Este 2020, al contrario de lo que se dice, no es un año para olvidar sino precisamente para lo contrario

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Foto. 20minutos
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Me dan la oportunidad en este querido medio, de poder desear a todo el mundo, a este mundo tan extraño que este año se nos ha presentado, la paz y prosperidad que precisamos para 2021. Y así lo hago con toda la fe que me pudieron enseñar mis antepasados, llena de suprema esperanza nacida del coraje de vivir. Llevo conmigo al escribir toda la ilusión del universo metido en el corazón. Lo hemos pasado mal. Lo estamos pasando mal. Pero ahí seguimos fuertes en la buena batalla. Y estamos heroicos porque somos lo suficientemente auténticos como para conseguir enderezar una realidad torcida para bien de nuestros niños.

Este 2020, al contrario de lo que se dice, no es un año para olvidar sino precisamente para lo contrario. Porque con sus terribles aspectos,  nos ha dado una imperecedera lección y es que, a pesar de lo egoístamente sometidos que hemos estado durante veinte años por un distanciamiento provocado por la fuerte irrupción de las nuevas tecnologías que nos hicieron creer auto suficientes en nuestra soledad del ordenador o movil, este maldito pero a la vez sabio virus, nos ha ilustrado con sádica maestría cuanto nos necesitamos; pero no por el dinero, transacciones de acciones, compras, wasaps o Messenger. No. Este condenable año nos ha demostrado que a estas alturas de la historia tecnológica donde el hombre se cree lo más importante, paradójicamente un virus mortal nos alecciona que lo más importante de la vida en una sociedad no eres tú sino el otro, y sobre todo ese abrazo entre personas que se aprecian. Abrazo que no tiene precio.

Quedémonos con esta lección. Tengamos siempre presentes a los que se fueron por ayudar o por la edad; o por vivir que nunca puede ser pecado. Quedémonos con lo importante que es el cariño entre las gentes. Y todos los que hemos estado ingresados sin poder ser visitados recordemos con ternura el ansia de cariños distintos por parte de familiares y amigos que insistentemente suspiraban golpeando las ventanas del hospital.

Que permanezca en la memoria para siempre ese encuentro después del alta con nuestra pareja, hijos, nietos o amigo del alma, ese momento sublime que nos abrió los ojos mucho más que mil horas de yoga. Este en apariencia insensible coronavirus ha sembrado enfermedad y muerte por doquier, pero, a la vez, mucho amor sin parangón. La auténtica alma social colectiva que parecía tan herida de muerte se ha recuperado. Con lo vivido este año, debemos desterrar para muchos siglos la visión negativa del ser humano; estamos hechos de luz sincera y no de oscuridad traicionera. Así que estoy seguro de que en el nuevo año creceremos tanto y tanto como personas, que hasta Dios estará tan sorprendido como feliz de ver que, como en un principio, seguimos siendo dignos de que nos llame hijos.