Sociedad infernal

2693
María Martín que falleció en 2014, a los 81 años sin ver su sueño cumplido: poder sacar a su madre de la fosa común en la que yacía para enterrarla dignamente, es una de las protagonistas del documental 'El silencio de otros'. / Bteam Pictures
Marcos Santiago Cortés

En el juzgado asistía a un detenido que para identificarlo se le preguntó por el nombre de sus padres. Y me vino a la mente la debatida Ley de Memoria Histórica, esa que dice que busquemos a los muertos de la Guerra Civil para darles decente enterramiento. Creo que esta ley es mucho más que el pretendido componente político que se le quiere colgar. Juro por mi honor que no estoy haciendo propaganda sectaria, sino que abogo por ella porque me reconforta que el legislador siga teniendo en cuenta la muerte para hacer las leyes. Porque esta ley -que es para todos- va a contracorriente de esta mala evolución social donde los números son más importantes que la gente.

Siempre se ha dicho eso de «los tiempos de antes no son los de ahora» pero no duden que ahora sí que es cierto que estamos asistiendo a un cambio total de era y modelo de mentalidad. Es el momento de defender lo que es muy peligroso que se pierda, como es el humanismo del sistema. Y además hay que hacerlo ya porque dentro de poco no tendrá sentido. Pero no lo digo porque habrá pasado mucho tiempo y no habrá bisnietos que lo exijan de la misma forma que ya nadie propone buscar las fosas de la Guerra de la Independencia. No, no es por eso; acuérdense del principio de esta columna cuando digo que a un detenido le estaban preguntando por el nombre de sus padres para identificarlo. ¿Creen que, con las nuevas tecnologías, para controlarnos a medio plazo seguirán preguntándonos por nuestros padres para identificarnos?

Vamos hacia un entorno donde dejaremos de ser personas físicas, donde no importarán nuestros antepasados o progenitores porque seremos simples números y pura estadística y por tanto las leyes no regularán personas sino dígitos andantes sin sentimiento de culpa. La Ley de Memoria Histórica rompe gracias a Dios esa tendencia porque con su digno objeto se erige como en una clase de alto contenido ético para la formación de la personalidad del pueblo.

Una sociedad que no tenga presentes a sus fallecidos es como un monstruo que fagocita todo lo bueno que tenemos dentro. Y ello es lo que está pasando; por eso cada vez hay más incineraciones, porque quemar a nuestros allegados y esparcir sus cenizas al viento, bajo un pretexto de romanticismo, esconde todo lo contrario: el olvido total de nuestros muertos al renunciar a un lugar donde llevarles flores (o sea, en un futuro nadie buscará a nadie para darle sepultura).

Como ven, la Ley de Memoria Histórica no es una opción política sino una obligación espiritual general. Todos deberíamos apoyarla. Sin leyes de este tipo, son nuestros hijos, rojos o azules, los que tienen riesgo cierto de vivir en una sociedad infernal.