Adiós, Salvini

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Matteo Salvini, el pasado 3 de agosto, de vacaciones en localidad de Milano Marittima, a orillas del Adriático, en la provincia de Rávena.- FACEBOOK PAPEETE BEACH
Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya

¡Qué rápido pasa el tiempo cuando vivimos bien, y qué largo se hace cuando nos atenazan los problemas! He estado veinte días de vacaciones y han volado con la velocidad del rayo. He intentado vivir alejado de los problemas cotidianos a los que cada día me enfrento y casi lo he conseguido. Y digo “casi” porque, aunque he desconectado el teléfono, no he visto ni un solo día la televisión y no he comprado ni un solo periódico, no he sido capaz de prescindir del wifi. Lo que me ha permitido conocer de primera mano la convulsión que se estaba viviendo en el seno del gobierno italiano gracias a la información que me enviaban mis amigos gitanos italianos mayormente conocedores de la grave situación política que atraviesa su país.

Por eso, recién llegado a Barcelona me entero de que a Matteo Salvini, el Ministro del Interior de Italia, le ha salido el tiro por la culata. La dureza de la vuelta al quehacer diario se ha visto dulcificada por la noticia de que el político racista más popular con poder efectivo en un gobierno europeo va a quedar descabalgado y fuera del ejecutivo. Ya que el presidente de Italia, Sergio Mattarella, ha encargado al ministro dimisionario, Giuseppe Conte, que vuelva a  formar Gobierno.

Salvini es malo porque no existe ningún racista que sea bueno. No nos engañemos. Este popular político italiano es el mejor exponente. Populista hasta el tuétano, se ha paseado este verano por las preciosas playas italianas en bañador, rodeado, eso sí, de su corte aduladora de miembros de la Liga Norte, nido del peor conjunto de demagogos que se consideran superiores a sus compatriotas del Sur de Italia, de quienes se quieren separar porque ellos son más ricos y no quieren compartir con los más pobres lo que creen que les corresponde por designio divino.

Cuando Marine Le Pen obtuvo su gran triunfo en la primera vuelta de las elecciones francesas de 2017 ―quedó la segunda tras Emmanuel Macron que obtuvo el 66,1% de los votos y ella el 33,9%,― Matteo Salvini dio saltos de alegría y manifestó con rotunda claridad «Soy populista y presumo de ello». Y de la señora Le Pen afirmó que «Es una mujer valiente, y yo la apoyo porque ha tenido la valentía de dar voz a un pueblo que hasta hace unas semanas no la tenía». Pura demagogia que, como casi siempre, viene envuelta en el celofán del más rancio populismo.

Me duele Italia tanto como me duele España

Una vez más pido disculpas por salpicar mis escritos con recuerdos y vivencias personales que, posiblemente, no vienen a cuento, pero que para mí justifican buena parte de mi comportamiento. Nunca pierdo la oportunidad de ir a Italia cada vez que alguien me invita o cuando requieren mi presencia para participar en cualquier evento. Y me enamoré de su gente, de su paisaje, de sus dos mares, de su historia, de sus conquistas y del Derecho Romano. Creo que no fue casualidad que durante los doce años en que fui Diputado en el Parlamento Europeo mi principal colaborador fuera un italiano, diplomático y doctor en economía, llamado Enzo Mariotti (q.e.p.d).

Y esa devoción por Italia y los italianos no era producto de la casualidad. Recuerdo que cuando acabé mis estudios de periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona ya trabajaba en Radio Nacional de España en Cataluña. Gracias a la confianza que en mí puso don Juan Manuel Soriano, Jefe de Programas de la Cadena, dirigí y presenté los más variados programas, y como todo joven enamorado de su trabajo, soñaba con que algún día se reconocerían mis méritos y me darían la oportunidad de promocionar en mi quehacer informativo. Y ¿saben ustedes cuál era la meta profesional a la que aspiraba alcanzar entonces?: Ser nombrado corresponsal de Radio Nacional de España en Roma.

Pero en ese entremedio se murió Franco, se convocaron las primeras elecciones democráticas que pondrían fin a cuarenta largos años de dictadura y logré ser elegido Diputado constituyente. A partir de ahí mi vida cambió radicalmente y el sueño de la radio quedó postergado, aunque guardado en lo más recóndito de mis sueños juveniles.

Matteo Salvini será víctima de su desmedida ambición política

Hay una estirpe de políticos cuya soberbia les empuja a no renunciar a nada con tal de conseguir sus propósitos. Son como aves de rapiña que olfatean donde está la carroña para lanzarse en picado en busca del bocado putrefacto que les ayude a mantener vivo su deseo de alcanzar el poder. Son los populistas. Ellos saben explotar mejor que nadie las debilidades de la gente que se deja llevar por sentimientos tan elementales que admiten poca controversia: Salvini dice que no triunfará la alianza entre el Movimiento 5 Estrellas, (M5E) conglomerado político que no quiere ser un partido sino un movimiento ecologista, anti euro y en gran medida antieuropeo que lidera Luigi Di Maio y el Partido Demócrata, (PD) partido de centro izquierda cuyo secretario general es Nicola Zingaretti (curiosamente “gitano” en italiano se dice “zíngaro, zingari” y el diminutivo es casi idéntico al apellido del líder italiano: “Zingarelli”). Esperemos que no se cumpla su presagio a pesar de las graves acusaciones que hasta ahora se habían hecho ambas formaciones.

El Partido Demócrata me inspira confianza. Nació al calor de la socialdemocracia y de la cultura social cristiana. Muchos líderes socialistas y viejos militantes y simpatizantes del Partido Comunista Italiano (PCI) ya desaparecido, fundado por Antonio Gramsci, forman parte de esta importante formación política. El racismo, obviamente, no puede caber en sus programas de gobierno.

Y lo mismo cabe esperar del M5E. Ellos no niegan que son un movimiento antisistema y a pesar de todo ganaron las pasadas elecciones generales en Italia. Rechazan activamente la corrupción política, aceptan la integración europea y son más comprensivos y solidarios en temas relacionados con la inmigración.

Juntos, pues, van a desbancar a la Liga Norte con Matteo Salvani a la cabeza. El destino le ha jugado una mala pasada cuando este verano, aprovechando que el Parlamento y los políticos estaban de vacaciones, lanzó un órdago anunciando una moción de censura contra su propio Gobierno y contra el primer ministro, Giuseppe Conte, a la cabeza. Las encuestas le daban ganador en unas elecciones anticipadas pero el presidente Mattarella, más listo y responsable, no cayó en la trampa y propuso al censurado presidente del Gobierno que formara un nuevo Gobierno prescindiendo de la Liga Norte y, por ende, de Matteo Salvani.

Adiós, Salvini. Adiós para siempre

Ojalá que nunca más volvamos a saber de él, porque Salvini no es un racista ocasional que ha adivinado que oponiéndose a la entrada de inmigrantes en Italia iba a conquistar los mayores niveles de publicidad. Salvini es un racista profundo, como lo eran los nazis porque para él el racismo no es simplemente la afirmación de la existencia de razas o subespecies en el seno de la especie humana, ni tampoco la exclusión o rechazo de la alteridad. Pocas personas lo han expresado con mayor fidelidad que el profesor Francisco Fernández Buey, el viejo profesor palentino que, desde su cátedra de Filosofía Política de la Universidad Pompeu y Fabra de Barcelona, nos inspiraba a muchos activistas de la transición con sus escritos llenos de sabiduría. “Hay racismo ―escribió un día― cuando se establece un vínculo directo entre los atributos, rasgos, o patrimonio físicos, biológicos o genéticos de un individuo o de un grupo y sus caracteres intelectuales y morales y se afirma luego, a partir de ahí, la superioridad o inferioridad de estos atributos sobre otros.”

Ese es Salvini. Él pidió que una madre gitana con diez hijos, que había sido condenada a 25 años de cárcel por sus reiterados hurtos, fuera esterilizada, le quitaran a sus hijos, y elevaran su pena a 30 años de cárcel. ¡Santo Dios!, 30 años para una ladrona de tres al cuarto, mientras que el fundador de la Liga Norte, su partido, Umberto Bossi, y el tesorero Francesco Belsito, fueron condenados sólo a dos y cuatro años respectivamente a pesar de que ambos habían estafado 50 millones de euros en una trama de corrupción política.