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¿Periodistas contra el racismo? La prensa española ante el pueblo gitano. 2018

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CPEDA, Barcelona, 2019.

256 páginas

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Descripción

Los medios de comunicación: conformadores de la opinión pública

Un año más me enfrento a la tarea de redactar unas palabras de presentación a la nueva edición de nuestro estudio sobre el comportamiento de los medios de comunicación en relación con el Pueblo Gitano. Y un año más me confundo al no saber a ciencia cierta si hemos avanzado en nuestra lucha o si, por el contrario, el panorama informativo se ha enturbiado ofreciendo de nosotros, los gitanos, la imagen más falsa y manipulada como la que hemos padecido a lo largo de tantos años.

Al hacer un repaso de todas las presentaciones que he escrito en las múltiples ediciones de esta investigación ―se me amontonan ya más de 20 años de ¿Periodistas contra el racismo?― compruebo que he utilizado todo tipo de argumentos. Así, el año pasado citaba sentencias, como la del Tribunal Constitucional 29/2009, de 26 de enero donde, entre otras cosas, se dice que “ni la información, ni la opinión o crítica pueden manifestarse a través de frases y expresiones ultrajantes u ofensivas, sin relación con la noticia que se comunique o con las ideas u opiniones que se expongan, y por tanto, innecesarias a tales propósitos. Ni la transmisión de la noticia o reportaje ni la expresión de la opinión puede sobrepasar, respectivamente, el fin informativo o la intención crítica pretendida, dándole un matiz injurioso, denigrante o desproporcionado, debiendo prevalecer en tales casos la protección del derecho al honor”.

Palabras contundentes, claras y precisas, nada más y nada menos que de nuestro Tribunal Constitucional. Pero cabe preguntarse ¿qué caso hacen los informadores de esta prescripción del máximo intérprete de nuestra Constitución? A la hora de encontrar la respuesta, una vez más, hemos de huir de las generalizaciones porque de lo contrario terminaríamos por aceptar como validas afirmaciones tan falsas y aberrantes como las que dicen que “los curas son pederastas”, “los musulmanes son asesinos o terroristas”, “los inmigrantes son los causantes de la inseguridad ciudadana”, “los políticos son miserables corruptos que se quedan con el dinero del pueblo”, “los empresarios son explotadores de los obreros”, o “los gitanos son maleantes, violentos y ladrones”.

La consecuencia lógica a la que llegará cualquier persona mínimamente equilibrada sería decir que “no todos los curas son pederastas”, “no todos los musulmanes son asesinos terroristas”, “no todos los inmigrantes son los causantes de la inseguridad ciudadana”, “no todos los políticos son miserables corruptos que se quedan con el dinero del pueblo”, “no todos los empresarios son explotadores de los obreros”, “no todos los gitanos son maleantes, violentos y ladrones”. Sin embargo el daño ya está hecho cuando alguien lee, o escucha o ve en televisión que hay quien atribuye a cualquiera de los colectivos antes citados cualquier tipo de delito o comportamiento incívico, el estigma cae inexorablemente sobre todo el grupo.

La importancia de la prensa

Nos referimos, obviamente, a los periódicos editados en papel. Ese medio ha sido durante siglos el principal referente de la información en el mundo civilizado y los periódicos que habían cumplido un siglo desde su fundación llevaban con orgullo en su cabecera la frase “Decano de la prensa catalana”, o “Decano de la prensa andaluza”. Pero ha llovido mucho desde que los romanos publicaran una especie de hoja informativa de los acontecimientos del día llamada Acta Diurna, cosa que sucedió en el año 59 antes de Cristo, o del Kaiyuan Za Bao, publicación inventada por los chinos en el año 713 después de Cristo.

Pero la modernidad tuvo que esperar hasta la mitad del siglo XV, cuando un señor alemán, nacido en Maguncia (Alemania) inventó la prensa de imprenta con tipos móviles: Johannes Gutenberg. Con él empezó la mayor revolución hasta el momento inimaginable en el mundo de la comunicación. Y llegados a este punto, permítanme la licencia personal de decir que en los muchos años en que he frecuentado la ciudad de Estrasburgo y que forzosamente debía pasar por la plaza que lleva su nombre, no podía evitar un cierto sentimiento de veneración al encontrarme con la magnífica estatua que adorna la plaza. Un monumento impresionante donde emerge la figura del gran inventor con un pergamino en la mano. En la base del monumento, formada por un gran cubo de granito, aparecen en sus cuatro caras, fundidas en bronce, diversas escenas de la vida laboral en el interior de una imprenta. Como dijo don Antonio Mairena un día en que un periodista le preguntó por la importancia que le merecía la figura de Federico García Lorca, el que fue el genio irrepetible del cante gitano-andaluz:
― Cuando un gitano oye el nombre de Federico García Lorca lo mínimo que debe hacer es quitarse reverentemente el sombrero.

Yo digo lo mismo. Cuando un periodista, un escritor, un comunicador pase ante cualquier estatua de Johannes Gutenberg, lo mínimo que debe hacer es quitarse reverentemente el sombrero y darle las gracias por su revolucionario invento. Por cierto que la primera imprenta que se instaló en España lo hizo en la ciudad de Segovia en el año 1472.

La prensa, conformadora de la opinión pública

Algunos políticos diferencian entre “la opinión pública” y la “opinión publicada”. Diferenciación que aun siendo cierta no es del todo esclarecedora. Podríamos decir que la “opinión pública” es inexorablemente consecuencia de la “opinión publicada”. Este hecho consagró el término “cuarto poder” para designar a la prensa como instrumento de tanta importancia como pudieran ser los tres poderes clásicos con que Montesquieu ideó una administración moderna y eficaz: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. Claro que cuando Montesquieu, que nació en el último tercio del siglo XVII, escribió El espíritu de las Leyes, los medios de comunicación eran prácticamente inexistentes y por lo tanto no formaban parte de su inquietud política y filosófica. Hoy, estoy convencido de que si hubiera sido coetáneo de Edmund Burke habría incorporado a su trilogía de poderes el de la prensa tal como lo hizo el conocido escritor y político inglés considerado el padre del liberalismo conservador. Y una vez más hemos de poner el foco en la antigua democracia del Reino Unido, país que sin tener una Constitución escrita organiza su vida política desde el siglo XIII teniendo en cuenta los principios de representación popular.

Fue Edmund Burke quien en su discurso de apertura de la Cámara de los Comunes, en 1787, dijo, señalando a los tres poderes presentes en la Cámara –los Lores Espirituales (representantes de la iglesia), los Lores Temporales (la nobleza) y los Comunes (los políticos)– que allí había un cuarto poder, el de los periodistas sentados en la tribuna de la prensa.

Pero, no se engañen, los periodistas somos el primer poder

Efectivamente, lo somos. Weily Chu Santana es una periodista que ejerce su actividad profesional en importantes empresas de carácter comercial en América Latina. Ella ha puesto de manifiesto las que, a su juicio, son las ventajas de la prensa y las posibilidades con que cuenta para hacer prevalecer sus funciones sociales. Sobre todo, es consciente de que el periodismo nace de la necesidad social y psicológica de conocer y saber lo que pasa a nuestro alrededor. Y se le denomina “primer poder” por su capacidad para influir en la opinión de los ciudadanos.

Y lo somos porque gracias a nuestras informaciones los ciudadanos pueden aclarar sus ideas, al mismo tiempo que podemos incitarles a un estado de desorientación tal que ya no sepan qué es bueno, qué es malo, qué es mejor y qué es peor.

El Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO, en su Principio III, dice: “La información en periodismo se entiende como bien social y no como un producto, lo que significa que el periodista comparte la responsabilidad de la información transmitida y es, por lo tanto, responsable, no solamente ante quienes controlan los medios, sino principalmente ante el público, incluyendo variados intereses sociales. La responsabilidad social del periodista requiere que él o ella actúen, bajo todas las circunstancias, en conformidad con los principios de la ética profesional”.

A veces pienso, sobre todo cuando leo informaciones que distorsionan interesadamente la realidad, si no sería aplicable a algunos informadores la conocida sentencia del Conde de Romanones que decía con alto menosprecio de los legisladores: “Vosotros haced las leyes. A mí dejadme hacer los reglamentos”.

Estamos en una nueva era del planeta informativo

Internet ha revolucionado nuestras vidas. A través del ciberespacio circulan no sólo todo tipo de noticias sino, incluso, nuestras biografías. Cuando Herbert Marshall McLuhan publicó en 1968 el libro Guerra y paz en la Aldea Global se adelantó tanto a su tiempo que posiblemente ni él mismo sería capaz de intuir hasta qué punto sus palabras eran proféticas y cuánto alcance tendría su definición de “aulas sin muros”. La educación del individuo puso magistralmente de manifiesto que ya no tendría su epicentro en la escuela sino que la información, como torrente de difusión de los conocimientos, tendría su principal sede en los medios de comunicación a través de revistas, periódicos, películas, blogs, chats en línea, programas televisivos y documentales y, sobre todo Internet.

Lluís Bassets escribió un libro sumamente esclarecedor: El último que apague la luz. Él sostiene que el periódico impreso va a desaparecer y que lo hará pronto, y que con él van a desvanecerse o transformarse muchas otras cosas. “El periódico”, dice con razón, “ha sido durante una larga época la imagen del mundo y su conciencia, la escenificación diaria de la idea de una realidad ordenada y jerarquizada, y un formidable instrumento frente a cualquier poder. Pero los medios cambian porque los ciudadanos que los consumen y usan quieren que cambien. Son los lectores los que están protagonizando el salto a esta nueva era”.

Y, una vez más, con perdón, ofrezco mi testimonio personal. Durante toda mi vida, me atrevería a decir, he comprado cada día dos periódicos. Uno más afín a mi pensamiento político y otro más contradictorio con el anterior. Los otros periódicos los leía en los aviones, en las salas de espera de las estaciones o en las sedes de los lugares oficiales que frecuentaba. Menos los fines de semana. Los sábados y los domingos los compraba todos. El quiosquero de junto a mi casa me los guardaba. Lo que me costaba una cierta pelotera con Paloma, mi mujer, que me recriminaba con razón que gastaba inútilmente un dinero llenando la casa de papel que, por más que quisiera, no me daría tiempo a leer. En verdad yo actuaba así porque mi condición de periodista me lo imponía como una obligación de comportamiento profesional.

Pues bien, en estos momentos, y desde hace algunos años, ya no compro ninguno. Ahora los leo todos en el teléfono móvil, en la tablet o en el ordenador. Eso sí, siguiendo mi vieja costumbre, estoy suscrito, y por lo tanto pago, una suscripción anual a la versión online de dos periódicos: uno que me parece más de izquierdas y otro del que no tengo dudas de que es un fiel portavoz de la derecha en nuestro país.

Máximo San Juan fue un genial autor de chistes publicados en los periódicos españoles, lo que no le impidió decir que “sin periódicos, en el mundo, apenas pasaría nada”.

Sin embargo, lo que no es lo mismo es que nos quedemos sin carbón o sin periódicos.

Sucedió en el año 1937, en plena guerra civil española. El franquismo beligerante de entonces ordenó que en cualquier anuncio público se añadiera junto a la fecha la expresión “…Año Triunfal”. Pues bien, en Triana, en la calle Pagés del Corro, el dueño de una carbonería colocó en la puerta de su establecimiento un letrero del siguiente tenor: “Se acabó el carbón” y debajo, cumpliendo con lo ordenado, escribió: “Segundo Año Triunfal”. Lo que no impidió que él, por su cuenta y entre paréntesis añadiera: “(Y sin carbón)”. Lo que motivó su detención en el cuartelillo de la Cava de los Civiles y una multa.

Ahora nos toca dar un paso más

Y ahora nos toca dar un paso más. Si los medios de comunicación representan el primer poder en una sociedad democrática, Internet y consecuentemente las Redes Sociales vendrían a ser “el Quinto Poder”. Un poder que se organiza autónomamente y en el que participan no solo los periodistas profesionales, que son los menos, sino los universitarios junto a los iletrados, los doctores junto a los analfabetos, los oyentes de radio y los que viven pegados a las televisiones. Todos unidos para forjar un arma colectiva de debate y de acción democrática. Hace unos años que Ignacio Ramonet escribió en Le Monde Diplomatique que los globalizadores habían declarado que el siglo XXI sería el de las empresas globales. La asociación Media Watch Global afirma que “será el siglo en el que la comunicación y la información pertenecerán finalmente a todos los ciudadanos”.

Rafael Torres Ortega que es un escritor mejicano, buen conocedor del fenómeno moderno que supone Internet y todos sus derivados, afirma que “La Red de Redes propone un modelo horizontal de generación de información, donde los usuarios seleccionan lo que leen, reelaboran los mensajes, contrastan opiniones, comparten experiencias y participan en la producción de los contenidos.”. Queda ya muy lejos el viejo Gutenberg. Ahora el protagonista está en el ciberespacio y sus terminales encima de nuestra mesa o en nuestro bolsillo. Me encantó la portada de la revista Times que cada año dedica una al “hombre del año”. Fue en 2006 cuando ese espacio, tradicionalmente reservado a un ser humano, lo ocupó un ordenador cuya pantalla había sido sustituida por un espejo que refleja el rostro del lector y la palabra “YOU” (TÚ).

El peligro que representa la impunidad con que algunas personas ofenden, vituperan, calumnian y difunden noticias falsas en las redes sociales

Personalmente creo que la mayoría de la gente culta, o que tiene un mínimo de formación, no cree que sea verdad todo lo que aparece en las redes sociales. Más bien son las personas ignorantes, incultas o llenas de prejuicios las que dan por ciertas las noticias que le complacen al tiempo que repudian aquellas que van en contra de sus convicciones. Las noticias falsas proliferan por la predisposición a creer lo que refuerza nuestras opiniones. Los medios difícilmente cambian las opiniones de las personas, pero sí las refuerzan.

El que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad

Si alguien escribe y publica en las redes sociales que “fulanito” es un miserable personaje que engaña a sus semejantes, que se apropia de los recursos que no le pertenecen, y que su vida es un fraude para quienes en alguna ocasión creyeron en él, esa falsedad encontrará rápidamente eco en quienes internamente odien a “fulanito” o no les inspire confianza.

La posverdad es una falsificación de la verdad, dándole una importancia «secundaria». Se resume diciendo que “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”. Para algunos sociólogos la “posverdad” es sencillamente una mentira (una falsedad) o una estafa encubierta con el término políticamente correcto de “posverdad”.

Los bulos o las fake news (noticias falsas) han incitado a las universidades y centros de investigación a realizar estudios muy enjundiosos que han dado como resultado que en Twitter las noticias falsas ―investigación realizada entre 2006 y 2017― tienen un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas que las verídicas. La muestra estuvo conformada por 126.000 noticias tuiteadas por tres millones de personas que a su vez retuitearon las noticias que resultaron falsas cuatro millones y medio de veces más.

Cuando leemos alguna noticia que nos impacta bien por su trascendencia o simplemente porque no la esperábamos, en las personas inteligentes o simplemente limpias de prejuicios, la primera cosa que afluye a nuestro cerebro es el concepto de credibilidad. Las personas utilizamos la credibilidad para decidir si creemos o no lo que estamos leyendo o escuchando porque no hemos sido testigos directos de lo que se dice. Necesitamos tener fe en quien dice que “fulanito” es un ladrón si nosotros no tenemos noticia de que nunca haya robado nada.

Permítanme detenerme en lo que Torres Ortega dice a este respecto. “La credibilidad se compone de dos dimensiones principales: confianza y grado de conocimiento donde ambas poseen componentes objetivos y subjetivos. Es decir, la capacidad de generar confianza es un juicio de valor que emite el receptor basado en factores subjetivos como las afinidades éticas, ideológicas o estéticas”. El grado de conocimiento puede ser percibido en forma subjetiva, aunque también incluye características objetivas relativas a indicadores indirectos sobre los conocimientos expertos de la fuente (por ejemplo, acreditaciones académicas o profesionales, prestigio, trayectoria) o del rigor del mensaje (calidad de la información, referenciación, etc.).

Por experiencia personal hemos sido testigos de acusaciones absolutamente calumniosas emitidas por personas con quienes no hemos tenido ninguna relación. La reacción inmediata ―recuérdese lo que hemos dicho anteriormente de la velocidad con que las noticias falsas se propagan en Internet― ha sido la de complacencia de quienes comparten esas acusaciones y de rechazo absoluto, en este caso comunicado de forma directa a la persona ofendida. En el caso que nos ocupa el rechazo a las acusaciones falsas ha sido de rechazo en una proporción del 92 por ciento.

Es la grandeza de las nuevas tecnologías. Antes de la existencia de las redes sociales los creadores de noticias falsas o propagadores de infamias contra otras personas lo tenían más difícil. Tenían que acudir a un periódico o a una emisora de radio y por lo general, los dueños de esos medios se lo piensan antes de difundir noticias de dudosa credibilidad por la responsabilidad penal en la que pudieran incurrir frente a una reclamación de la persona ofendida. Hoy esa limitación no existe. Basta con tener un teléfono y acceso a Internet para escribir y propagar lo que se quiera. Tanto es así que la propia Comisión de la Unión Europea ha elaborado una legislación en la que se define a Internet como “una herramienta barata y efectiva para que los grupos difundan ideas censurables a millones de personas”.

En resumen, concluye Torres Ortega, cada persona tiene su propia manera de entender el medio externo. “La posverdad o mentira emotiva es un neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales, en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.”

Las ideas principales recogidas en nuestra investigación de este año

– Crece la importancia del tratamiento sobre mujeres gitanas en los medios españoles.

– Crece la cobertura sobre racismo y discriminación en las cabeceras españolas, pasando de un 4,95% a un 9,68%. Sobre todo debido a las manifestaciones contra el Ministro del Interior y vicepresidente Matteo Salvini y por las reivindicaciones por parte de la comunidad gitana de ser tratados de una forma igualitaria y libre de discriminación en los medios de comunicación.

– Destacamos el caso de un medio digital abiertamente declarado como el periódico más antigitano de nuestro país. Es el que más vulnera el código deontológico del periodismo. Este año incluso han llegado a utilizar en la mayoría de sus titulares la fórmula: “de una etnia que no podemos nombrar”, cuando se refieren a alguna noticia, casi siempre negativa, sobre gitanos (de sucesos, agresiones, drogas, etc.). ¡Cínicos!

– En la mayoría de los cuatro casos analizados este año, lo que cabe destacar no es el tratamiento negativo a base de palabras peyorativas y menciones innecesarias a la etnia, sino la asunción desde los medios de que las reivindicaciones por parte de la comunidad gitana no tienen valor y conllevan una carga de violencia. Así, se desacredita la voz gitana y se invisibiliza, dándole mucho más peso y fiabilidad a la opinión contraria, la que suele sostener la mayoría no gitana. Se infravalora la información aportada por las fuentes gitanas y en algunos casos hasta se ridiculiza. Eso contribuye a acrecentar la brecha entre el ‘nosotros’ y el ‘ellos’ (el Pueblo Gitano), reforzando la imagen positiva del ‘nosotros’ frente a la negativa y amenazadora del ‘ellos’.

– Aumenta el activismo gitano en las redes sociales, contrarrestando el relato negativo de muchos medios de comunicación y abriendo debates online sobre el antigitanismo.

Pero estamos en el buen camino, hay que reconocerlo

Antonio Mora Ayora es el editor de la primera revista digital en Santander. Y ha escrito un completo y comprometido artículo en su periódico poniendo de manifiesto el comportamiento racista con que algunos medios de amplia difusión nacional tratan a las minorías y entre ellas a la nuestra, la gitana. “A estas alturas del siglo XXI ―dice el periodista― parece mentira que algunos medios de comunicación no hayan aprendido a informar, sin señalar a una minoría. Sin culpabilizar indirectamente a un colectivo por un hecho realizado por un individuo, un ciudadano, una persona”. Finalmente, en otro momento de su investigación, remata con la siguiente conclusión que compartimos plenamente: “Con lo cual la información lleva incluida una importante carga racista y xenófoba que adjudica, de forma subliminal el delito a un colectivo, raza o procedencia… esa información así ofrecida en prensa, radio y televisión va generando mentalidades racistas y xenófobas en la sociedad, al unir el concepto de pertenencia a una minoría sexual, étnica o social, a la delincuencia. Es la teoría de la lluvia fina que, poco a poco, va calando mentalidades.”

Algunos pensamientos que merece la pena tener en cuenta

Los hemos leído mientras preparábamos este trabajo:

– Las mentiras en Internet se han convertido en una epidemia a nivel global. Noticias falsas, fake news, posverdades o como las queramos llamar, son un tema serio que preocupa cada día más a los internautas en todos los continentes.

– El acceso a la información, gracias a Internet, es muy fácil y, por tanto, se ha masificado gracias al uso de los móviles. Según los datos del informe anual de Mobile Economy, el número de usuarios en 2017 se elevaba a 5.000 millones, de los que el 60% son teléfonos inteligentes. Ese fenómeno tiene sus consecuencias: cada minuto se realizan 3,5 millones de búsquedas en Google, se producen 900.000 accesos a Facebook y se envían 156 millones de emails.

– Según el Estudio sobre las fake news en España (elaborado en 2017 por Simple Lógica y la Universidad Complutense de Madrid) en España un 86% de la población no es capaz de distinguir una información verdadera de una falsa.

– En la Red, engañar es la regla, no la excepción.

– De demostrarlo científicamente se encargaron investigadores de la Universidad de Indiana-Universidad Purdue Fort Wayne (EE.UU.). Según publicaban este verano en la revista Computers in Human Behavior, sólo un 16% de las personas son completamente honestas en internet. La Red da cancha libre para el engaño porque un 98% de los internautas cree que todos los demás usuarios tergiversan la realidad.

A pesar de todo, a pesar de que el racismo encuentra en internet una autopista libre de obstáculos para atacarnos despiadadamente, nosotros decimos con el firme convencimiento de quienes ya hemos sufrido un largo periodo de ausencia de libertades que el periodismo es uno de los pilares fundamentales de la democracia. Y que la libertad de prensa es un derecho constitucional en España. Por tanto, cuando hablamos de información estamos hablando de un derecho fundamental de los ciudadanos libres.

 

Juan de Dios Ramírez-Heredia
Presidente de Unión Romaní