El tipo que cogió a una chica y la golpeó y estranguló hasta la muerte y luego le cortó un dedo y la escondió en un paraje de Erro y que ya está en la calle no era gitano. El que no hace mucho se abalanzó con un cuchillo dentro de un bar de Burlada y mató a un rumano que estaba de espaldas no era gitano. Aquel otro que estranguló a su novia y la lanzó al Arga no era gitano. Si me pongo a repasar asesinatos y crímenes y atrocidades cometidas en esta tierra -especialmente en esta tierra, en la que hemos tenido atrocidades de toda clase- los gitanos tienen un papel completamente mínimo, intuyo que hasta menor incluso en porcentaje que la población que representan.
Cada cual tiene sus experiencias con toda clase de grupos humanos, etnias, razas, nacionalidades, extractos sociales, clases económicas y no soy nadie para calificar a un grupo grande ni para bien ni para mal, pero lo que es obvio es que si bien determinadas personas de etnia gitana en ocasiones concretas se rigen por sistemas de conducta que pueden parecer negativos, no es menos cierto que cuando pasan cosas como la de Cáseda se tiene a enjuiciar a toda una etnia y a una población variadísima de una manera muy injusta y generalista, echando por tierra esfuerzos inmensos que se llevan a cabo desde las propias poblaciones gitanas.
La cabeza se le va a mucha gente, por desgracia, sean de la etnia, raza o esfera que sea y no por ello tiene que pagar la imagen de todo un grupo. Precisamente porque según se lee estos días tanto los presuntos agresores como los asesinados eran personas integradas en sus respectivos núcleos de población y con familias y amistades y trabajos tan respetables como cualquiera habría que redoblar los esfuerzos por tratar de enmarcar en su justa medida un hecho aislado como este, por muy violento y trágico que sea. Todos tenemos el derecho en esta vida a no ser juzgados de antemano.