Hay personajes que son tan importantes, que hasta el saber popular les acuña de apellido artístico el nombre de su ciudad. Carmen Sevilla o el Porrina de Badajoz son solo algunos ejemplos. Este último fue embajador del flamenco de nuestra tierra, a la que llevó con orgullo por diversos rincones del mundo.
José Salazar Molina era un gitano que nació en la zona alta de la capital pacense en 1924. Fue un niño con mucho arte y desde muy tierna edad despuntó con sus cantes. A los siete años era relativamente conocido en Badajoz y antes de los 30 ya era una importante figura del flamenco en el panorama nacional. Como muchos otros artistas de la región, tuvo que salir de Extremadura –se marchó a Madrid– para conocer el éxito. Sin embargo, era un gran devoto de la Virgen de la Soledad y no faltaba a su cita con ella cada Semana Santa para cantarle.
Defensor a ultranza de los gitanos, lleno de duende, de sinceridad y también de peculiaridades, como su habitual clavel en la solapa de los trajes y sus gafas oscuras. Quizás no lo sabía, pero estaba haciendo marketing, pues estos dos elementos unidos son fácilmente reconocibles para un buen conocedor del flamenco o un pacense.
Cante grande, cante gitano
El escritor y periodista extremeño José María Bermejo describió en 1976 su arte como un parto: «Es de esas emociones fuertes y tremendas que van del llanto a la alegría, confundiéndose, no sabiendo ya si se llora de dolor o se presiente una esperanza. Es así el cante grande, el cante gitano extremeño, como un parto que duele y que sonríe porque nos trae la vida».
Porrina o el ‘Marqués de Badajoz’, como también se le conoce, murió en Madrid el 18 febrero de 1977, con 53 años. No pudo ver cumplida su ilusión de ser alcalde de Badajoz, como confesó a este diario dos años antes de su fallecimiento. El cantaor quería ser el máximo dirigente de la ciudad para «arreglar las calles, poner una con su nombre y vestir a todos los gitanos de smoking para festejarlo».
Sin embargo, la calle sí la consiguió. Y además, una estatua que preside la plaza Virgen de la Soledad de Badajoz y que es visita obligada de los turistas. Se inauguró en el undécimo aniversario de su desaparición, bajo el mandato de Manuel Rojas. Obra del escultor Juan Benito Cuevas, la escultura, en bronce, está muy bien conseguida, pues reproduce hasta el rizo trasero que tenía Porrina en el cabello. Por supuesto, no le faltan los elementos que lo hacen inconfundible: gafas negras y clavel. Porrina es un icono pop.