Lopetegui, ¿castigado por una maldicion gitana?

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Julen Lopetegui
Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya

Esta mañana, mientras desayunaba, oía la radio, cosa que hago desde hace tantos años. Bueno, en realidad oigo la radio a casi todas las horas del día. Y como es fácilmente deducible, los programas que más interés me suscitan son las tertulias políticas. Y las oigo casi todas gracias a ese invento genial que es el podcast. Grabo las tertulias y luego las oigo en el metro, en los aviones o en el AVE. Y confieso que las que más oigo son aquellas en las que predominan contertulios que son manifiestamente contrarios a mi pensamiento o a mis convicciones políticas. Tengo un interés manifiesto en saber cómo piensan. Creo que fue don Gregorio Marañón quien dijo algo parecido a que el verdadero demócrata es aquel que está dispuesto a admitir que el otro pueda tener razón.

Pues bien, esta mañana, el comentarista deportivo de Onda Cero, ha empezado su breve comentario diciendo: “parece que a Julen Lopetegui le haya caído una maldición gitana”. No me sobresalté porque, aunque no entiendo ni una palabra de futbol, sí sé que el señor Lopetegui es el entrenador del Real Madrid y que desde el domingo pasado, como consecuencia de la paliza que el Barcelona le ha dado al equipo de la capital de España, todos los informativos, de radio y televisión han abierto sus emisiones poniendo de manifiesto que este técnico tenía los días contados en el club madrileño.

Es evidente que mi interés al redactar estas líneas no lo es por lo que le pueda pasar, en el terreno puramente deportivo, al señor Lopetegui, sino por las consecuencias que le ha comportado su mala gestión al frente del equipo de futbol más famoso del mundo. Y se muy bien que es el más famoso del planeta porque me he informado en internet. De la misma forma que me he enterado de que Florentino Pérez es el culpable de su desgracia desde el momento en que lo arrancó de la selección española en Rusia dejando tirados a nuestros jugadores por tal de ser la figura más importante del poderosísimo club. Y eso, señores, desde mi supina ignorancia, no se puede hacer.

Por razones de gratitud y de nostalgia por los años en que representé a los almerienses en el Congreso de los Diputados yo prefiero que gane el Almería, aunque me gusta más que gane el Puerto Real C.F. a cuyo campo nos llevaban a ver los partidos los salesianos de la Escuela de Las Canteras donde me eduqué. Pero debo confesar que en verdad yo iba al campo de futbol, interesado más por ver a Teresita, una preciosa jovencita de largas trenzas negras que a mis quince años había despertado en mi interior la oxitocina de la que más tarde supe que era la hormona del amor. Pero aquello terminó en nada porque Teresita, al final, prefirió a un joven y esbelto carpintero que ofrecía mejores posibilidades que el gitanillo pobre y humilde que no tenía ni donde caerse muerto.

La maldición gitana que el comentarista deportivo atribuye a Lopetegui se la buscó él solito. Yo no he maldecido jamás a nadie, es más, ni siquiera sé cómo se hace, pero mi abuela María sí que sabía hacerlo y según tengo entendido sus augurios no caían en saco roto. Yo la recuerdo con cariño cuando ella, muy conocida en toda la provincia de Cádiz, era solicitada para ejercer su papel de celebrante de las bodas gitanas, y cuando leía en la palma de la mano el futuro, casi siempre preñado de buenos momentos, de quienes querían adelantarse a los acontecimientos.

Sin embargo, ahora que caigo, recuerdo que yo viví intensamente la jornada en que la selección española ganó el mundial en el año 2010 en Sudáfrica. Paloma, mi mujer, llevaba años dándome la lata diciendo que ella quería visitar Cuba antes de que muriera Fidel Castro. Y aquel año nos fuimos a Cuba acompañados de tres de mis hijos menores. Y en el bar del hotel vimos por televisión el golazo con que Andrés Iniesta nos dio la victoria. ¿Se imaginan ustedes que hubiésemos perdido el partido porque el entrenador de entonces, el gran Vicente del Bosque, hubiese dejado deprimidos y en la estacada a sus jugadores? No sé si el comentarista deportivo de esta mañana cree o no en la eficacia de las maldiciones. Por su comentario parece ser que sí. Aunque quien tiene más motivos para creer es Julen Lopetegui.

 

Pero ¿las maldiciones existen o son un puro cuento?

Vamos a ver. Pongamos cada cosa en su lugar. Las maldiciones no las hemos inventado los gitanos. Las maldiciones son cosas de los gadchés (payos) y existen desde que la humanidad atravesó la frontera de la prehistoria. En el Museo Arqueológico de Atenas se puede ver una antigua maldición griega escrita en una hoja de plomo 400 años antes de que naciera Jesucristo. Centenares de libros e investigaciones se han publicado sobre este especial comportamiento de los seres humanos. Y la historia demuestra, o al menos lo parece, que las maldiciones no solo siguen existiendo, sino que sus efectos maléficos se hacen notar.

He repasado el listado de las maldiciones más conocidas o de mayor impacto en la sociedad y me he quedado impresionado. Hay quien sostiene que la más famosa de la historia fue la maldición que echó Jacques de Molay, el último Gran Maestre de los Templarios, contra Felipe IV de Francia y contra el Papa Clemente V.  Desde la hoguera, en el siglo XIV, el insigne templario deseó la muerte de ambos personajes y las mayores desgracias para sus familias. Efectivamente, antes de un año murieron el Rey y el Papa y seguidamente de forma escalonada pero repentina murieron los tres hijos del Rey lo que supuso la extinción de una dinastía que había durado más de 300 años. Y el pobre Jacques de Molay no era gitano. Era un importantísimo gadchó.

El listado de desgracias que sobrevinieron a la familia Kennedy solo pudo ser causadas por una poderosísima maldición. El presidente de los Estados Unidos y su hermano fueron asesinados, Rosemary Kennedy acabó en un manicomio y Ted Kennedy fue el responsable de la muerte de su mujer y cuatro miembros más de la familia murieron en diversos accidentes aéreos. Que se sepa no hubo ningún gitano ni gitana por medio.

Finalmente permítanme referir los estragos que causó una maldición en el príncipe italiano Amedeo. Se casó en mayo de 1863 y el día de la boda el padrino se pegó un tiro, el vigilante del palacio donde se celebró la ceremonia se degolló, la modista que vistió a la novia se ahorcó, el ayudante del novio se murió al caer de su caballo y el coronel que encabezaba el cortejo nupcial se derrumbó de una insolación. Y no consta la intervención de ninguna gitana.

 

Las maldiciones gitanas existen

Claro que existen. De la misma forma que las creencias populares juegan un papel importante en todos los pueblos. Las leyendas, los mitos y las supersticiones forman parte de los acontecimientos que conforman la historia de casi todas las culturas. Y eso ha sido así desde siempre. Los romanos maldecían con frecuencia a sus adversarios y los griegos tenían unos sacerdotes llamados areteos cuya misión principal era la de maldecir.

Durante la Inquisición muchas personas fueron condenadas a la hoguera por mantener relaciones con el demonio. Y los inquisidores mataron a muchas gitanas acusándolas de ser interlocutoras de poderes sobrenaturales que luego ellas utilizaban para adivinar el futuro o para dañar a sus enemigos.

Hay una película que recomiendo y que describe muy bien las consecuencias que una maldición gitana puede tener sobre quien nos hace daño impunemente. Se trata de “Stephen King’s Thinner – Maleficio”. Año 1996 y su director es Tom Holland. Esta es la sinopsis: Billy es un abogado obeso que no muestra demasiados escrúpulos a la hora de aceptar clientes. Un día, mientras vuelve en coche de una fiesta acompañado de su mujer, atropella a una anciana gitana. Ésta muere y el abogado es absuelto en el juicio gracias a sus influencias. Todo parece resuelto para él, pero no sabe que pronto su vida se convertirá en una pesadilla, cuando caiga una terrible maldición gitana sobre él y aquellos que lo ayudaron.

Ojo, pues, racistas. Que esto puede ser un aviso a navegantes.