Sin gitanos y sin gitanas. Esa es la verdad. Ese es el gran agravio que se nos infringe a los más de 350.000 ciudadanos que somos andaluces de pleno derecho. La falta de representantes de la comunidad gitana en el Parlamento andaluz, en un territorio donde viven la mitad de los gitanos y gitanas españoles, supone una falta de consideración por parte de los partidos que concurren a las elecciones y un comportamiento de infinita torpeza política como hasta ahora se ha demostrado.
La Junta Directiva de la Unión Romaní, cuya implantación en Andalucía es sumamente significativa, siempre se ha manifestado dolida por la falta de respuesta con que los dirigentes políticos han reaccionado a nuestra petición constante de que se incluyeran en sus listas electorales a ciudadanos gitanos y gitanas, militantes de sus partidos o que sin serlo gozaran del prestigio y la aceptación suficientes no solo de los miembros de la comunidad gitana sino de amplias capas de la ciudadanía andaluza. Ni caso. Por eso no queremos dejar pasar en esta ocasión la oportunidad que se nos presenta de hacer pública nuestra protesta y al mismo tiempo nuestra petición.
Andalucía no es la tierra de las tres culturas
Sino de las cuatro. No solo las de las tres tácitamente reconocidas como son la cristiana, la musulmana y la judía. Falta la cultura gitana. Es verdad que los gitanos llegamos los últimos al territorio andaluz ―1462 fue el año en el que el Condestable don Miguel Lucas de Iranzo recibió en Andujar (Jaén) a la primera caravana de gitanos capitaneada por el Conde Tomás ― pero no es menos cierto que nuestra presencia ha sido el gran revulsivo que ha sido capaz de transformar a aquella sociedad inconexa, muy dividida territorial y políticamente, y a la que aún le faltaban 30 años para que los Reyes Católicos entraran en Granada y diera comienzo al nacimiento de una nueva realidad política, fuerte y unida llamada España.
Llevamos más de 500 años viviendo en Andalucía y la Andalucía actual se parece muy poco a la que construyeron los cristianos y los musulmanes en la Edad Media. La profesora de historia medieval Gloria Lora dice que es un mito referirse a las tres culturas como ejemplo de convivencia. “Una cosa es convivir pacíficamente, y otra cosa es coexistir. Cristianos y musulmanes conformaban las sociedades que coexistían en la Edad Media sobre el suelo andaluz, pero estaban enfrentados y se negaban mutuamente los unos a los otros.” Con la comunidad judía las cosas fueron muy diferentes porque ellos fueron expulsados de España en 1492 y de Portugal en 1496. Sus bienes fueron confiscados y repartidos entre la nobleza y el clero, pero a partir de entonces poco pudieron hacer para configurar la nueva Andalucía. Nos han quedado las juderías y el recuerdo de su mejor época de esplendor cuando Al-Andalus, bajo el dominio de Abderramán III, permitió el florecimiento de su cultura que culminó en la figura de Maimónides durante el periodo almohade.
Los gitanos llegamos a Andalucía unos años antes de que se produjera la expulsión de los judíos y por múltiples razones, que aquí sería imposible de exponer, se produce el arraigo que ha culminado con la certeza de no saber si los gitanos están andaluzados o los andaluces agitanados.
Ser gitano o gitana en Andalucía imprime carácter
No existe en Andalucía una corriente de pensamiento popular en el que los ciudadanos se identifiquen, en términos generales, con los musulmanes. Se les respeta, ¡no faltaba más!, pero nunca he oído a nadie decir: “mi abuelo era musulmán o yo soy mitad cristiana y mitad musulmana”. Y lo mismo sucede con la comunidad judía. Sin embargo no sería arriesgado afirmar, como dice el nuevo doctor en Derecho Diego Luis Fernández, gitano y andaluz de pura cepa, que “Andalucía también es gitana”.
Lo gitano impregna de forma evidente la cultura andaluza y configura un modelo de ciudadanía peculiar. No hace demasiado tiempo se produjo en España un intenso debate sobre si el fenómeno de la inmigración masiva que se experimentó en el país debía canalizarse a través de las reglas que establece la multiculturalidad o bien por las que definen la interculturalidad. Debo decir que he participado en más de un debate sobre cuál de los dos modelos convenía más a la nueva estructuración poblacional a la que se abocaba España. Yo nunca lo dudé. Desde el primer momento me decanté por el modelo intercultural. Primero porque la interculturalidad ha sido la que ha hecho posible el modelo de convivencia que con enorme éxito se ha implantado en Andalucía. Segundo, porque siendo gitano he podido comprobar como “lo gitano” ha llegado a formar parte de las entretelas del pueblo andaluz. Hasta la UNESCO llegó tarde a la hora de definir la interculturalidad, porque los andaluces llevábamos practicándola al menos desde que los primeros gitanos entraron en Jaén hace ya más de cinco siglos. “La interculturalidad ―así la define el alto organismo de las Naciones Unidas―se refiere a la presencia e interacción equitativa de diversas culturas y la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, adquiridas por medio del diálogo y de una actitud de respeto mutuo.”
¿Cómo se puede ser Diputado o concejal en España?
Llevo muchos años librando la batalla, hasta donde puedo alcanzar, del cambio de la Ley Electoral que rige en nuestro país. Hasta que se dictó la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General, nos hemos venido rigiendo por el Real Decreto-ley de 1977 que estableció la forma de elección de los primeros diputados y senadores de la democracia. Yo asistí al alumbramiento de aquella Ley preconstitucional gracias a la información que nos transmitía el profesor Jiménez de Parga. Sin duda fue una Ley buena y necesaria. Gozó de la bendición de Felipe González, de Santiago Carrillo, de Manuel Fraga, de Adolfo Suárez, de Jordi Pujol y de Javier Arzallus pero todos ellos dijeron, sin excepción, que cuando el pueblo español se diera a sí mismo una Constitución aprobada en referéndum se procedería a la elaboración de una Ley Electoral hecha con las aportaciones de los nuevos diputados y senadores que estaban por llegar. Y no ha sido así hasta 1985 en que se dio cumplimiento al artículo 81 de la Constitución que establece la necesidad de que las Cortes Generales aprueben, con carácter de orgánica, una Ley que regule el régimen electoral general.
A lo largo de mi dilatada vida política he recibido muchas presiones de gitanos y gitanas altamente concienciados animándome a crear un partido político gitano. Siempre me he negado. En primer lugar porque en España costaría mucho entender la existencia de un partido étnico. En otros países esa dificultad no existe, pero aquí somos como somos y pare usted de contar. En segundo lugar mi negativa está justificada porque con la actual Ley Electoral no se alcanzaría ninguno de los objetivos de representación a los que legítimamente podemos aspirar. En resumen debo manifestar que a mí, en términos generales, la Ley Electoral que me gusta para el Congreso de los Diputados es la que rige en Alemania para el Bundestag y para las municipales la francesa.
Si quieren contar con nuestros votos deberían contar también con nuestros candidatos.
Después de 40 años de vida democrática es incomprensible que el Parlamento de Andalucía no haya contado jamás con un Diputado o Diputada gitanos cuando en otras autonomías, Comunidad Valenciana y Extremadura, sí los han tenido. Es un hecho incomprensible para muchos gitanos y gitanas que militan en partidos andaluces que tienen representación parlamentaria, como lo es para mí también.
No soy enemigo de “las primarias” aunque estoy convencido de que las carga el diablo. Por eso quiero el régimen electoral alemán que es el que permite que los partidos puedan llevar en sus listas a hombres y mujeres de reconocida valía, no solo para que atraigan votos entre quienes tienen ascendencia, sino para que luego, en la labor legislativa, opinen con conocimiento y aporten soluciones viables a los problemas de los que tienen un conocimiento privilegiado.
Hace años que me lo vienen diciendo, especialmente la generación de jóvenes gitanos bien formados. Titulados y profesionales cualificados que reclaman ser protagonistas de su destino:
― Tío Juan de Dios, parece que los partidos políticos solo quieren nuestros votos. Durante las campañas electorales todos vienen a vernos. Incluso usted mismo lo ha hecho durante tantos años. Pero ¿no cree usted que ya ha llegado la hora de que también nos den la oportunidad de que seamos nosotros los que levantemos la voz en el Parlamento, como usted lo hizo durante tanto tiempo en Madrid y en Estrasburgo?
Y llevan razón. En las pasadas elecciones andaluzas se quedaron en su casa, pasando olímpicamente de las urnas, 2.266.104 ciudadanos. Y yo me pregunto y pregunto a los líderes políticos andaluces: ¿Acaso 350.000 gitanos y gitanas andaluces, que suponen el 4,3% de la población de Andalucía, no merecen un puesto de salida en sus listas que les garanticen la presencia de una voz autorizada perteneciente a una población tan numerosa como cualificada en nuestra tierra? ¡Piénsenlo!