No a la beatificación del Padre Andrés Manjón

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Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya

La voz de alerta la ha dado Manuel Martínez Martínez, Doctor en historia y profesor de la Universidad de Almería, ciudad en la que nació en 1955. Permítanme decir al principio de este comentario, que cuando me desplacé a vivir a Barcelona, desde mi Puerto Real gaditano, con 22 años, mi conocimiento sobre la realidad gitana no iba más allá de la que yo vivía personalmente en el seno de mi familia. Sabía que era gitano porque así lo era toda mi familia, pero nada más. No tenía ni idea de dónde veníamos y mis conocimientos sobre el origen de mi familia no llegaban más lejos del Puerto de Santa María o de Jerez de la Frontera donde nacieron mis abuelos. Luego supe que una rama muy importante de mis antepasados vivía en Chiclana, en Algeciras y en la Línea de la Concepción. De ellos aprendí a hablar en caló, pero nada más.

Fue en Barcelona donde nació mi inquietud por conocerlo todo sobre el pueblo gitano. Y en el origen de esa inquietud estuvo la lectura del primer libro sobre los gitanos que alguien puso en mis manos. Su título “También los gitanos”, su autor José Antonio Ferrer Benimeli, de Huesca, un joven sacerdote jesuita, a quien tuve la suerte de conocer y que gracias a Dios aún vive con 87 años, en la ciudad de Zaragoza de cuya universidad ha sido profesor y, posiblemente el mayor conocedor de la Masonería española.

Hago esta introducción para manifestar que casi todo lo que sé sobre mi pueblo lo he aprendido de personas no gitanas, en gran medida enamoradas de nuestra cultura; personas cultas que han dedicado la mayor parte de sus vidas a investigar sobre nuestros orígenes y sobre los avatares de nuestra convulsa historia. Y en primer lugar quiero destacar la figura de la profesora de la Universidad Complutense de Madrid, María Helena Sánchez Ortega, a quien conocí en 1975 a raíz de la publicación de su libro “Los gitanos en el periodo borbónico”. Mi personal reconocimiento a esta profesora lo he manifestado públicamente cada vez que ha venido al caso. Igual que ahora quiero expresar mi agradecimiento al profesor Manuel Martínez Martínez a quien debo la inspiración de este comentario.

La archidiócesis de Granada ha iniciado el procedimiento para lograr que la Congregación para las Causas de los Santos, que es una especie de Ministerio vaticano que en Roma se ocupa de determinar quién debe ser subido a los altares, decrete que el Padre Andrés Manjón practicó las virtudes evangélicas en grado heroico. Lo que, a nuestro juicio, no es cierto.

Quién era el Padre Andrés Manjón Manjón

Andrés Manjón, nació en Sargentes de la Lora, en Burgos en el año 1846. Fue sacerdote, pedagogo y experto en derecho canónico. Ganó una plaza como docente en la Universidad de Salamanca para obtener más tarde, en 1880, la cátedra de Disciplina Eclesiástica en la Facultad de Derecho en Granada. Ya en Andalucía, vio el estado de pobreza y marginación en que vivían muchísimos niños y jóvenes, gitanos y no gitanos, y decidió ocuparse de ellos mediante la generación espontánea de un sistema educativo propio, conocido como sistema “avemariano”. No se puede negar que en el aspecto educacional Manjón fue un adelantado al poner en práctica métodos educativos que hoy son considerados la vanguardia de las más modernas técnicas de enseñanza. Manjón cautivó a los jóvenes granadinos haciendo compatibles el juego y el contacto con la naturaleza con el aprendizaje de la lectura y la escritura.

Sólo por eso, además de su entrega y dedicación a la causa de luchar contra el analfabetismo, y situándonos en la época en que desarrolló su trabajo en Granada, merece nuestro reconocimiento. No así nuestra conformidad con que la Iglesia Católica lo haga Santo y podamos pedir su intercesión ante Dios nuestro Señor para que perdone nuestros pecados.

No, el Padre Manjón no puede obtener el título de Santo

Las palabras se las puede llevar el viento, pero lo que se escribe, escrito queda. Y en las publicaciones de este sacerdote hay relatos y descripciones de los gitanos que él conoció en Granada verdaderamente ofensivas. Tanto que hoy podríamos decir que son radicalmente racistas. Releerlas pone los vellos de punta porque nos llevan a discursos tan peligrosos que podrían asimilarse a los que los nazis pronunciaron para justificar que los judíos y los gitanos debían ser exterminados.

Manuel Martínez ha seleccionado unos cuantos párrafos de la obra cumbre del Padre Manjón que no merecen comentario alguno. Se trata de la obra “El gitano et ultra. Hojas de educación social et ultra del Ave María”, publicada en 1921, donde se dice: “El gitano es un hombre y ciudadano en decadencia: lo es en la sangre, ideas, costumbres, instituciones, medios de vida y en todo su modo de ser, viviendo aparte de la sociedad culta y sin confundirse con ella, por lo que le considera como un inadaptado y no asimilable al modo de ser del mundo civilizado, respecto del cual es un extraño, un acivilizado, un ser extrasocial, una verruga que hasta ahora no ha podido extirparse.

Reconozco que cuesta trabajo identificar a una persona culta, ilustrada, autor de más de diez obras de carácter pedagógico y de tres tratados de Derecho como autor de afirmaciones tan brutales como acusadoras: “Es la raza gitana una raza eminentemente embustera y engañadora, hasta el punto de parecer en ella la mentira ingénita. Desde que nacen aprenden a mentir y hasta que mueren no cesan de engañar”. “En el gitano predomina el individualismo más exagerado: las palabras humanidad, patria, religión, civilización, cultura y otras, carecen de sentido para él”.

Olvidándose del Evangelio, donde se encarna el Verbo, donde se dice que el hijo de Dios se hizo hombre y lo creo a su imagen y semejanza, el Padre Manjón afirma que “los gitanos tienen alma como nosotros, pero más animalizada o menos espiritualizada; tienen corazón, pero sin sacrificarse por ellos, pues a la sociedad toca mantenerlos, a ellos engendrarlos y explotarlos”. ¡Qué barbaridad!

Pero no se queda ahí su aversión a todo lo gitano —aunque su afán fuera que los niños aprendieran a leer y escribir—, ni siquiera en las Pragmáticas reales se les describe como desechos de la sociedad. Dice que los gitanos “tienen talento natural, pero sin elevaciones ni abstracciones e ideas generales, sólo para lo individual, singular y concreto”. Mientras que, para describir la vida sentimental entre un hombre y una mujer, el Padre Manjón dice que “tienen amor sexual y poco más que sexual, al formar pareja, que eligen sin esperar consentimiento de padres ni formalidades civiles ni religiosas”.

Unos iluminados quieren hacer Santo a alguien que se esforzó en conseguir que los niños gitanos fueran a la escuela, lo que está muy bien, pero al mismo tiempo con la maldad de quien se considera superior y desprecia a su semejante. Juzguen ustedes si no, al leer la siguiente descripción que hacía de los gitanos en Granada en 1921, un par de años antes de morir: “Cuando saludan, piden; cuando no hay presencia de amo, toman; cuando toman, mienten; cuando vienen los guardias, huyen; y están más a gusto en chozas que en palacios, en cuevas que en casas, en el campo y la selva que en la ciudad; son hombres que en todo han venido a menos, y esta pobreza o depauperación se ha hecho en ellos hereditaria. La raza gitana es una raza humana degenerada”.

“El Pelé”, Ceferino Jiménez Malla, merece mejor compañero en los altares

Manuel Fernández es un líder gitano histórico que vive en la barriada de La Mina, entre San Adrián de Besós y Barcelona. Y me ha escrito diciéndome que deberíamos decirle al Papa Francisco que nosotros hemos conocido a curas que han sido verdaderos transmisores de un evangelio de liberación y que han dedicado enteramente sus vidas a luchar no solo por la formación de los gitanos sino por la justicia social que les permitiera salir de la marginación que, eso sí, conocía muy bien don Andrés Manjón. Nos referimos a mosén Narcís Prat, de Camprodón, que fue director de Cáritas de Barcelona durante los duros años del franquismo. Él fue el promotor del Primer Encuentro Nacional de gitanos en Madrid en el año 1967. Y al Padre García-Die, un intelectual del que siempre envidié que tenía una biblioteca de asuntos gitanos superior a la mía. Y el Padre Francesc Botey, escolapio, un verdadero revolucionario que nos conmocionó a todos los que le conocimos y seguimos sus huellas. Nació en Barcelona en 1931. Fue en 1963, unos años antes de que Antonio Torres y yo nos trasladásemos a Barcelona, cuando el Padre Botey se fue a vivir en una barraca del Campo de la Bota. Allí, entre los gitanos, conviviendo con ellos, denunció la marginación y los abusos de que eran objeto por cuyo motivo el Tribunal de Orden Público de la Dictadura lo condenó a un año de prisión en la cárcel de Zamora.

Podría hacer mucho más extensa esta lista, pero permítanme que la culmine con el nombre del Padre Pedro Closa i Farrés, sacerdote jesuita que nació en Barcelona en el año 1932 y murió en Granada, a los 39 años, víctima de una enfermedad respiratoria que hoy podríamos decir que era parecida al Coronavirus. Este sí que es un verdadero Santo. Le dedicaré mi próximo comentario porque yo le conocí y le traté intensamente. Y si alguien se anima y quiere ayudarme, vamos a iniciar nosotros, los gitanos, la causa de beatificación de quien se merece ser San Pedro Closa.