Amor, respeto y veneración por nuestros padres y madres

587

Acabo de recibir el correo que va a continuación. Y no les negaré que me he emocionado hasta las lágrimas (cosas de viejos). Y he sentido la necesidad de compartirlo con todos ustedes. Y yo os digo, —gitanos y gitanas que estáis leyendo este mensaje—, la primera de todas las condiciones para ser gitano o gitana es sentir y actuar como lo expresa mi amigo en su carta en relación con el comportamiento de los hijos con sus padres. No lo olvidéis. Aunque podáis demostrar que vuestra génesis es de origen gitano que se pierde en la lejanía de los siglos, si no estáis convencidos de que la familia es vuestro mayor signo de identidad, y que a la cabeza de ese núcleo está vuestro padre y vuestra madre, yo os digo que tal vez no merecéis ser gitanos.

Estimado Sr. Juan de Dios Ramírez Heredia.

Mi nombre es (aquí el nombre del autor de la carta), y soy autor de ficción y opinión, y como usted, colaboro ocasionalmente en (aquí el nombre de un periódico en el que ambos escribimos).

En base a motivos personales, he adquirido una profunda indignación respecto al trato que hoy día se da a muchos mayores, y pongo el foco no en las macro residencias o instituciones de este tipo, que también, sino en el principal problema de base: la desatención, el olvido y el abuso de muchos descendientes para con sus progenitores.

El otro día me vino a la mente una frase que escuché decir a uno de sus colegas (no recuerdo su nombre), ponente en un seminario de “Mediación Intercultural” al que tuve la suerte de asistir, aquí, en Córdoba, hará como unos doce años. De profesión abogado, con unas excelentes dotes expresivas, dejó caer esta gran verdad entre el auditorio:

“nunca verán ustedes a un gitano mayor en una residencia”

Cosa muy cierta y admirable, que volvió, como digo, a mi mente, en estos días de canícula cordobesa, propiciando esta fantasiosa reflexión: “si nosotros, gitanos (…), mantenemos este principio ético, esta norma vital de cuidar a nuestros mayores en casa, hasta el final de sus días, independientemente de cualquier situación económica o personal, ustedes, quienes sean, también pueden, y deben hacerlo, sin excusas”.

Creo que los gitanos tienen, en este sentido, legitimación de sobra para sacarnos los colores, por decirlo de algún modo, al resto de la ciudadanía. No sabe usted las cosas que he visto y oído a la entrada de la institución donde a duras penas reside una amiga octogenaria. Se me parte el corazón al constatar in situ cómo estos viejos siguen, resignados, aguardando la visita de sus hijos, queriéndolos. Y todos payos, qué casualidad.

No sé con certeza por qué le escribo esto. Principalmente, por compartir.

Un placer, señor Heredia.