La exposición ‘Días de ira. Comunismo libertario, gitanos flamencos y realismo de vanguardia’ de Helios Gómez se inaugura en La Virreina

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Helios Gómez (Sevilla, 1905 – Barcelona, 1956), sevillano, gitano y barcelonés, estaba inscrito en algunas de las redes de creación europea más interesantes de su tiempo. Su obra habita un nudo paradójico entre pares aparentemente antitéticos; es anacrónico y adelantado a su época a la vez: artista realista, populista y de vanguardia, activista político y gitanista militante, comunista libertario y flamenco de los que cantan y bailan.

Para empezar, se reivindica como gitano e intenta dotar esa identidad de un significado no solo cultural o étnico sino, sobre todo, político, lo que lo adelanta en décadas a muchas de las reflexiones críticas que llegan hoy desde el campo de los estudios poscoloniales, que en el ámbito gitano lo reconocen como referente.

Además, como artista popular, incluso populista, es más que pertinente su militancia formal vanguardista, formalización que él reivindicaba como realismo, un verdadero realismo capaz de expresar, visibilizar y trasmitir —desde lo subalterno pero con la misma complejidad que la ciencia, la filosofía o la literatura que le eran contemporáneas— los años que tan intensamente vivió, la sociedad que quería transformar, los grupos humanos con quienes luchaba por emanciparse.

Es en el laboratorio de la vanguardia donde Helios Gómez encuentra un espacio radical y libre para dar síntesis a elementos dispares, incluso a las heterodoxias con que le tocó convivir.

También su militancia anarquista toma una deriva interesante. Formado entre el socialismo masón de su padre y la tutoría de Felipe Alaiz en Sevilla, cuando dirigía allí Solidaridad Obrera, el periódico libertario que había sido clausurado en Barcelona, pasó después por un comunismo que él siempre presentó como libertario y, en medio de la guerra, a contracorriente, regresa a la filia anarquista para intentar continuar, tras la derrota de 1939, con fórmulas asociacionistas andalucistas —fundó la Casa de Andalucía en Barcelona— y gitanistas, trabajando también en un intento desesperado de dar forma política a cierta reconciliación nacional.

La importancia de su gráfica y el reconocimiento de sus trazos están fuera de toda duda y tiene una presencia abrumadora en muchos de los trabajos —libros, películas, ensayos, etc.— que siguen el conflicto de la Guerra Civil, aunque muchas veces no aparezca convenientemente citado. Pero a nosotros nos interesa mostrarlo en las redes que transitó, aliado con los artistas y movimientos en los que militó, subrayando la profunda convicción comunitarista de su trabajo.

Como resultado, quizás, no hay un artista que, desde la cultura gitana, además, encarne tan bien la visión del futuro y la revisión del pasado, imprimiendo esas energías anacronistas en las luchas políticas del tiempo que le tocó vivir.