se desgarre, una canción que dice:

Sufro la inmensa pena de tu extravío,
siento el dolor profundo de tu partida
y lloro sin que sepas que el llanto mío
tiene lágrimas negras,
tiene lágrimas negras
como mi vida.

Y ahora mi testimonio personal

En el año 1972 empecé a trabajar en Radio Nacional de España en Barcelona. Gracias a la confianza que en mi depositó el jefe de programas de la emisora, Juan Manuel Soriano, “la voz”, así conocido por sus magistrales interpretaciones como actor de doblaje. Inicié un programa diario de media hora titulado “Crónica Flamenca” que alcanzó los máximos niveles de audiencia. A la sazón yo estudiaba periodismo en la Universidad Autónoma de Bellaterra por lo que un día me atreví a hablar con el señor Soriano para manifestarle mi deseo de participar en otros programas de la radio que no tuvieran nada que ver con el flamenco. Yo quería intervenir en los informativos o en programas variados, especialmente en los de marcado contenido cultural o social.

Y me dio esa oportunidad. Me adscribió a un programa de variedades titulado “Barcelona Show” que se emitía diariamente desde las 23:45 horas hasta las 01:30 hora de la madrugada del día siguiente. Eran dos horas en directo, y mi misión era ir con una unidad móvil a los sitios donde previamente había quedado con mis invitados a los que debía entrevistar. Hoteles, teatros, restaurantes, casas culturales, etc. eran los escenarios desde los que debía transmitir mis conversaciones con políticos, periodistas, escritores, deportistas, artistas, científicos… en fin, la amplia gama de quienes por una razón u otra eran famosos y pasaban por Barcelona. Desde los estudios centrales de la emisora coordinaban el programa dos grandes profesionales de los que aprendí el periodismo radiofónico. Uno era Miguel Rey y el otro el entrañable maestro José Ferrer que, por la protesta de los oyentes canarios, desorientados por la confusión que se creaba al dar las horas desde la península, fue el inventor del latiguillo “una hora menos en Canarias”.

Así llegó mi primer día de intervención en el “Barcelona Show” en la primavera de 1974. Imagínense cual era mi estado de ánimo. Me enfrentaba a una cosa que no había hecho nunca y que nadie me había enseñado como se hacía. Ese primer día me dieron la lista de las entrevistas que debía hacer aquella noche ¡en directo¡ Salí de la emisora ubicada en el paseo de Gracia, número uno, a bordo de la unidad móvil conducida por mi amigo Antonio Chacón y acompañado por un técnico de sonido malasombra que me acongojaba diciéndome cosas como:

– ¿Tú sabes en el lio que te has metido? Piensa que como te equivoques ya no tiene remedio porque lo que digas sale inmediatamente por antena. Y no te olvides que “el jefe” -se refería al señor Soriano- estará escuchando el programa y como metas la pata, verás la que te cae encima…

Vamos, un primor de compañero. Lo cierto es que para ser mi primera vez la inauguración fue de campanillas porque me enviaron al Palacio de la Música de Barcelona que es una joya arquitectónica modernista, construido en 1905 como sede del Orfeón Catalán. Y las personas a quienes debía entrevistar eran, en primer lugar, a María Dolores Pradera y luego a sus dos acompañantes, Los Gemelos, guitarristas músicos, Julián y Santiago López Hernández que la acompañaron decenas de años por los escenarios más importantes del mundo.

Hoy me uno al dolor que sienten tantos aficionados a su música y a su figura, recordando aquel día en que, por primera vez, micrófono en ristre, empecé junto a ella una carrera radiofónica que había de durar ya el resto de mi vida.